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EL CORAZÓN DE LOS ARBITROS DE FUTBOL


Por M. Vázquez Montalbán

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T.gif (67 bytes) Deambulo por el mundo recogiendo datos para un libro sobre el antes y el después de la entrada del Papa en La Habana. Roma ciudad abierta. He dialogado por la mañana con el doctor Navarro Valls y cenado con Su Eminencia Reverendísima el cardenal Roger Etchegaray. En mi cerebro bullen estrategias celestes y terrestres alteradas por el finiquito del milenio. Me tumbo en la cama de un hotel en el pasado vinculado con Craxi y conecto la televisión berlusconiana o postberlusconiana. En un canal Di Pietro diseña el futuro y en otro una copiosa asamblea debate la ya ucronía del penalty no pitado en el partido entre la Juve y el Inter. Tengo el corazón dividido porque en mi adolescencia sensible yo era de la Juve, el equipo de Togliatti, pero también del Inter, donde jugaba el mejor jugador español de todos los tiempos, Luis Suárez. Ahora también me divido entre Di Pietro y el penalty y, a pesar de que por mi condición de intelectual rigurosamente comprometido estaría obligado a centrarme en Di Pietro, el dedo se me dispara y me devuelve una y otra vez al debate sobre el posible penalty a Ronaldo.

Primera consideración. Después de ver docenas de veces esa obstrucción, llego a la conclusión de que en cualquier Historia de la Evidencia, escrita por Borges, por ejemplo, esa obstrucción sería considerada penalty y, en una futura edición de Historia Universal de la Infamia, no haber pitado ese penalty será considerado una infamia. Segunda consideración. Si no se ha pitado el penalty, no cabe atribuirlo a que el árbitro padezca secretamente de cataratas o que sufriera en aquel momento un bloqueo sensorial, porque la movilidad exhibida por el juez deportivo en el mismo momento del choque entre Ronaldo y el jugador de la Juve demuestra que hay una excelente conexión entre sus neuronas cerebrales y sus extremidades inferiores y superiores.

Di Pietro retorna a la mítica como los personajes de las novelas inglesas más delicadas retornan a mansiones que ya no son lo que eran, es decir, en busca de la sombra de ucronía. En la otra cadena, el debate sobre las razones de por qué el penalty no fue señalado me demuestra que los sentimientos han desaparecido de la consideración postmoderna como instrumentos de conciencia y sanción. Un humorista español, Miguel Gila, se planteó en un monólogo la responsabilidad del árbitro en el momento de pitar un penalty. La dramaturgia del penalty recuerda la del pelotón de fusilamiento o la de esos encuentros desiguales entre el que humilla y el humillado. El que lanza el penalty es el que humilla; el portero es el destinado a asumir la humillación de tirarse al suelo y que la pelota entre por donde él no estaba, culpable, incapazmente no estaba. El humorista español pedía a los árbitros que pensaran en las madres de los porteros, obligadas a soportar la compasión por el hijo batido, carne de su carne desparramada sobre el césped mientras la pelota rebota contra las mallas repitiendo una y otra vez el morse de su fracaso.

Creo que el árbitro del partido Juve-Inter pensó en la madre o en los allegados del portero de la Juve y no quiso hundirles en ese pantano de melancolía e impotencia donde nos meten los fracasos de los seres queridos. Di Pietro, en el otro canal, construía pieza a pieza el esqueleto de la razón democrática del futuro. ¿Y los sentimientos, Di Piedro? ¿Y los sentimientos?

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