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UN DEBATE SOBRE LOS PORTEÑOS Y EL TRAVESTISMO

LOS LÍMITES DE LA TOLERANCIA

El conflicto suscitado en Palermo puso a las travestis en un primer plano, en el que se han cruzado furiosos rechazos y solidaridades. Aquí, intelectuales, actores, políticos y hasta un religioso discuten qué les pasa a los porteños --y en particular a ese difuso segmento del "progresismo"-- cuando las travestis imponen su presencia.

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Para muchos, la presencia de travestis en las calles de Palermo resulta indigerible.

Por Cristian Alarcón

t.gif (67 bytes)  Una vez más la anécdota puede dar comienzo. Una periodista de economía de un matutino porteño ingresa a la central de Sun Microsystems, monstruo y competidor de Microsoft, en Palo Alto, California. Detrás del mostrador de la recepción, una rubia levanta la vista y la mira. Va de camisa rosa con cuello bebé, y una peluca con brushing. Tiene las manos enormes y con vello, los pies más allá del 40, una cintura envidiable ceñida por la pollera negra. Es una secretaria travesti que al darse cuenta del asombro de la visita, se limita a sonreírle condescendiente, y la acompaña luego hasta el ascensor. Lejos de la situación normal para los norteamericanos del oeste, la Argentina apenas resiste por ahora la discusión sobre las veredas de Palermo, y buscar en la profundidad qué le ocurre al ciudadano ante la imagen irreversible de ellas inscriptas en la vida social para siempre no es tarea fácil. ¿Existe un discurso correcto y uno incorrecto para hablar de las travestis? ¿De qué manera mastican la tolerancia aquellos clasemedieros con cierta conciencia social, política y cultural? Aquí, un intento de profundización desde esa viscosa a la que desde la primavera democrática se autodenomina "progresista", esta vez en la palabra de una dirigente sindical, un actor, un sacerdote, una vedette, una escritora, una dirigente de los organismos de derechos humanos, un psicoanalista y un filósofo.

Quizá lo mejor sea partir de la opinión de quien desde la Iglesia Católica más progresista pertenece al mismo sector político que impulsa la tolerancia de las travestis en la calle. El padre Luis Farinello considera, por ejemplo, que es comprensible que un hombre casado, un sacerdote, pueda pecar. "Está mal, pero si están la ternura, la entrega del temblor amoroso ... Claro que si al acto sexual se le saca lo que llamamos amor, puede ser una porquería. Es un mismo acto donde más nos humanizamos y donde más nos deshumanizamos. Tanto ellas como los que van con ellas", dice y de paso recuerda la existencia del cliente. Entre lo celestial y el infierno, Farinello no puede evitar ese tránsito de la misericordia al escarnio. Lo han visitado en Quilmes buscando ayuda. "Vienen de muchas cicatrices y siento ganas de quererlas, de abrazarlas, sufren tanto, están tan solas. No siento asco, ves las soledades, las burlas, las traiciones", respira religión. "Una vez Mauro Viale me preguntó de sopetón, en un programa donde yo los defendía. ¿Pero los querrías vos en la puerta de tu guardería?", cuando me dijo, "tus chicos, los que vos les das de comer, ¿quisieras que los vieran en la puerta?". Y me sentí tan mal ... Pero me salió de adentro: dije no. Y creo que lo sostengo."

Cuestión de multiplicidad

La vereda religiosa de Farinello no es tan diferente de la de quienes creen tener una sexualidad definida. "El travestismo les puede parecer un insulto porque les resulta imposible comprender la complejidad del problema", según explica el filósofo Enrique Marí. Marí sonríe a la compasión cristiana y a esa pátina que no permite comprender que el eros, tal como lo entendían los griegos, es en definitiva una forma de sociabilidad humana. Para entenderlo Marí se remonta a la Grecia antigua de los andróginos castigados por su soberbia ante los dioses. "Pero tal cual debieron hacer los griegos, no podemos ir en contra de la naturaleza humana, por cuanto en ella está la multiplicidad de tipos de sexualidad. Si el ciudadano no comienza por reconocerla y se siente el centro del mundo, terminará por considerar que no hay ninguna solución y volverá al pasado."

