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UN RETRATO DE LOS JOVENES A PARTIR DEL ESTUDIO DE DOS SOCIOLOGOS
JOVEN ARGENTINO DE LOS NOVENTA
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Los resultados de una encuesta de Unicef fueron la base del estudio de Ricardo Sidicaro y Emilio Tenti Fanfani. Aquí los autores analizan la mirada de los jóvenes sobre la política, el trabajo y el futuro que les espera.

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Para Sidicaro la mirada del joven "no es apolítica".

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"Hoy hay una cultura joven", dice Tenti Fanfani.


Por Eduardo Videla

t.gif (67 bytes)  Suele decirse que los jóvenes de hoy no se acercan a la política. Pero en realidad, tienen una visión que, lejos de ser apolítica, es fuertemente crítica hacia la forma de funcionar de los políticos y las instituciones. Se dice que son escépticos. Pero ese escepticismo es el mismo que se detecta en toda la sociedad. Sólo que, por ser jóvenes, son más "extremistas" que sus padres. Para la mayoría de los chicos, la solidaridad es uno de los valores primordiales. Pero tienen muy pocas posibilidades de expresarla en una sociedad competitiva y egoísta. Las conclusiones pertenecen a los sociólogos Ricardo Sidicaro y Emilio Tenti Fanfani, quienes analizaron los resultados de una encuesta encargada por Unicef Argentina y plasmaron su evaluación en el libro La Argentina de los jóvenes, de reciente publicación.

La encuesta se realizó en febrero de 1995, sobre una muestra de 1100 jóvenes de todo el país, de 10 a 25 años de edad, de distintos estratos sociales. De acuerdo con el estudio, el 59 por ciento de los adolescentes y jóvenes, de 14 a 25 años, privilegia "lograr un buen nivel de vida, a partir de un trabajo estable y seguro", como la principal aspiración de vida. Un objetivo de difícil realización en tiempos de desempleo e inestabilidad laboral. Sobre la situación de estas generaciones, Sidicaro y Tenti Fanfani dialogaron con Página/12.

--¿Es más difícil ser joven en los 90 en relación a décadas anteriores?

Sidicaro: --Ser joven fue difícil en todas las épocas. Pero a diferencia de aquellos momentos en los que la gente creía que el futuro iba a ser igual que el pasado, ahora ni los jóvenes ni los mayores creen que el futuro va a ser igual que el presente. Hay más incertidumbre. Es una época de riesgo, donde los jóvenes probablemente tengan más interrogantes que los que tuvieron en otro momento histórico.

 

Tenti Fanfani: --También hay una ventaja. Hoy hay una cultura joven, tiene un valor ser joven. La juventud existe. Mi padre quizás no tuvo juventud: de la infancia pasó de golpe al mundo del trabajo.

--En la actualidad, en cambio, el futuro aparece más incierto.

T.F.: --Hoy está instalada la idea del fin de siglo, de fin del milenio, del fin de una forma de vinculación entre Estado y sociedad. La incertidumbre es mayor, aun para los que tienen un capital educativo elevado, como un título superior. Ni ellos tienen un puesto garantizado en la sociedad.

S.: --En buena medida, termina también la idea de la civilización del trabajo, la idea de que el trabajo va a ordenar nuestras vidas. Eso en otras épocas daba lugar a los jóvenes a preguntarse qué iban a hacer mañana. A partir de eso, la vida podía pensarse más revolucionaria o más reformista.

--¿Cómo afecta en este contexto el temor a no conseguir trabajo o a perder el empleo?

S.: --Todos los sectores sociales están afectados por el desempleo, aun quienes no tienen necesidades económicas apremiantes. Para los que tienen fácil inserción en el mundo de trabajo, el cambio de las profesiones crea muchísima incertidumbre. A los que están más abajo los golpea el hecho de que el escalafón construido en la cabeza de los padres ya no es transmisible. Al hijo de obrero, el padre le transmitía la idea de ser capataz, al hijo del capataz, la idea de ser técnico, y al hijo del técnico, ser ingeniero. La flexibilización y la desestructuración del mercado de trabajo hace que en el seno de la familia no se puedan transmitir los modelos de inserción en el mundo de trabajo.

T.F.: --Según la encuesta, la principal aspiración que los jóvenes tienen en la vida es tener un trabajo seguro y estable. Sigue existiendo como deseable la estabilidad, en un mundo que es inestable. Probablemente la vida obligue a estos jóvenes a cambiar las expectativas: crear las condiciones para crear su propio puesto de trabajo, como trabajadores independientes, sin esperar a conseguir la vacante en una empresa.

--¿Qué importancia tiene, en estas circunstancias, que los jóvenes no tengan líderes?

S.: --Los jóvenes no encuentran modelos sociales y políticos con los cuales identificarse. Nuestras encuestas muestran que el reconocimiento a las figuras públicas es muy bajo. Pero esto es algo que piensa la mayor parte de la sociedad. La desconfianza hacia la política no es patrimonio de ellos. Lo que ocurre es que muchas veces son más extremistas en su reflexión que sus padres. Si los padres son escépticos, los jóvenes serán muy escépticos, y si los padres tienen crítica moral, ellos tendrán una mayor crítica moral. No son indiferentes hacia la política, tienen crítica moral fuerte, más fuerte que los mayores.

