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El hijo del ferroviario que ganó el Nobel de Literatura
Las palabras y las cosas

Era hijo de un humilde ferroviario, que creyó que había copiado de un libro el primer poema que le mostró. La Guerra Civil Española marcó el comienzo de su politización. Pero lo que más se recuerdan son sus poemas de amor.

Su carrera diplomática corrió paralela a una parte de su vida.
De los grandes salones también pasó a la clandestinidad.

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Por Angel Berlanga

t.gif (67 bytes) Escribió centenares de poemas que sirvieron de apoyo estratégico a varias generaciones para dar pasos definitivos en cuestiones de amor, y eso sólo debería ser suficiente para que no se lo lleve el olvido. Desde 1924, cuando tenía apenas 19 años, millones de personas leyeron en distintos idiomas sus 20 poemas de amor y una canción desesperada. Ese libro lo lanzó a la fama y a recorrer el mundo. “Un poeta tiene que estar enamorado, enamorado hasta el último minuto de su vida. No creo en los que no toman vino, en los que no se enamoran”, decía este chileno, nacido el 12 de julio de 1904 en Parral como Neftalí Reyes Basoalto, pero conocido como Pablo Neruda. Y ahí están los biógrafos e investigadores, desempolvando cada tanto amores más o menos clandestinos de quien es considerado uno de los más grandes poetas latinoamericanos de la historia.
Veinticinco años atrás, Neruda fue víctima de dos cánceres simultáneos. Lo informaron del cáncer de próstata poco antes de que le otorgaran el Premio Nobel de Literatura, en 1971. El otro se desató el 11 de setiembre de 1973, cuando apareció Pinochet, el golpe de Estado y los perros militares adiestrados para matar. Y aunque los médicos tenían controlado el cáncer interno y le vaticinaban varios años de sobrevida, las noticias del desastre de la dictadura lo liquidaron en doce días. Supo de la muerte del presidente y amigo Salvador Allende y al día siguiente se le instaló la fiebre. Supo de los secuestros y crímenes de Santiago y se agravó. Lo llevaron en ambulancia desde Isla Negra a una clínica de la Capital. Luego supo del saqueo de su casa y decidió aceptar el asilo en México. Finalmente supo del asesinato de Víctor Jara y fue demasiado. El 22 a la noche se durmió y ya no despertaría.
En esos días de setiembre Neruda trabajaba en Confieso que he vivido, un libro que contiene sus memorias y que no llegaría a terminar. Allí cuenta la historia de su primer poema. Era muy chico y apenas había aprendido a escribir: “Sentí una intensa emoción y tracé unas cuantas palabras semirrimadas, pero extrañas a mí, diferentes del lenguaje diario”, anotó. La anécdota cierra con el niño que le lleva el poema al padre. El hombre lee sin mucha atención, devuelve el papel a su hijo y antes de seguir en lo suyo pregunta: “¿De dónde lo copiaste?”.
La anécdota puede llevar a pensar que el padre de Neruda era editor, pero no: era empleado ferroviario y se llamaba José del Carmen Reyes. Su mujer, Rosa Basoalto, murió al mes siguiente de que naciera aquel crío al que bautizarían Neftalí Ricardo. En 1906, don José se mudó a Temuco junto a su hijo y se casó otra vez. A los 14 años Neftalí Reyes publicó sus primeros poemas en la revista Corre-Vuela, de Santiago. A los 15 y tras distintos seudónimos, su producción se amplió y se extendió a revistas de otras ciudades; un año después se decidió por Pablo Neruda. Entonces viajó de Temuco a la capital chilena, estudió francés e hizo traducciones, multiplicó la publicación de artículos y poemas en diarios y revistas, y en 1923 editó su primer libro, Crepusculario.
El recorrido diplomático de Neruda también fue nutrido y ocupó buena parte de su vida. Comenzó en 1927, cuando fue nombrado cónsul en Rangún, Birmania, y terminó en 1972 como embajador en Francia, durante el gobierno de Allende. En 1933, mientras estaba a cargo del consulado chileno en Buenos Aires, conoció a Federico García Lorca y se hicieron amigos. El vínculo se fortaleció gracias a que Neruda fue nombrado cónsul en Barcelona en el ‘34 y en Madrid al año siguiente. Allí fundó y dirigió la mítica revista Caballo Verde para la Poesía, y se relacionó con Miguel Hernández y Rafael Alberti, entre otros. La alegría en España se apagó con el comienzo de la guerra civil, el asesinato de Lorca y su destitución diplomática. Luego Neruda sería nombrado cónsul para la emigración española, con sede en París, donde gestionó a favor de miles de refugiados del régimen de Franco. Leer una cronología exhaustiva de la vida de Neruda impresiona por varias razones. A la vastedad de su obra (Residencia en la tierra, Canto general, Los versos del Capitán, Cien sonetos de amor, Memorial de la Isla Negra, La espada encendida, Fin de mundo y una treintena de libros más), se suma la enorme cantidad de traducciones en las más diversas lenguas, los premios recibidos, los homenajes varios, las personalidades conocidas, las amistades con artistas e intelectuales históricos y los continuos viajes por todo el mundo. Además fue senador entre 1945 y 1948, y candidato a presidente por el Partido Comunista chileno en 1970, hasta que supo de la postulación de Allende y renunció.
Sus críticos ven claro que la consolidación política de Neruda a favor del comunismo, y su anunciada decisión de incluir en sus versos problemáticas políticas y sociales, derivó en una caída de su calidad poética. “Yo me propuse como un deber bastante difícil ser un cronista de mi época, de mi país –dijo en una entrevista de María Esther Giglio en 1971–. Y usé, para eso, un verso deliberadamente prosaico; esto asoma en Canto general. Quise asumir la función del antiguo poeta de las canciones de gesta; sentí que no se trataba solamente de hacer poesía. Quise en algún sentido ser el poeta de las esquinas. (...) Pero no es tan grande la parte política; lo que ocurre es que duele mucho a los que no están de acuerdo. Pasé a ser el maldito, una clase de maldito que no gusta; gusta el que se emborracha, el que se droga en las buhardillas.”
De todas formas, ¿cómo digerir sus poemas y odas de alabanza a Stalin, aunque parezca haber consenso sobre su ignorancia acerca de los crímenes de quien llamó “el cíclope del Kremlin”? Sus poemas le sirvieron para ganarse la vida y también para captar la atención de las damas, asunto importante en la vida del poeta. Su primera esposa fue María Antonieta Hagenaar, holandesa, con quien tuvo una hija, Malva Marina (fallecida a los 7 años, cuando sus padres ya estaban separados). Su segunda mujer fue la argentina Delia Del Carril, 24 años mayor que él; se conocieron durante 1934 en Madrid. Su última compañera, Matilde Urrutia, lo acompañó desde 1955 hasta el final, cuando aquellos días de espanto de setiembre del ‘73. Los dos, el poeta y su última dama, ahora duermen juntos el sueño final en Isla Negra, en los jardines de la última casa que compartieron. El, antes de abandonar la vigilia, hizo un repaso a fondo y concluyó: confieso que he vivido.

