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Un tercio de una ciudad en un cortejo fúnebre

Todo el comercio de Villa Elisa cerró en adhesión al duelo dispuesto. Tres mil personas formaron parte del cortejo. Retrato de una ciudad chica quebrada por nueve muertes.

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La gente desfiló sin cesar por el velatorio y luego se sumaron al cortejo fúnebre.

Por Pedro Lipcovich

t.gif (67 bytes)  "El padre de esos dos chicos fue mi compañero en la escuela primaria, y mucho después arregló el techo de esta iglesia..., y hoy tuve que enterrar a sus hijos", dijo a este diario el anciano párroco de Villa Elisa, Entre Ríos. Su dolor sintetizaba el de los 9000 habitantes, que ayer se volcaron masivamente a acompañar los restos de los nueve jóvenes que murieron al volcar una camioneta, en un camino vecinal, en la neblinosa madrugada del domingo. Villa Elisa es una localidad sin grandes desigualdades sociales, y la mayoría de su población desciende de los colonizadores que llegaron hace cien años desde los Alpes. Un especialista en emergencias psicosociales explicó a este diario por qué en lugares como éste la gente afronta estas catástrofes mejor que en las grandes ciudades.

Tres mil personas, un tercio de la población de Villa Elisa, formaron el cortejo que acompañó a las víctimas: Roxana Rolón, de 18 años, José Rolón, de 20, Marisol Vargas, de 14, Patricia Korenchuk, de 22, Damián Rodríguez, de 15, Adolfo Francou, de 20, Eduardo Ruiz, de 17, Raúl Rivero, de 16, y José Rivero, de 19. Sus familiares acordaron que todos los ataúdes se colocaran en nichos de un mismo sector. Todo el comercio de Villa Elisa cerró sus puertas en adhesión al duelo dispuesto por la municipalidad.

El accidente había ocurrido en la madrugada del domingo: 17 jóvenes volvían de un baile en la cercana Colonia Hocker en una camioneta Dodge conducida por Flavio Magallanes, de 25 años; entre la neblina que cubría el camino vecinal, el vehículo se desvió y volcó sobre una cuneta llena de agua. Siete de las víctimas murieron ahogadas, y aún no se estableció la causa de las dos restantes muertes.

El intendente de Villa Elisa, Carlos Alberto Putallaz, explicó a Página/12 que "todo indica que el accidente fue por causa de la neblina: el camino es de ripio, medio traicionero, pero el chico que manejaba era conocedor; en un momento, por la neblina, se salió de la huella, justo donde había zanja a cielo abierto; si hubiera sido diez metros después, no pasaba nada porque en casi todo el camino la zanja está entubada".

"Lo que más golpeó a la gente es que dos familias perdieron dos hijos, y una de esas familias perdió sus dos únicos hijos", dijo a este diario el padre Juan Rougier, uno de los tres sacerdotes que concelebraron la misa de despedida. "Mucha gente me dijo que no pudo ir al entierro porque no podía soportar algo tan tremendo. Yo hace 46 años soy sacerdote y, recuerdo, cuando tuve que asistir a la primera muerte me impuse estar tres horas junto al enfermo para curarme de temores; gracias a Dios aquella vez me tocó un enfermo que murió serenamente. Pero no es éste el caso, y la mayoría de la gente no está preparada para algo así", agregó el sacerdote. Villa Elisa, a 350 kilómetros de Buenos Aires, fue fundada en 1890 por un núcleo de inmigrantes del sur de Suiza, la Saboya francesa y el Piamonte italiano, alrededor del Monte Blanco. "Casi todos tenemos algún pariente en común o alguna línea de consanguinidad con aquellos inmigrantes", destacó el intendente. Situada en el centro de una zona avícola y arrocera, es una de las regiones más prósperas de Entre Ríos, y no hay desigualdades sociales extremas entre sus habitantes. Tuvo un momento de más grata celebridad el año pasado, cuando su Escuela Normal Superior obtuvo el puntaje más alto del país en la evaluación de calidad del Ministerio de Educación.

"La nena más chiquita, Marisol Vargas, había empezado la escuela este año, y también a Adolfo Francou lo tuvimos como alumno --recordó Adriana Ramat, directora de la Escuela Normal--. Y con todos nos cruzábamos en la calle, acá todos nos conocemos. Es un sentimiento de mucho dolor, mucha congoja."

El padre Rougier, nacido y criado en Villa Elisa, recordaba que "el padre de dos de los chicos que murieron fue compañero mío en la primaria, y después me hizo muchos trabajos en la parroquia: esa churrasquera la ideó y la hizo él; ese techo, que ya no tiene goteras, me lo arregló él. Y hemos enterrado esta mañana a sus dos hijos. Yo nunca necesito escribir mis homilías pero la de hoy sí, tuve que escribirla porque la emoción lo embarga a uno, y uno no puede hablar, y todos acá se sienten así, muy afectados, profundamente".

 


La reacción de un pueblo

 

Por P.L.

t.gif (862 bytes) "Una catástrofe como ésta genera respuestas bien diferentes en un pueblo chico o en una gran ciudad --destaca el psicólogo social Carlos Sica, del Equipo de Emergencias Psicosociales--. Estuvimos en San Nicolás cuando ese chiquito, Cristian Quirós, había caído en un pozo, y vimos cómo la gente era capaz de contenerse entre sí: los vecinos se reunían, las familias se agrupaban, hablaban, hablaban, hasta ir elaborando la situación terrible."

En las grandes ciudades, en cambio, "la reacción es mediática: la gente se pone frente al televisor, pasa de un noticiero a otro para ver qué información hay, se paraliza, se queda sin diálogo; se carga de la angustia de la noticia sin posibilidad de catarsis, de expresión propia", afirma Sica.

En la ciudad, "aunque el accidente haya sido en la esquina, '¿para qué voy a bajar si lo veo en el noticiero?'. Cada uno se queda en su casa y los afectados, muy solos. Los medios irán a entrevistarlos, pero una vez que hicieron la nota se retiran, y la gente vuelve a estar sola".

"Ante un hecho que provoque conmoción emocional, es esencial el grado de identidad que el afectado tenga en ese momento. Pero la identidad está dada por los otros, y se fortalece en un pueblo donde, 'Buen día, don José', sabemos de quién es hijo, hermano y padre ese don José. En el anonimato, en cambio, la identidad flaquea", dijo el psicólogo de emergencias.


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