--¿Puede interpretarse esta crítica como un reclamo hacia la dirigencia politica?

T.F.: --Sí. Por el hecho de estar fuera del juego, los jóvenes son una especie de reserva moral de las sociedades.

S.: --Los políticos suelen decir que los jóvenes no se acercan a la política. Pero los jóvenes tienen una mirada que no es apolítica. Tienen una mirada crítica a la forma de funcionar de los políticos y las instituciones. No dicen que no les interesa sino que funciona mal. La sociedad, por su parte, los mira con desconfianza: cuando en los medios se habla de los jóvenes, se habla de su relación con la droga, que no estudian y si estudian no razonan, que no tienen interés. El discurso oficial no los integra.

--La participación de jóvenes en delitos, que aparece como un fenómeno creciente, ¿puede interpretarse como una forma de rebelarse contra el orden establecido?

S.: --El delito, en los sectores más desprotegidos, es una forma de reaccionar contra la exclusión. En la Argentina todavía no se dan los fenómenos graves que afectan a los jóvenes cuando la sociedad no contempla sus aspiraciones. Se encuentran, sí, franjas de gente más golpeada, más desesperada. Hay un malestar cultural generacional por interrogantes sin respuestas, por la incapacidad que tienen las instituciones y los mayores. Esa poca atención por los jóvenes suele tener consecuencias muy graves. La Argentina tiene todavía mucho por hacer para integrar a los jóvenes. No es una cuestión de partidas presupuestarias de educación ni de salarios docentes: se están socavando las bases del futuro cuando no se generan condiciones para que tengan mejor inserción laboral en un mundo que cambia.

--¿Qué actitud deberían tomar la dirigencia política, las instituciones?

S.: --Los jóvenes deberían comenzar a formarse como ciudadanos para tratar de crear las condiciones de un país mejor. De ahí la necesidad de que los poderes públicos hagan algo que sirva para mejorar esa situación. Los jóvenes sienten el desinterés que la sociedad tiene por ellos. Y los poderes públicos, cuando los miran, lo hacen con inquietud. Las encuestas muestran que hay sensibilidad hacia la vida pública. Existe un disconformismo que no es emocionalmente neutro. Nadie dice "a mí no me importa".

T.F.: --No hay que confundir el desinterés por el juego político con el desinterés por las cuestiones públicas, por la justicia, la libertad, el padecimiento social. Son muy pocas las ocasiones que tienen los jóvenes de poder ejercer la ciudadanía. Estudian la democracia pero no la ejercen, no aprenden a tomar decisiones en forma conjunta. Hay un déficit en la formación política no partidaria: no se aprenden en la escuela cosas elementales como para entender lo que se lee en el diario.

--¿El escepticismo también alcanza a la relación con la escuela?

S.: --Hay una despreocupación general en el país sobre cómo crear una mejor calidad en la formación de las personas. Después, en las evaluaciones que se hacen se termina descubriendo que los chicos no saben pensar. Como si fuera culpa de ellos, cuando la sociedad corre serios riesgos de no saber pensar en ninguno de sus estratos, más allá de la edad que tenga. Hay problemas globales de futuro que se depositan en los chicos. Probablemente, podemos decir --para terminar por donde empezamos-- que ser joven en la Argentina de hoy tiene ciertas características complicadas.

 

Desinterés en la política

El 36 por ciento de los adolescentes (14 a 17 años) y el 23 por ciento de los jóvenes consultados (18 a 25 años) se mostraron interesados por la política, pero sólo una ínfima fracción tenía una activa participación en ese campo: el 2 por ciento de los adolescentes y el 1 por ciento de los jóvenes. A la gran mayoría, la política, directamente, no le interesa (44 y 49 por ciento, respectivamente).

Cuando se los consultó por los ámbitos de la vida a los que les dan mucha importancia, la gran mayoría optó por la familia (77 y 80 por ciento), los amigos (64 y 59 por ciento) o el trabajo (47 y 61 por ciento). En el último lugar figura la actividad política (3 por ciento para cada uno de los grupos consultados).

La crítica a los partidos se vio plasmada cuando expresaron su grado de desconfianza en las instituciones: el primer lugar fue para los partidos políticos (90 y 89 por ciento), seguidos por los sindicatos (72 y 82), la Justicia (65 y 73) y la policía (71 y 75 por ciento).

En cuanto a las "principales aspiraciones en la vida", se observa que la mayoría optó por un "buen nivel de vida a partir de un trabajo estable" (59 y 60 por ciento, respectivamente), en tanto que la "militancia social y política" ocupa el 19 por ciento de las preferencias en ambos grupos.