 



El delirio de los últimos momentos
Pasó del sueño a la muerte

Por Marcel Socías Montorra
Desde Santiago de Chile

t.gif (862 bytes) El último respiro del poeta fue del sueño a la muerte, lejos de su Isla Negra, en un país dondena35fo02.jpg (10129 bytes) la primavera se detenía por la llovizna y las balas del golpe militar. Pero aun cuando las balas detuvieron la llegada de aquella primavera y terminaron con la vida de no pocos chilenos, no conseguirían lo mismo con la obra de Pablo Neruda, testimonia la historia. Así lo percibía su esposa durante los minutos finales de su vida, cuando el cáncer de próstata y el dolor por la violencia desplegada por los militares estaban callando su voz, a los 69 años. “Era el día 23 de setiembre –recordaría su viuda Matilde Urrutia– allí en la pieza de la clínica Santa María. Mis ojos están pendientes de Pablo. De repente veo que se agita. Qué bueno, va a despertar. Me levanto. Un temblor recorre su cuerpo, agitando su cara y su cabeza. Me acerco: había muerto. Pasó del sueño del día anterior a la muerte.”
Desde 1960 que los médicos le habían diagnosticado al poeta un cáncer a la próstata, enfermedad que al poco tiempo se fue sumando a su flebitis y frecuentes ataques de gota. Sin embargo, prefirió soslayar los malestares y no perder de vista su manera lúdica de vivir, comprando antigüedades en todo el mundo, coleccionando caracolas, repartiendo poesías y abriendo sus casas para recibir a cuanto amigo estuviera dispuesto a festejar. Así fue avanzando silencioso y traicionero el cáncer que ya en 1972 –cuando regresó definitivamente a Chile tras recibir en 1971 el Premio Nobel de Literatura– lo mostraba cansado, cojeando y apoyado en un bastón. Peor fue el golpe militar que derrocó al presidente Salvador Allende –el ll de setiembre de 1973–, el verso gris que sumó los dolores del cuerpo a los del espíritu. “Los están matando, los están matando”, repetía el poeta en su delirio de Isla Negra, cuando los acontecimientos de setiembre estaban desatados. Se refería, claro, a los miles de chilenos que iban siendo asesinados por la feroz represión ordenada por el general Augusto Pinochet. Neruda no podía superar la angustia que le había originado la muerte de Allende, a quien admiraba incondicionalmente.
Con el poeta casi inconsciente y agonizando, su esposa decidió viajar el 22 de setiembre desde Isla Negra –en el litoral central chileno– a Santiago, confiando en que los médicos de la capital pudieran salvarlo. “Pablo estaba quebrado por dentro –comentó en sus memorias– ... él, que tenía una fuerza sobrehumana, en ese momento se quebró.” Pese a los intentos médicos, a las 22.30 del domingo 23 de setiembre de 1973 murió. Como estaba prohibido por los militares visitarlo, sólo lo acompañaban Matilde, su hermana Laurita y la escritora Teresa Hamel. Ellas vistieron el cadáver y no lo abandonaron incluso cuando el personal de la clínica lo trasladó a un sórdido pasillo de acceso a la capilla del centro asistencial, ocupada en ese momento por un féretro con mucha pompa y candelabros de metal. Luego vino el velorio en la casa que Neruda había construido en Santiago –La Chascona–, en ese momento completamente destrozada por las mismas manos que destrozaron gran parte del país durante los allanamientos del golpe militar.
Y a pesar del miedo, la muerte y las amenazas, poco a poco comenzaron a llegar sus amigos, embajadores, humildes y asustados obreros, compañeros del Partido Comunista y escritores, todos en un rito silencioso y amargo donde destacaba la corona de flores que envió el rey Gustavo Adolfo de Suecia: “Al gran poeta Pablo Neruda, Premio Nobel”. Más tarde comenzó el cortejo fúnebre hacia el Cementerio General de Santiago, bajo la llovizna y vigilado por militares con sus fusiles apuntando a los deudos. Aun así, poco a poco fueron saliendo las voces que recitaban a gritos los poemas de Neruda y de vez en cuando cantaban La Internacional, ante todo como un desafío. Aquella tarde no fue posible cumplir con el poema testamento de Neruda, cuando solicitaba “enterradme en Isla Negra frente al mar que conozco”. La represión militar sólo permitió sepultarlo en un nicho prestado del Cementerio General. Recién 18 años más tarde –una vez recuperada la democracia en Chile– sus restos y los de Matilde Urrutiafueron trasladados por fin a Isla Negra en 1992. Sólo entonces el poeta pudo volver a respirar, de la muerte al sueño...


 

Definiciones sobre el oficio de las palabras
“Un poeta tiene deberes”

