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Los jueces empiezan a creerle a los niños
Cuando los chicos suben al estrado

La Corte Suprema revirtió un fallo previo y condenó a un hombre que violó a un nene de 6 años en base al testimonio del chico. El caso saca a luz el debate sobre la credibilidad de los niños como testigos y la importancia de saber interrogarlos. Opinan jueces, abogados y especialistas en abuso infantil.

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t.gif (67 bytes)  El relato de un chico de seis años fue el principal elemento de prueba para condenar por violación al portero de un colegio primario del barrio porteño de Palermo. Aunque no hubo prueba de semen ni testigos del hecho y el menor, víctima del delito, se desdijo una vez, la Corte Suprema de Justicia creyó en sus palabras y revirtió una condena absolutoria de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Criminal y Correccional de la Capital Federal que había considerado insuficientes las pruebas para mandar a prisión al acusado. El caso puso en el centro del debate la credibilidad de los niños como testigos en los estrados judiciales. ¿Se les debe creer? ¿Y si fabulan? ¿Pueden ser manipulados por adultos? ¿Cómo hay que interrogarlos? ¿Cómo los tratan los magistrados argentinos? Consultados por Página/12 dos juezas, varios abogados y especialistas en abuso sexual infantil responden los interrogantes.
“Es un fallo muy importante porque refleja un cambio en relación a cómo son tratados los chicos en los tribunales: en la gran mayoría de los casos la palabra de ellos no es tomada en cuenta en su real dimensión”, evaluó Gustavo Gallo, presidente de la Comisión por los Derechos del Niño de la Asociación de Abogados de Buenos Aires.
Para la abogada Carmen González –quien acaba de participar en Ottawa, Canadá, de la Cuarta Conferencia Internacional de Mujeres Jueces sobre Abuso Sexual Infantil– la sentencia de la Corte Suprema se enmarca en una tendencia mundial de adecuación de la Justicia a la Convención Internacional por los Derechos del Niño, cuyo artículo 12 establece el derecho de los chicos a ser escuchados.
“A los chicos hay que escucharlos y creerles”, coincidieron todos los profesionales consultados por este diario. Eso es lo que hizo el juez de primera instancia y la Corte Suprema con U., de seis años, quien concurría al colegio Edmundo de Amicis, de Palermo. El niño relató que la mañana del 8 de noviembre de 1990 fue al baño de la escuela y allí fue ultrajado por el portero Rolando Vera Rojas. Obviamente, el chico contó los hechos con palabras acordes a su edad: “Al llegar estaba Rolando limpiando el baño (...) Cuando había hecho un poquito de caca, entró (el portero) al lugar donde estaba el inodoro. Lo tomó de la cintura, lo levantó y lo apretó por detrás, metiéndole en la cola un palo que estaba caliente, lo que le produjo dolor. Luego de ello, Rolando le expresó que lo mataría si contaba algo”, señala el fallo de la Corte, reproduciendo el expediente de la causa 20.121. Al ser revisado por el médico de guardia del Hospital Alemán, José María Moyano Walker, y en presencia de su padre, el niño dio una versión distinta de los hechos, que luego modificó en la comisaría donde quedó radicada la denuncia y amplió posteriormente en el tribunal instructor. “‘Sólo ante la seguridad de que Rolando fuera preso contaría todo lo sucedido’, ya que no lo podría matar”, recuerda que dijo U. la resolución del máximo tribunal. El fallo en cuestión fue dictado el 15 de julio de 1997 pero recién trascendió ahora.
“Este fallo es revolucionario respecto a los criterios tradicionales de evaluación de la prueba. Aunque no hay una prueba contundente como es la coincidencia de semen o la declaración de testigos, la Corte considera probada la violación, teniendo en cuenta el relato del chico y otras pruebas e indicios reseñados por el juez de primera instancia, entre otros, la ‘fisura anal’ y el ‘hematoma en el muslo derecho’ diagnosticado por el médico Moyano Walker y el cambio de conducta que mostró el niño en los días siguientes al hecho (su madre lo notó ‘muy agresivo’ y ‘muy alterado’)”, consideró la abogada Leonor Vain.
Una mirada directa
En la mayoría de los casos, los niños suelen aparecer como testigos víctimas de delitos sexuales (maltrato, abuso, violación) y de robo. “No hay una edad establecida a partir de la cual pueden declarar en los tribunales”, indicó la abogada Marisa Grahan, del Grupo Nacional para la Defensa de la Infancia y Adolescencia.
Sin embargo, muchas veces no se les cree, como ocurrió con la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Criminal en el caso de U. “Lamentablemente, pocas veces se le presta adecuada atención a los dichos de un niño. Hay magistrados que no toman en cuenta sus relatos porque creen que fantasean y son muy imaginativos o mienten. Pero se ha demostrado con investigaciones que tienen capacidad para atestiguar y describir lo que han vivido y que incluso ante situaciones traumáticas –no solamente sexuales– tienen la capacidad para describir detalles a veces con mayor precisión que un adulto. El adulto mira a través de la explicación del hecho, el chico mira y no privilegia nada”, señaló la psiquiatra infantojuvenil y psicóloga Irene Intebi, coordinadora del Programa de Asistencia del Maltrato Infantil del gobierno porteño.
La jueza correccional Mónica Atucha admitió que “por muchos años, el sistema de justicia criminal dudó acerca de la competencia de los testimonios vertidos por los niños, a causa del escepticismo de la comunidad legal sobre las capacidades de los menores de brindar un testimonio adecuado, particularmente frente a cuestiones delicadas”. Atucha, miembro de la Sociedad Americana de Criminología, mencionó un estudio efectuado en niños de 8 a 12 años de una amplia gama de capacidades que concluyó que podían ser testigos tan confiables como los adultos y que todo dependía de la manera en que fueran interrogados (ver aparte). “La recordación de un testigo infantil puede ser tan precisa como la del adulto”, destacó Atucha.
Sin mentiras
Luego de años de escuchar niños abusados sexualmente, Intebi es contundente: en la gran mayoría de los casos los chicos no mienten, afirma. En su flamante libro Abuso sexual en las mejores familias (Ediciones Granica), Intebi cita distintos estudios sobre la veracidad de los relatos de chicos abusados, cuyas conclusiones señalan un porcentaje muy bajo de falsas acusaciones. “Estas, en general, ocurren en determinados contextos tales como los juicios de divorcio y de tenencia controvertidos”, puntualizó la psiquiatra infanto-juvenil.
En su libro señala la investigación realizada por los norteamericanos, D.P. Jones y J.M. Mc Grow, quienes analizaron 717 casos atendidos en el Centro Nacional Kempe (EE.UU.) entre 1983 y 1985. Sólo el 3 por ciento del total (21 casos) podía ser considerado falsa acusación: en el 1,3 por ciento (9 casos) la denuncia había sido realizada por un adulto; en el 1 por ciento (7 casos) no se podía determinar si el relato se había originado en el niño o en el adulto, y en el 0,79 por ciento (5 casos) correspondía a falsos relatos hechos directamente por los menores. “Resulta claro que los preescolares carecen de la capacidad intelectual y cognitiva para inventar historias que incluyan detalles sexuales adultos, con el objetivo de incriminar a terceros”, agregó Intebi.
Para descartar que se trate de un testimonio mendaz, los menores suelen ser sometidos a tests psicológicos que establecen si fantasean o no. “Es muy importante, cumpliendo con la Convención Internacional de los Derechos del Niño, escuchar a los chicos. Pero ojo, si no hay otras pruebas, con los dichos de un niño no basta. Con la mera denuncia el juez no se puede mover. Si no se corrobora fehacientemente la veracidad de lo que están denunciando, los testimonios de chicos pueden ser un arma de doble filo, ya que pueden ser usados por sus padres en causas con fines patrimoniales o en divorcios”, alertó Lucila Larrandar, jueza de tribunal oral federal de San Martín y titular de cátedra de Derecho Penal y Procesal de la UBA.

