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Por Juan Gelman

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T.gif (67 bytes) Están ya calculando si lo tienen preso más tiempo o menos tiempo. Ni más ni menos que el doctor Moreno Ocampo, segundo de Strassera en el juicio que condenó a Videla, dice que el señor no es punible. El doctor Pedronzini, abogado de las Abuelas querellantes ante el juez Bagnasco, alerta que la prisión del señor proporciona argumentos para terminar con el juicio que Baltasar Garzón instruye en Madrid. Algunos piensan que puede cohibir el proceso Bagnasco, es decir, el juzgamiento de los genocidas de abajo hacia arriba y no solamente arriba, como fue la doctrina bajo Alfonsín que dejó bañados en óleo de impunidad a los perpetradores de los grupos de tareas. El Gobierno dice que nada tuvo que ver con la decisión del juez Marquevich, que es amigo del Gobierno. Otros opinan que este juez intenta practicar la buena letra para guarecerse de los juicios políticos que se le vienen encima. Apoyado en su desesperación, Massera ulula contra "los generales homosexuales que no saben lo que dicen", esos "ridículos" que "se están borrando", y asevera que Videla es "un señor", "un caballero" y "un amigo" al que siempre defenderá. La memoria del carnicero de la ESMA es errática: "Sostuve tres conversaciones con Massera -–testimonió el doctor Emilio Mignone, que en 1976 buscaba a su hija secuestrada--. El alardeaba de recibirme, mientras que Videla no. Me dijo que Videla era un hijo de puta y que por eso no me recibía". Mentir es otra de las costumbres de los asesinos.

Hay descomposición arriba y consenso abajo: Videla está donde debe estar. Es que los perdones, indultos y aministías no alcanzaron a echar tierra sobre la tragedia argentina. A pesar de las complicidades de un sector de la sociedad con el golpe, primero, luego con la dictadura militar y finalmente con la impunidad imperante, las heridas no se curan. Los paños tibios --como las autocríticas cortitas del general Balza-- no las curan.

La Argentina sabe ser única paradójicamente. Antes, los socialdemócratas europeos, entusiasmados con Alfonsín, decían a los familiares de los desaparecidos a manera de pálido consuelo: "En ningún país del mundo se ha juzgado a los máximos responsables de una dictadura militar, sí en la Argentina". En efecto. Pero hoy cabe preguntarse, como José María Pasquini Durán: "¿En cuántas ciudades del mundo, que hayan pasado por años de plomo semejantes a los de aquí, pueden encontrarse en una calle cualquiera anuncios como los del escrache: 'En esta casa vive un criminal genocida'?". En ninguna. Como el dolor a Antígona, la memoria de los crímenes no nos abandona.

Los propagandistas del olvido se la pasan recordándonos lo que hay que olvidar. Ellos fingen ignorar -–o no les importa-- que los militares argentinos han cruzado una raya, impensable otrora, y que la mayoría cada vez menos la soporta. Las atrocidades de la Revolución Libertadora y la represión desatada contra la resistencia peronista duermen en un oscuro rincón de nuestra historia. Las cometidas por las Juntas están cada vez más vivas en la conciencia nacional. No se dejan olvidar.

Massera entrando clandestinamente a Tribunales. Videla tapándose la cara y llevado en vilo cinco metros para alejarlo del odio de la gente. Seguramente es poco para pagar lo que hicieron, pero esas imágenes son signos de una condena moral que, a más de 20 años de distancia, no cesa de crecer. Ha germinado la semilla que organismos como la APDH y el SERPAJ y, sobre todo, las catorce Madres que un día de abril de 1977, en pleno terror, sólo armadas de un pañuelo blanco, iniciaron la ronda de los jueves, arrojaron a lo que parecía sólo viento. Pero era el viento de la Historia.

No sé si a Videla hay que dejarlo únicamente entre rejas. Tal vez -–como sugirió Allen Ginsberg-- convendría además condenarlo a hacer tareas de utilidad social. No sería un espectáculo desdeñable verlo 8 horas diarias barriendo las calles de Buenos Aires. Los compañeros municipales -–creo-- no protestarían porque les quitan el trabajo.

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