t.gif (862 bytes)   “Yo no aprendí en los libros ninguna receta para la composición de un poema, y no dejaré impreso ni siquiera un consejo, modo o estilo para que los nuevos poetas reciban de mí alguna gota de supuesta sabiduría”.
u “Algunos me creen un poeta surrealista, otros me creen realista, y otros no me creen poeta. Todos tienen un poco de razón y otro poco de sinrazón. Me place el libro, la densa materia del trabajo poético, el bosque de la literatura; me place todo, hasta los lomos de los libros, pero no las etiquetas de las escuelas. Quiero libros sin escuelas y sin clasificar, como la vida”.
u “Cada día detesto más las entrevistas. No sé cómo pude dar la primera, pero después ya resultaron un vicio y un abuso. Un vicio por parte de uno, un abuso por parte de los otros. Creo que las entrevistas literarias no conducen a nada, y no veo ni el objeto ni la finalidad en molestarse y molestar a los poetas que están haciendo constantemente una sola cosa: poesía. Lo principal en estos casos parece centrarse siempre sobre algo que considero completamente inasible: el proceso literario, el proceso del trabajo poético, lo que se llama el camino de la creación. Todas estas palabras para definir la urgencia que tiene un verdadero escritor para escribir su prosa o su poesía. Nunca entendí nada de este asunto, pero puedo decir que mi trabajo ha sido continuo desde que tuve uso de pluma, uso de lápiz, uso de papel; no uso de razón, que todavía no la alcanzo. Pero desde que tuve a mi alcance los implementos necesarios nunca he dejado de hacer lo mismo. Y nunca me preguntaba por qué lo hacía, ni podría explicarlo tampoco”.
u “Los enemigos de la poesía no están entre quienes la profesan o resguardan, sino en la falta de concordancia del poeta. De ahí que ningún poeta tenga más enemigo esencial que su propia incapacidad para entenderse con los más ignorados y explotados de sus contemporáneos; y esto rige para todas las épocas y para todas las tierras”.
u “El poeta no es un pequeño dios. No está signado por un destino cabalístico superior al de quienes ejercen otros menesteres y oficios. A menudo expresé que el mejor poeta es el hombre que nos entrega el pan de cada día: el panadero más próximo, que no se cree dios”.
u “Yo escogí el difícil camino de una responsabilidad compartida y, antes de reiterar la adoración hacia el individuo como sol central del sistema, preferí entregar con humildad mi servicio a un considerable ejército que a trechos puede equivocarse, pero camina sin descanso y avanza cada día enfrentándose tanto a los anacrónicos recalcitrantes como a los infatuados impacientes. Porque creo que mis deberes de poeta no sólo me indicaban la fraternidad con la rosa y la simetría, con el exaltado amor y con la nostalgia infinita, sino también con las ásperas tareas humanas que incorporé a mi poesía”.
u “Tal vez los deberes del poeta fueron siempre los mismos en la historia. El honor de la poesía fue salir a la calle, fue tomar partido en este y en el otro combate. No se asustó el poeta cuando le dijeron insurgente. La poesía es una insurrección. No se ofendió el poeta porque lo llamaron subversivo. La vida sobrepasa las estructuras y hay nuevos códigos para el alma. De todas partes salta la semilla; todas las ideas son exóticas; esperamos cada día cambios inmensos; vivimos con entusiasmo la mutación del orden humano: la primavera es insurreccional”.
u “Yo he dado cuanto tenía. He lanzado mi poesía a la arena y a menudo me he desangrado con ella, sufriendo las agonías y exaltando las glorias que me ha tocado presenciar y vivir. Por una cosa o por otra fui incomprendido, y eso no está mal del todo”.

 


 

