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EL GOBIERNO QUIERE QUE SE DEPORTE A LOS INMIGRANTES QUE COMETEN DELITOS
La mano dura huele a xenofobia

El secretario de Seguridad, Miguel Angel Toma, explicó los alcances de la escalada oficial por una "mano dura" contra el delito: pidió la sanción de una ley que autorice a deportar inmigrantes ilegales sospechados por delitos menores. Esta semana comienza una ronda de presión al Congreso.

Para Toma, los inmigrantes se hacen procesar para quedarse en el país y seguir delinquiendo. Antes, el presidente Carlos Menem había reclamado "tolerancia cero" y Mano dura" con los delincuentes.


Por Horacio Cecchi

t.gif (67 bytes) Para fundamentar su escalada a favor de la "mano dura" policial como solución al problema de la inseguridad, el gobierno nacional cargó contra los inmigrantes ilegales, y pidió la sanción de leyes que habiliten su deportación ante la sola sospecha de que hayan cometido un simple hurto. "Los peruanos indocumentados, especialistas en descuidos, se hacen detener para que un juez les inicie un proceso y, de esa forma, la ley les garantiza que nadie los podrá expulsar del país mientras no haya sentencia", argumentó el secretario de Seguridad, Miguel Angel Toma. Durante los próximos días, el funcionario buscará presionar en el Congreso para que sea aprobado el paquete de leyes sobre seguridad presentado por el Ejecutivo. Del lado de la oposición, muchos sostienen que "hablan de la inseguridad para que no se hable de la corrupción en el gobierno".

En una entrevista publicada ayer, el presidente Carlos Menem afirmó que para contener la ola delictiva hace falta "tolerancia cero, mano dura". Menem no señaló ninguna modalidad nueva de gobierno, sino que repitió, con insistencia, un mensaje ya utilizado como argumento por el secretario de Seguridad, Miguel Angel Toma, el ministro de Interior, Carlos Corach, y el vicepresidente de la Nación, Carlos Ruckauf, en absoluta coincidencia con los reclamos de la Policía Federal.

"Erradiquemos esta ola de delincuencia en el marco de la ley. Porque la tolerancia cero se puede dar en el marco de la ley. Simplemente se trata de no tolerar el delito", sostuvo Menem. Para que fuera más visual el mensaje presidencial, Toma describió un ejemplo: "Los peruanos indocumentados son especialistas en descuidos ¿Qué hacen? Roban una cartera cerca de un policía para que éste los vea --se respondió a sí mismo--. Se hacen detener por un hurto. Entran al país en forma ilegal, son detenidos y puestos a disposición del juez. Este les inicia proceso, pero como es un delito excarcelable, quedan en la calle. Pero, según nuestra legislación, no pueden abandonar el país hasta que no haya condena.Y durante cuatro años van a poder seguir cometiendo el mismo delito ya que, para la ley argentina, hasta que no llegue a la primera condena no existe la reincidencia", dijo el secretario.

--¿Qué debería hacerse en estos casos? --preguntó Página/12.

--Siguiendo con el ejemplo de los extranjeros indocumentados, si de por medio hay un delito que es excarcelable, el juez, de inmediato, debe deportarlo. No se tiene que seguir con el proceso. Directamente expulsarlo. Si el delito no es excarcelable, debe seguírsele el proceso desde la cárcel, como a cualquiera.

El domingo 6 de setiembre, el comisario Luis Fernández, jefe de la Superintendencia de Seguridad Metropolitana de la Policía Federal, había expresado en este diario una idea similar. Allí sostuvo que la gente tiene dos opciones: "O se acostumbra a vivir con delincuentes, o los legisladores me dan leyes con las que yo pueda meterlos presos o echarlos a su país".

Toma aseguró que durante esta semana y la próxima va a realizar "un periplo" por las comisiones del Congreso que tratan los temas de seguridad. "Hay una serie de proyectos del Ejecutivo, ya enviados, que sancionan leyes más severas contra el delito".

Para el secretario de Seguridad, la "tolerancia" a la que hace mención el gobierno es la "cuota bastante grande de aplicación de una ley, librada al criterio de quien la aplica. Cuando se tiene tolerancia cero, es cuando se restringe pura y exclusivamente a lo que dice la letra de la ley".

--¿No cree que si el Presidente apoya explícitamente la "mano dura", las consecuencias de su aplicación por parte de la policía son imprevisibles?