Cuando se trata de las izquierdas más activas la resistencia a veces no es sólo política. La idea de diversidad se da de bruces con algunas prácticas militantes y entonces el vocablo logra trasmutarse en contrasignificado: hay quienes se resisten a la aparentemente obvia y antigua idea de multiplicidad anotada por Marí. De hecho, la irrupción de un contingente de travestis en la ronda de las Madres la semana pasada generó entre los habitués de la Plaza mucha sorpresa pero más juicios en contra. "Este no es el lugar", fue la muletilla. Sólo Hebe de Bonafini se mostró solidaria con la causa, pero dos segundos antes de que la puedan registrar con el pañuelo blanco abrazándose a una travesti, ya lo tenía en la mano. "Ellas siempre van a estar más prostituidas que nadie", fue el látigo que eligió para contestar a la adhesión de la dirigente Lohana Berkins.

En lo institucional la causa travesti ha conseguido la adhesión de la mayoría de las organizaciones de Derechos Humanos, entre ellas las Abuelas de Plaza de Mayo, aunque en la marcha de esta semana los representantes de esas agrupaciones estaban sólo en los papeles. Estela Carlotto recuerda su crianza en una familia que consideraba, como casi todas, que se debía ocultar la homosexualidad como un delito. "Pero los cambios culturales nos tienen que hacer modificar una conducta, el crecimiento debe impulsar la tolerancia. Lamentablemente hay discursos, pero no hay una práctica. Se escucha a gente que se dice tolerante decir `que a mí no me toque, que se vayan de esta cuadra'. Es lo mismo que quien aborrece la discriminación y no dejaría que su hija se case con un negro."

Cuestión de tolerancia

El antirracismo argentino, otro mito de la idea fundacional del crisol, aparece como inevitable en el rastreo de las consecuencias del travestismo. Para la escritora investigadora Florencia Abbate, el rechazo a la travesti, entre otros, expresa el del "negrito infectado que tengo en la puerta de casa, al que no quiero ver" (ver entrevista). Para la psicóloga Silvia Fendrich la tolerancia padece un síntoma especial en este país, y mucho más entre los progres. El hecho de que el universo progresista de los '50 necesitó por razones políticas decir que no hay diferencias entre los humanos bajo el precepto de "somos todos iguales", derivó en una negación de los rasgos distintivos. "El discurso progresista desconoce de una manera característica la existencia de la diferencia. El reaccionario la combate con una acción violenta. En el fondo los dos están puestos al servicio de la misma idea, no la toleran."

La intolerancia porteña es vista desde una óptica más social por la secretaria general de Ctera, Marta Maffei. "Lo que ocurre es que hay una irritación mayúscula. La necesidad de cuidarse del robo, de la droga, de la agresión, los conflictos vinculados con el trabajo, configuran una sociedad a la defensiva, que obviamente baja los niveles de tolerancia. Esto llegó en un momento en que las cosas están demasiado tensionadas y es difícil ser ecuánime." Maffei es madre de familia y el tema ha sido parte de la mesa de pastas del domingo. Allí, dice, se percibe que hay que admitir al distinto pero hay un punto en el que "las acciones personales interfieren en la vida del resto y hay que poner un límite a la tolerancia. No se puede tolerar lo que a la vista del mundo es intolerable".

Cuestión de prestigio

El resto del mundo manda en el juego de las palabras. Desde el mundo de las palabras la escritora Vlady Kociancich sostiene que "el enfrentamiento entre vecinos y travestis no tiene nada que ver con actitudes progresistas o reaccionarias. Tiene que ver con el abandono de la cosa pública por quienes se supone deberían ocuparse, siquiera para que uno ponga el grito en el cielo, acusándolos de represores sin conciencia". La autora de Cuando leas esta carta cree que el sayo les cabe a los legisladores, "esas personas, elegidas para hacer los trabajos sucios que un progresista de verdad nunca haría, como trazar un orden y hacerlo cumplir tratando de que produzca el menor número de víctimas posible, se ponen en nuestro lugar, sonríen a la cámara de turno, y hablan de tolerancia y otros valores, mientras los ciudadanos se degüellan. No es el espíritu progresista el que manda en este tiempo. Son los medios". La escritora prefiere adjudicar el drama a las instituciones. El otro camino es el medio camino, la mitad mítica que invocan los apasionados del equilibrio.

