Por Mario Wainfeld |
Decir que los gobernantes "deben escuchar las demandas de la gente" cae simpático pero escamotea que eso no alcanza para tomar decisiones aceptables para todos o para la mayoría. La expresión "demandas", tomada en préstamo de la jerga económica liberal, propone una quimera: las demandas y las ofertas se equilibran armoniosamente. En verdad, nadie puede administrar en beneficio de todos. Un buen ejemplo lo dio la encuesta publicada ayer por Página/12 en la que una mayoría de los entrevistados quería que la Alianza opositora definiera por internas y no por consenso la fórmula presidencial para el '99, reclamo que, seguramente, contradice otros de los propios encuestados. Baste imaginar qué responderían si se les preguntara si desean que la coalición se dedique preponderantemente a formular propuestas de gobierno, alternativas, etc., o a ponerse en campaña para vencer al adversario interno y a qué harán, en el mundo real, si aceptan la interna que "la gente" propone. Los partidarios de la Alianza piden internas porque quieren transparencia y participación. Pero lo primero que piden, lo que premiaron con un aluvión de votos, es derrotar en las urnas al peronismo. Seguramente ésa sigue siendo la principal ambición de los votantes de la Alianza y que juzgarán mucho más a sus dirigentes a la luz del resultado final de las elecciones del '99 que por el modo en que seleccionaron candidatos. Dirigentes y gobernantes se atosigan de encuestas que los mortifican
con reclamos cruzados y contradictorios. Su karma es precisamente compatibilizarlos y
desenmarañar cuáles son los más potentes. Carlos Menem fue por años muy sagaz en
percibir cuál era el reclamo mayoritario más acuciante: estabilidad económica, muy por
encima de otros bienes, servicios y valores. Ahora "la sociedad" privilegia --o
adiciona-- otros y busca otros representantes que deben escuchar sus demandas explícitas
pero también pensar en otras no expresadas, en conflictos de intereses y en recursos
escasos. |