 

Testigos en Hollywood

Mark Sway tiene once años y está a punto de cometer una travesura, fumarse un cigarrillo a escondidas de su madre. Lo que no sabe es que el crimen siempre paga: por ese inocente pecado se convierte de pronto, allí mismo, donde suponía que nadie lo vería, en el improvisado confesor de un abogado de la mafia, a punto de pegarse un tiro en la cabeza. A partir de ese comienzo, El cliente –la típica Grisham movie– hace de Mark un testigo en potencia, un chico a quien el fiscal general de Estados Unidos, nada menos, quiere presentar a declarar en una corte judicial. Al gobierno no le importa que el chico no quiera decir ni lo que vio ni lo que escuchó: lo considera totalmente apto para sentarse allí frente a un Gran Jurado, como si fuera un adulto. La película dirigida por Joel Schumacher en 1994 es la más recordada pero no la única que ha producido Hollywood con un niño como testigo, capaz de poner en vilo el mundo de los mayores. El otro film que salta inmediatamente a la memoria es Testigo en peligro (1985), la obra maestra de Peter Weir, donde Harrison Ford debe proteger de la narcomafia y de la misma policía a un chico de no más de seis años, que tiene la mala suerte de ver lo que nunca debió haber visto en su primer viaje a la ciudad: un asesinato. Que el chico pertenezca a la comunidad amish de Estados Unidos, alejada de toda forma de violencia, no hace sino reforzar la idea de la inocencia esencial de la infancia. Una inocencia siempre amenazada, pero capaz también de decir su verdad.

 

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