La idea de que estar en el centro del río nos salvará del choque contra las rocas, y de que las corrientes de pensamiento se suceden en oposiciones, le parecen al psicoanalista Germán García "un espejismo político de las clases medias intelectuales". García prefiere hablar de la travesti real, y que le resulta "una práctica inofensiva". Ofrece una "transgresión tolerable a los hábitos de la clase media, así como lo fue en la antigüedad cuando era el centro de los carnavales. En realidad, admitirlos no es progresista sino que es popular". Resultado: a los vecinos de Palermo la travesti les corroe el prestigio social. "Tampoco tolerarían que vayan los bolivianos a vender corpiños a sus veredas", arriesga sobre ese escenario tan preciado para los hombres del barrio en conflicto como sus hombrías de bien y la inequívoca sensación de que seguiremos siendo progres hasta la muerte, jamás travestidos.

 

Les genera esperanzas             na16fo03.jpg (8529 bytes)

t.gif (67 bytes) "Al argentino le genera rispidez todo lo que sea relativo a sexo y por eso lo maquilla de hipocresía, tapa esa cosa que ve como oscura --opina Moria Casán--. He tenido boliches gays y la discriminación es impresionante, llega al absurdo. Tenía que hacer una fiesta y una marca de champaña no me lo daba porque era un boliche gay. En el caso de las travestis, en el fondo a la señora le da miedo que al marido le guste esa tan adornada. En la gente de izquierda es peor, no creo en ellos porque conozco algunas que se las dan de guerrilleras, pero en la puerta de la casa no quieren un travesti, bien a la argentina, metido en el polvo ajeno, sin preocuparse del propio. No hay otro lugar en el mundo con semejante rollo".


Intolerantes o reprimidos              na16fo04.jpg (7883 bytes)

t.gif (67 bytes) "No me molesta la gente en la calle y los travestis tampoco --dice Gerardo Romano--. Al argumento de qué será de nuestros chicos, digo: acceden a Internet y a la TV, no les tuerce la formación ver a un hombre vestido de mujer parado en la calle, que está esperando tener sexo por plata. Si de algún modo hay conductas que producen daño o desorden, hay que evaluarlas dentro de las normas. Personalmente estaría lejos de tener una relación sexual con ellos. Pero evidentemente hay un condicionamiento importante, habrá que mirar qué aspecto de cada uno hace que a veces nos pongamos en perseguidores. Para mí los que plantean la intolerancia son los reprimidos que están percibiendo el propio travesti detrás de ellos".


LA OPINION DE DOS LEGISLADORES DE BUENOS AIRES

"EN LOS SETENTA NO EXISTÍA"

na16fo02.jpg (8689 bytes) Derechos: "Cuando se comienza a plantear el tema de los derechos se escucha la resistencia: se las puede imaginar en una zona roja, pero jamás en la universidad".


t.gif (67 bytes) "Un político progresista tiene que estar dispuesto a que no lo quiera todo el mundo", sostiene el diputado frepasista Eduardo Jozami, abucheado por los vecinos de Palermo que se oponen con fiereza al ejercicio de la prostitución en las calles de la ciudad. Para el legislador porteño la reacción de un sector de la población contra las travestis va más allá de la molestia que puedan ocasionar en el ejercicio de su profesión: "Siempre que se juzgó al fenómeno de la prostitución había una condena ética, pero nadie se levantaba. Acá hemos visto reacciones violentas y creo que es porque la figura del travesti interpela las zonas más oscuras de la personalidad de la gente y eso es lo que provoca el rechazo", reflexionó.

Jozami reconoce que él no era el tolerante que es en tiempos de la militancia peronista. "Pasamos del coraje revolucionario a la tolerancia".

El radical Cristian Caram, partidario de la creación de una zona roja en el conflicto desatado en Palermo, coincide con Jozami en que más que la práctica de la prostitución, lo que irrita a los vecinos es la presencia en sí de los travestis delante de sus propias narices: "Aunque considero que no se puede permitir que generen molestias en la puerta de las casas, no puedo dejar de ver que lo que la gente no tolera es la existencia misma de los travestis. Parece que representan o ponen en evidencia en una sola figura muchas de las cosas muy secretas de las personas, la orientación sexual, la exhibición del cuerpo", opinó Caram. "Los vecinos tienen una hipersensibilidad para con esta nueva orientación sexual".