Reflexiones sobre Borges, Girondo, Perón
Sólo aptas para argentinos

t.gif (862 bytes) He aquí cuatro reflexiones de épocas de Pablo Neruda, tomadas de entrevistas, sobre temas y personajes sobre todo importantes para los argentinos.
u Sobre Borges. “Hay que pensar, cuando se habla de Borges, que es natural que a uno no pueda satisfacerle jamás una actitud tan probadamente, tan empeñosa y cultivadamente reaccionaria como la de él. También es natural que la excelencia intelectual de Borges haga que su figura y su palabra sean siempre examinadas y vistas como si fueran tan translúcidas que pudiéramos penetrar hasta el otro lado de su sentido o de su transparencia. Muchos argentinos han recibido, con gran molestia y no poca ironía, sus palabras despectivas sobre la resurrección vital y plena del movimiento peronista (en 1973). Hay algo en esto de su viejo narcisismo de escuela inglesa y por ese motivo no debía preocuparnos. Claro, desconciertan si vienen de un hombre que, además de ser un gran escritor, es también un erudito y un ilustre archivero, puesto que fue el gran bibliotecario del país. Pero a pesar de sentirme y ser antípoda de sus ideas, yo proclamo y pido que se conduzcan todos con el mayor respeto hacia un intelectual que es verdaderamente un honor para nuestro idioma.”
u Sobre Oliverio y la solemnidad. “Quiero luchar en todos los terrenos contra la solemnidad invasora que me amenaza a mí y a todo el mundo. Entre las cosas formidables que tuvo mi amigo, el gran poeta Oliverio Girondo, recuerdo que le gustaba hacer extravagancias. Una madrugada salimos en el carrito de un lechero y llegamos a una estación de trenes. Nos dispusimos –sin saber hacia dónde iba ese tren– a formar parte de la cola, en la que había naturalmente mucha gente. De pronto Oliverio, que tomó un sitio en la cola un poco más adelante que yo, se sacó los pantalones y cuidadosamente, como si los dejara para acostarse a dormir en la noche, se los puso al brazo, planchaditos, y continuó leyendo imperturbable su periódico. Este es un acto verdaderamente inmortal de Oliverio; creo que debería ser obligatorio a todos los académicos de la historia, de la lengua, de todas partes del mundo”.
u Sobre los argentinos en general. “Mis recuerdos de Argentina son un poco tristes, porque mis amigos han ido desapareciendo, y yo soy un hombre de amigos y Argentina era, y seguramente seguirá siéndolo, un país de amigos. Yo pongo la amistad como una de las dimensiones de mi propia vida. Argentina es para mí una época inolvidable. Siempre tendré el recuerdo de Norah Lange, de Oliverio Girondo, de Raúl González Tuñón, de la rubia Rojas Paz y su salón literario”.
u Sobre Perón. “La figura de Perón tomó las proporciones históricas que le dio el pueblo argentino. En una época su gobierno de Perón fue profundamente anticomunista; yo estoy en general a favor de todos los antifascistas y en contra de todo anticomunista. Pero ha pasado mucha agua bajo el puente de Perón y bajo mi propio puente; son las aguas de la historia las que están pasando. Y yo creo que el peronismo de entonces no es el de 1973. Ahora viene Perón, o las ideas peronistas, amarradas al gran movimiento de liberación de los pueblos. Deseo para el movimiento justicialista y el momento actual de la Argentina, el desarrollo más esplendoroso y mejor, es decir el que se acomode más al pueblo argentino de acuerdo con su razón histórica y con el porvenir de la humanidad que, naturalmente, es un porvenir progresista y antiimperialista”.

