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Desempleo y delito

Por Juan Pablo Feinmann



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t.gif (862 bytes) Los funcionarios del gobierno tienen una obsesión: despegar la violencia delictiva que azota el país del fenómeno del desempleo que azota la economía. Me tocó ver a uno de ellos en un programa de televisión. El programa de Alfredo Leuco en el que hay una serie de mesitas tipo bar y cada uno de los invitados se sienta, le sirven un café y dialoga con Leuco.

El funcionario gubernamental se sentó solo y exhibió ese brillo en el vestir y en el discurso que suelen --algunos, no todos-- exhibir cuando se trata de defender las políticas del Gobierno. Dijo algo notable: que decir que la pobreza fomenta el delito es ofender a los pobres. Que los pobres --más o menos dijo-- no son delincuentes sino gente buena. Claro: parte de esa concepción tan cara al Presidente que se obstina en afirmar que pobres habrá siempre. Que el pobre pertenece a un sector de la sociedad --como el rico-- y que decir que la pobreza fomenta el delito es ofender a ese sector de la sociedad.

Se ponía --el funcionario-- a la defensiva. Como el Gobierno engendra cotidianamente pobres, los produce como parte esencial de su funcionamiento económico; el funcionario nos dice que los pobres no son delincuentes. Con lo que está diciendo: nosotros, al crear pobres día a día, no creamos delito.

Nadie --ninguno de los que decimos que hay una relación de hierro entre aumento de la pobreza y aumento del delito-- quiere ofender a los pobres. Quienes los ofenden son ellos. Primero, por haberlos llevado a la pobreza. Segundo, por ahondar esa pobreza y crear nuevos pobres.

Ese día --el día en que vi a ese ministro en ese programa-- se había votado la Ley de Flexibilización Laboral con el inefable Alsogaray haciendo número para los proyectos del Partido Justicialista, partido que --todos sabemos-- el capitán-ingeniero ama desde que hace exactamente lo que él siempre quiso hacer. Era el día de la apoteosis del desempleo. Era un día para tener --tal vez más que nunca-- una convicción como la que sigue: en una sociedad del trabajo y el pleno empleo el delito disminuye, en una sociedad sin trabajo y con leyes de flexibilización que le hacen sentir al trabajador que ni siquiera lo que tiene, lo que tiene de verdad, ya que lo pueden echar a la calle sin mayores inconvenientes, el delito aumenta. Nada de esto inquietó al ministro quien --luego de defender a los pobres de un modo tan sui generis-- se lanzó a una defensa de la técnica del arresto por "merodeo" que propone aplicar la policía. Ley que implica --sin más-- arrestar a todo aquel a quien un policía le ve cara de delincuente. Mi amigo Arturo Bonín --que estaba conmigo en otra mesita, escuchando con tolerancia pluralista-- tuvo una idea genial. La formuló como una pregunta: "¿Por qué no aplican la ley del merodeo en los ministerios?".

 

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