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EL ESCANDALO DE LA LEGISLATURA PORTEÑA

EL LOTEO DEL ESTADO, DE MANZANO A "CITY HALL"


Por Martín Granovsky

t.gif (67 bytes) El legislador porteño, bastante novato, asegura que la pregunta vino de un colega: "¿Y? ¿Cuándo empezamos a facturar?" El legislador uno asegura que lo sorprendió la pregunta del legislador dos. Que no supo si era un vicioso, un cínico o un desubicado hasta que el video de Luis Moreno Ocampo le demostró que City Hall también podía filmarse en Buenos Aires, y además, siguiendo la moda que impuso Pizza, birra, faso, con personajes reales como actores. Trabajan Rubén Garavaglia, "El Gordo", filmado pidiendo un retorno para conceder la publicidad institucional de la Legislatura al empresario Antonio Gómez, y quizás también Walter Berardo. Berardo es el flamante ex secretario administrativo del bloque radical, a cargo de Lautaro García Batallán. Todavía.

Todo sería muy folklórico si no fuera porque en el episodio de la Legislatura se juega algo mucho más importante que una película: cómo será el Gobierno de la Alianza en sus aspectos más prosaicos, en el día a día de la administración pública.

Un dirigente del Frepaso que pidió reserva de su nombre prefirió ponerlo de este modo: "El problema es que ellos no saben gobernar de otra manera".

Un dirigente radical tan sigiloso como el frepasista opinó así: "Ellos exageran. Creen que manejar el poder es un trabajo sencillo".

Para el primero, "ellos" son los radicales. Para el segundo, los frepasistas.

Radicales y frepasistas funcionan, estos días, como una pareja que ya no puede esquivar el casamiento pero teme la convivencia.

Cuando el dirigente del Frepaso dijo que los radicales sólo saben gobernar de esa manera quiso decir que respetan un sistema entre primitivo y gerencial de la política, basado en punteros y favores y asentado en la financiación estatal indirecta. El aparato del Estado como un gigantesco proveedor de fondos que garantiza tiempo libre, militantes full time, dinero para gastos de representación y el nivel de vida digno de un ejecutivo medio.

Los radicales se quejan de que enfoques de ese tipo son "poco políticos". "Creen que se puede hacer política sin aparato, solamente con la tele, y que se puede enchastrar a los políticos gratis, como si ellos estuvieran fuera del juego. Van a terminar escupiendo para arriba", dicen sobre su pareja.

El temor inmediato del Frepaso es que la Legislatura se convierta muy pronto en un remedo del Concejo Deliberante, con su halo de corrupción, vagancia y desprestigio. El miedo a mediano plazo es que los radicales no encuentren otra forma de financiar su aparato que la creación de ñoquis y la búsqueda de retornos. La combinación de las dos prácticas desacreditaría el prestigio de la Alianza ahora y, eventualmente, en el gobierno.

Cuando los radicales reprochan purismo al Frepaso, razonan que las declaraciones de principios eliminan la posibilidad de la corrupción de vuelto corto pero, como paradoja, terminan echando en brazos del establishment a los políticos que representan a las mayorías.

La verdad es que la discusión ya se dio en otro país. Y que, como diría un político profesional, ya fue saldada. Italia vivió todas las etapas imaginables de la relación entre política y dinero:

* Durante casi toda la posguerra gobernó una coalición de democristianos, socialistas, republicanos, liberales y socialdemócratas. Entre todos se repartieron el Estado. La llamaron "lottizazione", loteo. Uno se quedaba con el Ini, otro con la ayuda al Mezzogiorno, otro con la Rai, aquél con la ayuda exterior... El aparato daba puestos, buenos sueldos del Estado para bancar la actividad política de los cuadros y, sobre todo, acceso fácil a los empresarios, contratistas inevitables del Estado. La sociedad comercial de los partidos diluyó las diferencias entre ellos y produjo en los italianos un sentimiento de que los políticos eran todos iguales. Todos chantas. Tutti ladri.

* El socialismo de Bettino Craxi llevó a la cumbre el financiamiento sucio de la política porque le dio discurso de izquierda: si nosotros no lo hacemos, la política quedará para los ricos, o para los democristianos de Giulio Andreotti, que según dicen tiene tan buena llegada a la mafia. Así nació Tangentópolis, la república de la coima, con su red de sobornos programados de los empresarios a los funcionarios públicos.

* Al principio socialistas y democristianos robaron para la Corona, como diría un teórico mendocino. Después, para ellos. Y al final, para sus tataranietos, que de otro modo serían los descendientes sufridos de los políticos pobres.

