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MITOLOGÍA
Por Antonio Dal Masetto


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T.gif (67 bytes) Muchas de las historias que escribí sobre el Bajo me fueron contadas en los bares que están cerca de Paraguay y Reconquista. En general por personas a las que apenas conocía de vista, de madrugada, cuando había corrido el vino y la comunicación se volvía fácil. Pero nunca me había encontrado con un conocedor de la historia antigua de la zona. Y resulta que el último sábado, en el Bárbaro, tropiezo con un parroquiano dispuesto a ilustrarme sobre los primeros tiempos del Bajo, con la única condición que se mantenga su vaso siempre lleno. El hombre espera a que le sirvan el primer whisky y después me pregunta:

--¿Vio el árbol que está en la plazoleta cruzando Leandro Alem?

Le digo que lo conozco perfectamente. Es un lugar donde me gusta ir a sentarme. Se trata de un viejo árbol cuyo tronco hueco, de noche, está lleno de pájaros dormidos. Cualquiera que ande por ahí puede detectarlo, está un poco a la derecha del edificio de IBM. Al anochecer los pájaros se meten por la parte superior del tronco y vuelven a salir apenas comienza a clarear.

--Bien --me dice el historiador--, lo que usted ignora es que ese árbol está desde siempre y que en los comienzos lo habitaba un solo gran pájaro. Un día ese pájaro puso dos huevos, los empolló y nacieron dos mellizos albinos y ciegos. En nuestros días cualquiera está enterado de que los albinos nacidos de huevo de pájaro sufren de ceguera según la altura en que se encuentren. Los mellizos de esta historia solamente eran ciegos mientras se mantuviesen debajo de los 30 metros. Superada esa marca hubiesen podido ver con normalidad, no sólo porque allá arriba el aire se vuelve más limpio sino fundamentalmente porque los dos albinos descendían de pájaros. Por ejemplo: en el departamento del segundo piso de la calle Reconquista donde vive Oscar Balducci seguirían tan ciegos como en la vereda. En cambio, en el departamento de Guillermo Saccomanno que vive en un noveno sobre la avenida Córdoba, verían tan bien como cualquiera de nosotros. Pero aquellos mellizos nunca se enteraron de esto porque entonces todas las casas del barrio eran de planta baja o a lo sumo con un primer piso. ¿Puedo pedir otro whisky, profesor?

Los albinos ciegos eran ambiciosos y crueles. Su fuerza residía en la unión y juntos valían por cien. Se adueñaron rápidamente del Bajo, regenteaban los prostíbulos, administraron los cabarets y obligaron a los comerciantes a pagar protección. Llevaban un clavo en la punta de los zapatos y al pasar le pinchaban la pelota a los chicos que jugaban en la vereda. Esos mellizos eran de lo que no hay. Los vecinos, cansados, comenzaron a reunirse y a conspirar, aunque nadie se animaba a enfrentarlos. Así que juntaron fondos y contrataron a un polaco que había desbaratado varias bandas en ciudades europeas. La Dársena Norte está ahí nomás, pasando la avenida. Un día atracó un barco con bandera holandesa, bajó el polaco, dio unos pocos pasos y fue a detenerse junto al árbol de tronco hueco, frente al banco donde justamente se encontraban sentados los albinos. ¿Me invita otro, profesor?

El polaco se presentó y soltó el discurso que había venido preparando durante el mes de travesía. Tenía una voz dulce y convincente que le había quedado de la escuela, porque en las obras de fin de año siempre le tocaba hacer de lobo feroz disfrazado de abuela en la representación de Caperucita Roja. Les dijo que experimentaba una gran solidaridad por los ciegos del mundo, que había habido ciegos en su familia y comprendía perfectamente la situación y era por eso que cada vez me encontraba con un ciego se sentía en la obligación de dejarle lo que pudiera y que a ellos les entregaría cincuenta dólares a cada uno. Sacó un billete de cien dólares del bolsillo, lo hizo sonar entre los dedos, se lamentó de no tener dos billetes de cincuenta y terminó diciendo: "Tome, se lo doy a usted, después consiguen cambio y reparten, no se olvide de darle la mitad a su compañero". Volvió a guardarse el billete en el bolsillo, se alejó taconeando fuerte, se paró a cincuenta metros y esperó. Mozo, otra medida, parece que este vaso está agujereado, je je.

Pasando algunos minutos uno de los mellizos dijo: "Vamos hasta el almacén de don Manolo a que nos cambie el billete". "Vamos", dijo el otro. Subieron hasta San Martín y entraron en el almacén: "Don Manolo, necesitamos que nos cambie cien dólares". "Con gusto", dijo don Manolo, abrió la caja, tomó dos billetes de cincuenta y antes de entregárselo preguntó: "¿Y los cien?". Los mellizos, al unísono, hablándose uno al otro, dijeron: "Dale el billete a don Manolo". Y se armó la podrida porque se acusaron mutuamente de ladrones y empezaron a los golpes y así fue como se quebró la sociedad que venían manteniendo con éxito desde años y se acabó el poder y sobrevino la decadencia definitiva de los mellizos. Acá es donde termina la era de los albinos y empieza la del polaco, que como vimos no tenía un pelo de sonso. Pero ésa es una nueva etapa de la historia del Bajo. ¿Me merezco otro whisquicito?

--Que sea triple --le dijo al mozo.

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