Jozami destaca como saldo positivo de la batalla entre vecinos y travestis el cambio cultural de la sociedad argentina que reflejó la movilización de las organizaciones que representan a las minorías sexuales. "Cada uno, con este punto, vivió una crisis personal. En los setenta estos temas no existían. En el mejor de los casos había una cierta tolerancia compasiva cuando no era discriminatoria. El hecho de haber incluido en la Constitución de la ciudad de Buenos Aires el derecho a ser diferente implica un cambio cultural profundo en la sociedad y en los sectores progresistas", agregó Jozami. Como en todo cambio cultural las resistencias aparecen. "Sucede que en el fondo hay un criterio muy reaccionario que es el de creer que hay gente normal, que constituiría la mayoría de la población, y pequeñas minorías que deberían ser discriminadas", advirtió Jozami.


FLORENCIA ABBATE, INVESTIGADORA

"EL ESTEREOTIPO DE LA LIBERTINA"

Por C.A.

t.gif (67 bytes) Florencia Abbate es investigadora y escritora y está próxima a publicar El/lo/ella, un libro resultado de su trabajo sobre la historia de la transexualidad y las travestis en la Argentina. Entrevistada por Página/12, Abbate describe el mundo travesti. "La transexual tiende a construirse desde el lugar estereotipado de la mujer. Mariela fue el paradigma. Sobre la travesti pesa el estereotipo de la libertina. Ese componente más histriónico es utilizado para despolitizar y estetizar el conflicto a partir del abuso mediático de la imagen colorida de la travesti."

 

--¿Por qué es más cómodo preservarlas en ese lugar?

--Justamente porque se parte de la base de que lo que se hace con ellas es una concesión y no un derecho verdadero. Se hace hincapié en la marginalidad y en la carnavalización de la identidad travesti, o sea se puede tolerar que sean algo graciosas. Cuando se comienza a plantear el tema de los derechos, concretamente, se escucha la resistencia: o sea, se las puede imaginar en una zona roja, pero jamás en la universidad.

--¿Y su integración a todos los espacios sería según su óptica lo políticamente correcto?

--En una cultura políticamente correcta desarrollada habría una base de sentido común que supone que por un lado existe el sexo biológico y por otro el género como cuestión cultural. Y que por lo tanto la aceptación de otras identidades sexuales no parte de compadecer al diferente, si no de comprender que son identidades que se construyeron de otra manera. En este país se discute sobre la base del pensamiento religioso, nacimos hombres o mujeres y luego no hay elecciones.

--¿La travesti simboliza la libertad de elección?

--En realidad lo contrario. La mayoría nació en una familia pauperizada, en donde la posibilidad de ser gay era inexistente. En ese contexto están más cerca del travestismo que de una identidad homosexual. Por otra parte porque están realmente condenadas a vivir prostituyéndose, no las emplean en ningún lugar, durante años vivieron de noche porque de día no podían salir a la calle, condenadas a la invisibilidad.

--¿Hubo cambios culturales en la tolerancia desde la década del setenta signada aún por el machismo y la homofobia?

--En esa década ni siquiera hubo un destape primitivo. Y desde entonces no hubo cambios en el discurso ni en la percepción. Justamente ahí se vuelve a ver la cuestión de clases. Con la identidad gay o lesbiana se comparten pautas culturales o de clase y en esos casos comienza a haber una apertura mayor. Ya a nadie se le ocurriría explicitar la discriminación dentro de las propias organizaciones políticas. Con la travesti no.

na16fo05.jpg (11191 bytes) Farinello: "Vienen de muchas cicatrices y siento ganas de quererlas, de abrazarlas, sufren tanto, están tan   solas. No siento asco, ves las soledades, las burlas".

Carlotto: "Lamentablemente, hay discursos, pero no hay una práctica. Se escucha a gente que se dice tolerante decir 'que a mí no me toque'".

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na16fo07.jpg (7457 bytes) García: "A los vecinos de Palermo la travesti les corroe el prestigio social. Tampoco toleraría que vayan los boliviannos a vender corpiños a sus veredas".

Kociancich: "El enfrentamiento entre vecinos y travestis no tiene nada que ver con actitudes progresivas o reaccionarias, sino con el abandono de la cosa pública."

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