Se sabe cómo terminó esa historia. Aguijoneado por la urgencia europea de reducir el déficit fiscal, el Estado italiano no pudo soportar que la clase política lo tomara como un yacimiento de recursos renovables, y la caída del Muro logró quitar el miedo a los italianos. Si el comunismo ya no vendría, ¿para qué mantener a estos zánganos? La hecatombe del sistema político y el Mani Pulite de un grupo de jueces pulverizó a la Democracia Cristiana y al socialismo, transformó en primer partido a los ex comunistas y proyectó a un primer plano a los independientes, los técnicos y los políticos sin aparato, que aquí se llaman mediáticos.

José Luis Manzano, César Jaroslavsky, el propio Carlos Menem, Enrique Nosiglia, son los exponentes locales de aquella "lottizazione". Tres de ellos pasaron de la gloria al ostracismo interno. El cuarto intenta conservar la gloria y escaparle a cualquier tipo de condena futura, moral o literal, por la Coimópolis argentina. El retorno filmado también forma parte de Coimópolis y, al ostracismo y la gloria, debería añadirse una tercera variante: Devoto.

Esta vez, milagrosamente, un empresario denunció en lugar de pagar. Es extraño. Los políticos suelen quejarse de que los empresarios, la otra pata de la Tangentópolis, sólo en teoría repudian la política sucia. Es cierto que la política limpia les ahorraría el dinero que ahora gastan en coimas o en el financiamiento secreto de las campañas electorales. "Pero la verdad es que no quieren dejar totalmente de pagar coimas o darnos aportes de campaña en negro, porque sienten que así nos tienen atados", explicó amargamente un dirigente de la Alianza. "Uno puede ser muy honesto, pero si llegó a ser diputado por el dinero de este o aquel empresario va a pensarlo dos veces antes de meter un proyecto que lo dañe", dijo. That is the question.

 


 

CÓMO ACABAR CON LA COIMA

Como en el caso IBM-Banco Nación, las empresas norteamericanas que quieren sobornar deben hacerlo a través de consultoras: la ley de EE.UU. prohíbe desde 1977 pagar coimas, al revés de la legislación europea, que hasta permite deducirlas de ganancias. La obsesión de Washington ha sido siempre cerrar esa brecha. Y un editorial de The Washington Post acaba de hallar el método. Sugiere que los Estados Unidos podrían aprovechar la Convención para Combatir los Sobornos en Funcionarios Públicos Extranjeros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), que firmaron 33 países en diciembre último. El diario recuerda que una vez que el tratado entre en vigencia, cualquiera de los signatarios se obliga a castigar las coimas que las empresas paguen a funcionarios de otro país. Entonces, recomienda que el Congreso norteamericano apruebe ya mismo el acuerdo, para obligar a los demás a que hagan lo mismo y conseguir que el régimen funcione y el soborno no sea más deducible. "En las naciones en desarrollo, y en las que están en transición del comunismo al libre mercado, la corrupción puede tener un efecto de debilitamiento", dice el editorial. "Esas naciones a menudo carecen de jueces y agencias que impidan el soborno. Cuando las elites gobernantes absorben enormes porciones de la inversión, empobrecen a todo el mundo, estimulan el cinismo y ridiculizan a quien quiere ser honesto", afirma The Washington Post.

"La única duda --dice el Post-- es si el Senado encontrará tiempo para votar, y si las dos cámaras del Congreso hallan la oportunidad de aprobar la legislación reglamentaria antes de que todo el mundo entre en campaña."


UNA FORMA DE HACER POLÍTICA

"Se trataba de un grupo de personas con poder e influencia, independientes del poder y la influencia provenientes del nacimiento y del estatus tradicionales. Para pertenecer a ella se tenía que ser 'alguien', es decir, ser una persona que contase como individuo, gracias a su fortuna, a su capacidad para mandar a otros hombres o, al menos, para influenciarlos. De ahí que la forma clásica de la política burguesa fuese completamente distinta de la política de masas de los que se encontraban por debajo de ellos, incluyendo a la pequeña burguesía. El recurso clásico del burgués en apuros o con motivos de queja, fue ejercer o solicitar las influencias individuales: hablar con el alcalde, con el diputado, con el ministro, con el antiguo compañero de escuela o colegio, con el pariente, o tener contactos de negocios. La Europa burguesa estaba, o iba a estar, llena de sistemas más o menos informales para la protección del progreso mutuo, de cadenas de viejos amigos o mafias ('amigos de los amigos'), entre los cuales se contaban las que surgían de una asistencia común a las mismas instituciones educativas (...). La burguesía como clase no organizaba movimientos de masas, sino grupos de presión. Su modelo político no era el cartismo, sino la Liga contra la ley de cereales." (La notable descripción no refleja --necesariamente-- este siglo sino el pasado. Pertenece a Eric Hobsbawm en La era del capital, 1848-1875, en una nueva edición que acaba de publicar Crítica.)

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