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"El puente" perfila un retrato del estado de las cosas, pero en 1947

La obra que Carlos Gorostiza escribió a los 28 años puede verse, tras su reestreno, como un homenaje al espíritu teatral independiente.

 

 

Hugo Arana se luce en su papel de burgués venido a menos.

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Por Hilda Cabrera

t.gif (67 bytes)  Poco importa que la acción de El puente se ubique en 1947 y la obra haya sido escrita en 1948, porque más que una historia de época y de denuncia de un estado que la izquierda enfrentada al peronismo consideraba --incluso en ese momento-- de injusticia social, esta primera pieza de Gorostiza alienta una intención genéricamente humanitaria, sin coordenadas de tiempo y espacio. Quizá sea esto lo que en su época no conformó totalmente a los teatristas independientes más radicalizados de La Máscara (el elenco que la estrenó en 1949, dirigida por el mismo Gorostiza y Pedro Doril), que buscaban algo más definidamente político. Además, si no siempre acompañaron gustosos el éxito de la obra, fue porque de esa manera nadie pensaba en programar nuevos estrenos. El éxito trastrocaba la dinámica propia de los independientes.

La puesta que acaba de estrenarse en el Cervantes apunta a ese costado humanista, aunque sin subrayarlo, y sin que el clima social y político de fines de la década del 40 (primera presidencia de Juan Domingo Perón) tiña demasiado el modo de indagar en los rasgos de los personajes y develar sus inquietudes y sus valores. Así es como aparecen los muchachos de la barra, esperando la llegada de Andresito --conchabado para trabajar en la construcción de un puente--, y, entre los protagónicos, el padre, papel que compone eficazmente Hugo Arana. Este burgués venido a menos (en realidad, un perdedor) que, con melancólica ironía, alude a una simbólica escalera social, en la que unos pugnan por subir y otros resisten para que no los bajen. También la tilinga Tere (María Ibarreta), cómica por lo despistada, Elena (Ingrid Pelicori) --mujer del ingeniero bajo cuya responsabilidad se construye el puente del título-- y la madre de Andresito, la mujer pobre y sumisa que interpreta Alicia Berdaxagar.

En esta pieza, como en las posteriores (entre otras, El pan de la locura y Los prójimos), el autor propone líneas de comportamiento claras respecto de la solidaridad y la responsabilidad social, generando por momentos un discurso ético que el espectador actual puede llegar a rechazar. Sin embargo, estos apuntes, a veces simples acotaciones, resumen toda una época del teatro independiente, y está bien que se los valore. El director Daniel Marcove (el mismo de Bar Ada y Tenesy) crea a su vez un espacio metafórico, casi onírico, a pesar del sólido dispositivo escénico, diseñado por Guillermo de la Torre, que permite acciones simultáneas.

El simbolismo del puente es total. Aparece como vía de comprensión o de ruptura entre antagonistas sociales, y no sólo entre marginados y pudientes, sino entre individualidades complejas y por lo tanto difícilmente clasificables. Animada por buenos intérpretes (incluidos los jóvenes de la barra), la historia, casi una fábula, velada en algunos puntos pero contundente en su desenlace, requiere de un espectador atento a la incertidumbre que despierta en los personajes vivir una crisis que no entienden ("crisis", según la visión del autor, que cuesta hoy imaginar en aquel 1947 de plena ocupación). En ese contexto, el dramaturgo destaca y preserva, frente al comportamiento de la burguesía media, la solidaridad de los de abajo y la fortaleza de los personajes sencillos, como el de la madre, que compone la destacable Berdaxagar. Su reacción ante la tragedia está en los antípodas del estallido que se produce en la altanera Elena, cuyo furor no es sino reflejo de un soterrado desequilibrio.

A cincuenta años de su escritura, El puente fue presentada en la función de estreno por Osvaldo Dragún, director del Cervantes, como "abrepuertas" del teatro independiente, probablemente en el sentido de que la obra fue una reflexión in situ sobre los profundos cambios socio-políticos que se operaban en la sociedad argentina. También esa noche, a manera de cierre, Gorostiza salió a escena reclamado por el elenco y "agregó letra" a lo dicho en la obra. Emocionado, agradeció a todos, incluyendo a actores y amigos que iba descubriendo en la platea y habían sido sus compañeros en aquella aventura de 1949.

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