La
rebelión milenarista del socialismo español
Por M. Vázquez Montalbán |

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La victoria de Josep Borrell en las primarias del PSOE para designar un
candidato a las elecciones generales marca un antes y un después de la política
española. El aspirante oficial era Almunia, secretario general y protegido de Felipe
González y del aparato, pero el conjunto del partido ha votado al candidato que mejor
evocaba el imaginario de una izquierda innovadora. Las bases del PSOE han escogido en
libertad, frente a las indicaciones del partido programa, superando su predestinación de
obediente partido máquina. Es decir, han votado desalienadas y colocando el patriotismo
ideológico por encima del patriotismo partidario. También han votado en contra del
agorerismo mediático, cuando no de la confabulación mediática para presentar a Borrell
como lo políticamente incorrecto. Estamos ante una de las peripecias más estimulantes de
la transición española, ante una rebelión cultural avanzada porque se ha votado por un
candidato variadamente incómodo, tan incorrecto que sonaba a ruido, incluso a estropicio
de los códigos establecidos. No sólo era considerado inconveniente por buena parte de la
nomenklatura del PSOE, sino que incluso lo habían agredido adjetivamente dirigentes
nacionalistas vascos y catalanes, sobre todo acusándolo de jacobino, de político poco
sensible a las razones de las nacionalidades aplazadas.
Las bases han apostado por un sistema de señales emitido por Borrell resumibles en
cuatro: izquierdismo, experiencia de gobierno, rigor intelectual, independencia respecto
del aparato. El efecto equivale a la ingestión de un euforizante por parte de toda la
izquierda, dentro y fuera del PSOE porque la victoria en sí misma es una derrota de la
mediocre politiquería que ha hecho de lo inevitable la única síntesis entre lo nuevo y
lo viejo. Hay un flujo de joven militancia hacia los socialistas y de simpatía de otros
sectores de izquierda por la derrota de la conspiración de lo rutinario. Aznar y el PP
han reaccionado con una gran agresividad contra un candidato al que temen y contra unas
renovadas expectativas de la izquierda electoral y social. Sus aliados nacionalistas de
Cataluña y el País Vasco se alarman ante el efecto Borrell dentro de sus propios
ecosistemas electorales y la nomenklatura del PSOE ha experimentado un envejecimiento
repentino de novela de bioficción o de drama de Priestley. A Borrell le costará mantener
las esperanzas suscitadas por sus señales alternativas porque el socialismo democrático
atraviesa un período de crisis de identidad y, de prosperar los criterios de Blair,
incluso no tardará en dejar de autollamarse socialismo. Está claro que Borrell ahora no
puede seguir siendo tan independiente respecto del aparato y por lo tanto o él cambia al
aparato o el aparato lo secuestra y lo inutiliza, pero ese secuestro sólo significaría
una paradójica victoria suicida. Puede autolimitarse a ser brillante candidato frente a
un opaco Aznar, pero si no compensa las expectativas creadas como renovador del código
ético y político del PSOE, las mismas bases que han dado tan estimulante lección de
laicismo militante pueden sentirse estafadas, así como una izquierda extramuros del PSOE
que se ha apropiado de esta victoria como si les fuera en ella la esperanza como virtud
nada teologal. No estaba previsto que uno de los síntomas del milenarismo fuera que la
izquierda estuviera todavía capacitada para ayudarnos a superar el tedio histórico. Me
temo que el 1º de enero del 2000 volveremos a las rebajas y a las grandes liquidaciones
fin de temporada.
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