La educación criticada

Cuando los jóvenes evaluaron el nivel de la educación, lo que menos critican es la relación con los maestros, que son mejor evaluados que los programas y los contenidos. La mayoría de los estudiantes secundarios consultados declaró su insatisfacción con el tratamiento de temas de economía y política. "Esta actitud traduce una demanda de información y conocimientos básicos para descifrar las noticias y los acontecimientos políticos y económicos contemporáneos", dice Tenti Fanfani.

También es sintomática la insatisfacción sobre el lugar que se da a temas como el sida: el 43 por ciento en la primaria, el 47 en la secundaria y el 70 en el nivel universitario.

La disconformidad está directamente relacionada con el conocimiento que los chicos tienen sobre la enfermedad: el 40 por ciento de los alumnos de la final de la primaria está desinformado respecto de la peligrosidad de la enfermedad.

Como los jóvenes no son consultados para definir los contenidos escolares, en la encuesta se le hizo esa pregunta: la respuesta que concitó mayor acuerdo fue "que se enseñe educación sexual" en las escuelas, opción que eligió el 88 por ciento de los consultados.


Araca la cana

"Los jóvenes perciben la hostilidad de la sociedad en la represión policial antijoven, que reconocen los chicos de todos los sectores sociales", afirma Sidicaro. De acuerdo con la encuesta, fueron detenidos alguna vez el 9 por ciento de los que tienen entre 14 y 17 años, y el 18 por ciento de los que están entre los 18 y los 25. La mayoría de las veces, dijeron, fue "porque no tenían documentos" o "sin motivos".

"Todas las respuestas revelan un rechazo a la policía que no es arbitrario --dice Sidicaro--. Está vinculado a que la policía los reprime injustamente o a que participa en asuntos contrarios a su razón de ser."


Solidaridad vs. Poder

Según el análisis de Tenti Fanfani, los valores y aspiraciones de los jóvenes no coinciden con los que la sociedad premia. Mientras ellos dicen valorar más en una persona la solidaridad (el 50 por ciento de los chicos de 10 a 17, el 53 por ciento de los de 18 a 25) y la inteligencia (45 y 51 por ciento), la mayoría cree que la sociedad prioriza el nivel económico (60 por ciento del total), la apariencia, la fama y el poder (41 por ciento).

Luego, cuando se les pidió expresar qué actitudes consideran éticamente despreciables, el 78 por ciento condenó la malversación de fondos públicos, el 73 por ciento a los traficantes de drogas y el 66 por ciento a los funcionarios que coimean. Las figuras menos condenadas fueron faltar seguido al trabajo, emborracharse, realizar pequeños robos o copiarse en la escuela.


 

Religión obligatoria

Por Diego Fischerman

Los autoritarismos nacen en la tentación de las mayorías de homologarse con la totalidad. El fútbol le gusta a mucha gente --también a mí-- pero la suposición de que deba formar parte de la currícula de la educación general básica parece excesiva. Un mundial puede ser un estímulo pedagógico tan bueno como cualquier otro para que se lea en clase, se discutan textos, se trabaje en grupo y se pongan en juego aspectos del aprendizaje tanto o más importantes que una regla ortográfica en particular. La pregunta es qué hará la escuela, como institución, frente a aquellos chicos o chicas a los que no les interesa el fútbol. ¿Serán los bichos raros? ¿Los elitistas? ¿Los maricones? ¿Cuál será la alternativa pedagógica que la escuela brindará a aquellos o aquellas que no quieran ver los partidos? ¿Irán al rincón?

Fui maestro durante diez años. Y una profesora, de la época en que estudiaba --era otra época, desde ya, en la que Paulo Freire formaba parte de la bibliografía--, sostenía que la función de los maestros (y de la escuela en general) era deseducar a los alumnos de todo lo que, sin mediación alguna, les llegaba desde los medios de comunicación masiva como única verdad posible. En un mundo en que el gran logro del mercado es una homogeneidad cada vez mayor, la escuela, para muchos de los chicos, es la única fuente posible de heterogeneidad cultural. El único resguardo capaz de mediar entre ellos y el mercado. No se trata de negar lo que sucede afuera. No es cuestión de que la escuela se plantee, por ejemplo, una lucha en contra de "Chiquititas" o de Xuxa. Se trata de que haga propio ese discurso. Respetar los gustos de los chicos no implica mimetizarse. La escuela debe reconocer la cultura dominante. Lo que no puede obviar es su propia voz, de la misma manera en que un padre, sin denigrar a su hijo por el hecho de que quiera comer sólo chocolate, no debe olvidar que sabe de alimentación más que él, que cuenta con información de la que él carece y que es responsable por su salud. Independientemente de lo apasionante que pueda llegar a ser un mundial, la voz del mercado es hoy, indudablemente, la de una superficie terriblemente homogénea (y autoritaria): pensar fútbol, soñar fútbol, etc. ¿La voz de la escuela debe ser la misma que la del mercado? ¿Su única alternativa, para no quedarse afuera de lo que le interesa a muchos chicos, es hacer el juego de las empresas interesadas en que no se sueñe ni se piense en otra cosa? ¿Y qué se hará con los que, a pesar de todo, piensen en otra cosa? ¿Deberán mirar los partidos como en el pasado asistían a clases de religión obligatoria?



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