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MARIA DEL MAR BONET SE PRESENTA EN BUENOS AIRES

La canción del mar

Canta invariablemente en catalán. Aquí deslumbró con un show de bellas canciones, hecho de gestos pequeños y sutiles.

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María del Mar Bonet cautivó al público de La Trastienda

Por Diego Fischerman

t.gif (67 bytes)  "Querías una fuente y encontraste un río, querías una mujer y encontraste una persona." La voz pausada, envuelta en la misma dulzura con la que canta, recita. Los versos de la sueca Edith Södergran, a los que la mallorquí María del Mar Bonet puso música, introducen una dedicatoria. "A unas mujeres muy especiales", dice la cantante -–o, como ella todavía se define, la cantautora--. "A las madres de Mayo", completa, y recibe una de las tantas ovaciones de la noche. En una actuación íntima, acompañada tan sólo de su guitarra y la del casi siempre eficaz Javier Mas Arrondo, se presentó en Buenos Aires una de las artistas más importantes de la nueva canción catalana --esa heredera de las viejas trovas medievales en langue d'oc que se las arregló para responderle al franquismo desde la libertad y la poesía-— y deslumbró con la sencillez de una propuesta que, sin alardes ni altisonancias, conserva el poder de los cantos populares en los que se inspira.

El folklore de Mallorca, de Andalucía -–y con ellos la tradición árabe de Argelia, Marruecos y Túnez-— recorre las canciones de María del Mar Bonet. Una voz de timbre cálido que se deleita en el susurro pero que es capaz de la explosión y la fuerza, es el arma con que la artista enhebra cada uno de los textos, entrando en cada palabra y bordeándola con precisión. La afinación notable, que no se pierde en los melismas orientales ni en las inflexiones microtonales, completa una paleta de recursos que impacta por su simpleza. Canciones compuestas por ella y canciones tradicionales; palabras que recogen el humor ácido de un pueblo en una canción de cuna campesina ("ahora duerme, mi niña, que cuando seas grande no dormirás") y palabras propias, que se deleitan en la descripción tan cariñosa como descarnada de una tierra en la que la modernidad urbana convive con los modos y costumbres rurales ("lejos de las azoteas donde los gorriones se aman y cantan, y las monjas tienden los pecados de mundo y la ropa blanca. Y un fraile baila sobre el tejado, esperando emprender el vuelo, hacia el azul del cielo, las faldas al viento"). El mundo de María del Mar Bonet, como ella misma lo explica, es el del Mediterráneo; el de ese cruce de culturas norafricanas y sureuropeas -–si es que se trata de cosas distintas--. La bandurria, el guitarrón o un cuatro importado de Venezuela, en manos de Javier Mas, evoca el clima por momentos cercano al flamenco, en ocasiones emparentado con la música de Grecia o las canciones de Nápoles, Sicilia y Cerdeña. Donde, en cambio, el guitarrista fracasa, es, extrañamente, en una música compuesta por él, con aire de jota de Aragón, de donde es oriundo. Allí el intento de virtuosismo en las rápidas escalas ornamentales le hace perder una y otra vez el ritmo, además de trabarse repetidamente en las notas veloces. En el resto de la actuación, lo suyo se engancha a la perfección con lo de la cantante, revelando un trabajo conjunto que lleva ya muchos años.

La belleza de "El pi de Formentor", con texto del catalán Miguel Costa i Lobera, de "La muerte de Margalida" o de la "Canció de na Ruixa Mantells", son apenas algunos de los muchos momentos en que cierta sensación de magia atraviesa el silencio ritual del público que colmó La Trastienda para ver y oír la única actuación de María del Mar Bonet en Buenos Aires. Silencio apenas roto por los aplausos y por la extraña intrusión de un personaje absurdo que con el tono de una directora de escuela -–la admonición encerrada en la pregunta-- inquirió una y otra vez por qué la cantante utilizaba el catalán en lugar del español. La señora quizá fuera una vieja franquista indignada y militante o tan sólo una desubicada. Tal vez estuviera confundida con respecto al papel que le cabe al público en la definición estética de los artistas -–con la misma lógica se podría haber reclamado que la cantante hiciera tangos, o heavy metal o música japonesa—- o que, simplemente, se hubiera equivocado de concierto. Pero Bonet, inalterable, siguió cantando en su idioma, que es el catalán -–y que de alguna manera es el único natural en sus canciones-- y, como para dejar claro su punto de vista, se refirió a España, cada vez que tuvo la ocasión, como "el Estado Español", y a cada una de sus regiones, por ejemplo, como "la Nación Catalana" o "el país de Aragón". Lo cierto es que esta autora y cantante que lleva al mar como segundo nombre y a la que admiran desde Serrat a Milton Nascimento (que compartió con ella una gira por Europa), pasando por la almodovariana Martirio, demostró que en una canción hecha de pequeños gestos, en que la expresión y la variedad descansan en las inflexiones sutiles, se encierra, también, un mar de posibilidades.

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