--Menem mencionó la mano dura en el marco de las leyes --respondió Toma--. Pero se le oponen los garantistas, como los diputados del Frepaso Aníbal Ibarra y Eugenio Zaffaroni, que fue el ideólogo del Código de Convivencia Urbano.

Zaffaroni, por su parte, consideró que "lo que dijo Menem se puede tomar desde dos aristas". "Por un lado, instala el tema de la inseguridad para distraer la atención de la crisis política por la que está pasando. Usa políticamente el tema para intentar desprestigiar a la oposición y provocar fracturas internas. Pero es el Presidente, y que él sostenga los beneficios de la mano dura es una irresponsabilidad. Claramente, es un inconsciente, porque, además, puede desatar hechos que resultan imprevisibles. Por el otro lado, genera en la gente la sensación de necesidad de mano dura policial para resolver el problema de la delincuencia."

 

Contra el Código porteño

La campaña por la "mano dura" lanzada por el Gobierno encontró como justificación una encuesta encargada por la Secretaría de Seguridad a la consultora de Manuel Mora y Araujo, en la que sobre 450 porteños consultados, el 55 por ciento consideró conveniente que la policía cuente con más poder para enfrentar la inseguridad. Ante otra pregunta, el 68 por ciento responsabilizó al Código de Convivencia de fomentar la prostitución, los robos y los asaltos. Para Zaffaroni, en cambio, la ola delictiva de la que habla el Gobierno "es la más violenta, pero no la que golpea directamente a la gente. Se instala como una psicosis. Habrá que ver si aumentó ese tipo de delitos. Los que sí aumentaron son los delitos intrafamiliares, y son de los que no habla el Gobierno. En el mismo tiempo, se autorizó la venta legal de 200 mil armas. Y la relación directa es: más armas, más homicidios".

 


 

Policial sin explicación
Por José Pablo Feinmann

t.gif (862 bytes) Supongamos que se trata de una novela. El argumento es así: un fotógrafo aparece asesinado en una playa veraniega. El crimen conmueve al país. Hay varios sospechosos. Desde la propia policía (como corresponde a una buena novela policial) hasta los más altos estamentos de la política, del Poder. La novela se pone buena. El lector se apasiona. Se la devora. Una página tras otra. Cada vez mejor. Poco a poco empieza a dibujarse la figura del principal sospechoso: un personaje de oscuros negocios, que se negaba a ser fotografiado (y a quien la víctima había fotografiado despertando su ira), un hombre sagaz, veloz, que mira entrecerrando los ojos (como los villanos de las películas), un hombre de pelo casi platinado, un hombre duro, que se ha hecho de abajo, solo, que ha tramado infinitos negocios con los personajes más prominentes de la política y el establishment.

¿Será el asesino? El lector se entusiasma. Si lo fuera --si este personaje fuera el culpable--, la novela alcanzaría niveles fascinantes, ya que el hombre no es de los que caen solos. Arrastrará con él tantas intrigas, conjuras y planes macabros que la novela sólo llegará a su culminación entre destellos de asombro, qué duda cabe.

Sólo una duda cabe. Sólo algo preocupa al lector: faltan muy escasas páginas para que la novela termine. ¿Cómo logrará el autor --en tan poco espacio-- satisfacer todas las expectativas creadas? La duda del lector se confirma. Súbitamente la novela concluye. El principal sospechoso se pega un tiro con una escopeta en una de sus propiedades. En suma, el principal sospechoso se suicida y la novela llega a su fin. El autor nos dice: ése era el culpable. Y el detective no explica nada. No hay detective. No hay explicación. Sólo hay otro cadáver. Una novela con dos cadáveres (el de la víctima y el del culpable) y ninguna explicación.

El lector se indigna. Arroja la novela por la ventana y se dice que lo han engañado. ¿Qué le vendieron? ¿Qué inescrepulosa editorial le vendió una novela de tan inescrupuloso autor? El lector llama a la editorial: pregunta si no habrá una continuación. Un segundo tomo. Algo. No, le dicen, la novela es así: el culpable era el principal sospechoso y, al suicidarse, lo confirmó. ¿Por qué habría de seguir la novela? ¿Cómo, por qué? Se enfurece el lector. Porque toda novela policial narra el móvil del crimen. Dice si el asesino tuvo o no tuvo cómplices. Cómo se cometió el asesinato. El lector se encoleriza: ¡en las novelas policiales la policía o el detective arrestan al culpable! ¡Es así! En ésta no, dice el editor. Y si no le gusta... Vea, jódase. Al fin y al cabo, usted es solamente el lector y está condenado a leer lo que nosotros publicamos.

 

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