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LA VIOLENCIA COMO TEMA CONVOCANTE DE UN DEBATE PUBLICO

"TODO ES UNA CUESTIÓN IDIOLÓGICA"

El viernes, "Cuestiones con Ernesto 'Che' Guevara", de José Pablo Feinmann, tuvo una sorpresa: un debate sobre la obra entre el público, el autor y sus protagonistas, Manuel Callau y Arturo Bonín.

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Autor y actores sobre el escenario, después de la obra.

Por Dolores Graña

t.gif (67 bytes)  "No me jodas con la cuestión ideológica, todo es una cuestión ideológica. A estas alturas, tirarse un pedo es una cuestión ideológica", conversaba una pareja, bisoñé él, tapado de piel ella. El debate posterior a la función del viernes de Cuestiones con Ernesto 'Che' Guevara prometía ser interesante. La obra en sí --que pone en escena un diálogo imaginario entre un historiador y su objeto de estudio, el Che Guevara y sus últimas horas en Bolivia-- fue presenciada por unos pocos jóvenes entusiastas y gran cantidad de señores mayores, quienes dialogaron con el autor, José Pablo Feinmann, y los protagonistas, Manuel Callau (que interpreta al Che) y Arturo Bonín (en el papel del intelectual Navarro).

Muy poca gente se retiró después de la obra. La mayoría se quedó junto a las coquetas mesitas del Teatro Margarita Xirgu, aprestándose para el debate. El tema excluyente fue la violencia. O, más precisamente, si era realmente necesaria su aplicación. Las cosas comenzaron muy bien, o muy mal, según cómo se mire el asunto:

--El planteo de la obra es falso, porque la frase de Marx es totalmente cierta: La violencia es la partera de la historia --dijo un espectador--. No hay progreso posible si los pueblos no se levantan, y la única manera que conocen de hacerlo es la violencia. Me parece que esta obra plantea una especie de teoría de los dos demonios, y por eso es una propuesta pasatista, y sobre todo, resignada.

Esto provocó, por supuesto, un gran revuelo en la sala, y hasta algunos se animaron con débiles silbidos. Otros contestaron en voz baja, sin levantarse de su asiento. Feinmann enfrió la cuestión, dejando sentado que eran sólo opiniones, y que seguramente algo tenía de razón. Siguiente pregunta.

--Navarro dice algo que no se condice con su personaje: la idea de que el torturador está mejor visto que el terrorista.

--Me parece --dice Feinmann-- que es una gran metida de pata del personaje de Arturo Bonín. Lo que pasa es que él no es solamente una ideología, también es un personaje, y en ese momento se desboca a través de un miedo comprensible: es un tipo de los setenta que se desespera por evitar la violencia, y así hay que comprender su visión.

--No comparto la posibilidad esbozada en la obra de que los treinta mil desaparecidos murieron por culpa de los ideales revolucionarios de Guevara --fue otra pregunta-comentario--. A los desaparecidos los mataron los fascistas.

Respuesta de Feinmann:

--Lo que me parece terrible es aniquilar la posibilidad de la política de superficie. Yo creo en la política. Lo que diferencia a los personajes es su concepción de la violencia: el Che está seguro de que es necesaria, y Navarro lucha para que se torne prescindible. En esos términos está planteada la discusión. Es cierto que la violencia existe y que adopta muchas formas, pero es difícil saber quién la maneja.

--Navarro dice en un momento de la obra que el hambre no es violencia, sino injusticia --dijo otro espectador--. ¿La injusticia no engendra la violencia?

--Es verdad que en el hambre hay una cierta violencia --contestó Feinmann--, pero en la verdadera violencia hay una cualidad instrumental: es utilizada para lograr algún fin. La defensa de Bonín es acertada, la de Callau también. Son dos puntos de vista que no son necesariamente los míos.

--La violencia hay que verla desde el punto de vista de la lucha --opinó otra persona--. Igualmente creo que el mayor problema de la obra reside en el hecho de que la personificación de Callau está muy lejos del Che verdadero, porque es presentado como un energúmeno. (Tumulto de desaprobación, gritos de ¿Y vos cómo sabés? de toda la sala). Seguramente estará mal marcado desde la dirección. (Los directores, sentados en un palco, sonríen. Feinmann hace un ademán de contestar.)

Callau toma la palabra:

--No te preocupes, estoy cobrando como actor.

--A los progresistas los vemos cada vez menos en las marchas. La derecha ocupa los espacios que le deja la izquierda --dijo una señora.

El público parece rumiar la sentencia, hasta que otro caballero, sentado en la primera fila, se incorpora y empieza a recitar (primero hacia el escenario y luego hacia el público) una serie de conceptos extensísimos sin solución de continuidad, hasta que --en el minuto cinco de su exposición dialéctica-- parece perder el hilo. Los presentes intentan detenerlo sin demasiado resultado, hasta que Feinmann logra meter un bocadillo:

--Navarro no es de derecha, es un progresista moderno y light, típico de nuestra época. Sin duda, votaría a Fernández Meijide.

--La violencia no es el tema de esta obra de teatro --opinó entonces otro participante del debate--. Lo que plantea es, a partir de que hubo una derrota, cuáles son los caminos que se deben tomar para solucionar las cosas. Según mi visión, lo que el autor intenta poner en escena es cómo los sobrevivientes lidian con la crisis, dónde va a llevarnos esta nueva intelligentzia argentina. No importa cómo resuelve las cosas el Che Guevara, sino Navarro, que puede ser cualquiera de nosotros.

Uno prefirió solamente hacer una pregunta:

--¿Cómo se aproximaron los actores a sus personajes?

Bonín: Hace muchos años que no hago teatro, pero esta obra sirve como disparador para algo, y con eso me basta. Hay que perderles el miedo a muchas cosas, al margen de lo que plantean estos personajes.

Callau: Creo que esta obra me permite cumplir mi rol social como artista, y es esto lo que le da sentido a mi profesión. Con respecto del Che, jamás podría acercarme ni remotamente a lo que verdaderamente fue, por lo que no intento llegar a una verdad fotográfica, sino que apunté a construir una suerte de poema sobre su figura. No imitarlo quizás es más difícil, pero también más verdadero.

El autor cerró la charla, que se había extendido bastante más allá de los treinta y cinco minutos pautados, gracias al nivel de las preguntas y las consiguientes polémicas, de las que no participaron los jóvenes presentes, relegados al papel de público dentro del público. "Estas dos posiciones enfrentadas están en todo momento dentro de nuestra cabeza, y al no plantear una solución estamos invitando a que la encuentren los espectadores. No se olviden de que tenía que escribir una obra de teatro que durara una hora y media, lo que hacía imposible que pudiera tocar todas las cuestiones. Inevitablemente muchas cosas quedaron afuera, porque también tenía que ser entretenida. Uno sabe que nunca lo va a lograr del todo, pero hay que intentarlo. Siempre."

 

Violencia: "Lo que me parece terrible es aniquilar la posibilidad de la política de superficie. Yo creo en la política", dijo Feinmann.

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