 


 

El consumo fabricó un Neruda para cada gusto
Dime cuál prefieres

La industria cultural ha montado un verdadero emporio en torno a la obra y la leyenda del  poeta, que es una atracción turística de Chile.

Por Volodia Teitelboim *
Desde Santiago de Chile

t.gif (862 bytes) Un cuarto de siglo después del fallecimiento del poeta, multitud de automóviles se estacionanna36fo01.jpg (10017 bytes) cada día en Isla Negra como si fuera un templo de los milagros. La casa de Neruda está convertida en una suerte de santuario. Oficialmente es un museo visitado por centenares de miles de personas al año. Aunque en menor escala, el fenómeno se repite con sus otras dos residencias, La Chascona, en Santiago y La Sebastiana, en Valparaíso. Mercurio, el dios de los comerciantes, lo ha incorporado sin tapujos a sus registros contables. El poeta pasó a formar parte de la guía turística y de la industria cultural, con todas las ventajas y peligros del marketing. Neruda hoy vende más que cuando vivía. La película El cartero lo confirma como personaje cinematográfico. Durante la Cumbre de los Presidentes de América, en el banquete oficial de La Moneda, el menú impreso con letras doradas anunció el plato de fondo: “Oda al Caldillo de Congrio de Pablo Neruda”. Algunos ases de la posmodernidad fabrican con su imagen amuletos para exorcizar el mal de amor. Cobran su precio: lo convierten en poeta políticamente asexuado. Otros afirman sin vacilar que si Neruda viviera se incorporaría al modelo reinante como un bardo neoliberal. Menudea el intento de parcelación. Para alguno sólo es válido el poeta precursor de la revolución sexual. No faltan los que festejan al juglar pájaro, al lírico ecológico. Los más vividores o consumistas celebran el “gourmet” o al cosista incorregible. Cada cual elige su Neruda. Dime cuál prefieres y te diré quién eres.
Pablo fue todo eso, y algo más. Mucho más. El que quiera averiguar cuánto más y de qué cosa, acuda a su vida y a su obra. Porque su obra es desvergonzadamente autobiográfica. En las páginas estampó sus señas de identidad, el quién soy. En su autorretrato irónico se definió como “poeta por maldición y tonto de capirote”. En realidad tuvo una inteligencia sin alardes y gozó con la poesía, haciéndole el amor durante cincuenta y cinco años. No ocultó su vocación civil. Fue y es poeta, de su pueblo, de nuestra América (“sube a nacer conmigo, hermano”), de la humanidad violentada, como lo dijo la Academia Sueca cuando le otorgó el Premio Nobel. Expresó sus sueños, dolores, visiones, anhelos, convicciones, esperanzas con una abundancia a veces reiterativa. Varios le reprochan que pecara por exceso. “Escribió cerca de cuarenta mil versos –afirma el crítico Hugo Montes– y acertó en mil quinientos.” Cada lector puede hacer su propia cuantificación e indicar sus poemas favoritos, elección siempre personal.
Queda claro que fue un poeta todoterreno y multiuso. Se enorgullecía de ser útil. Sus obras sirven en efecto para animar nacimientos, fiestas nupciales y dar cierta profundidad a los discursos funerarios. Proporcionan material para defender el bosque nativo, la naturaleza saqueada y los cielos polucionados. Ofrece también versos elocuentes para execrar al tirano y entonar los himnos de la calle. Corre el albur de ser mitificado y también mistificado, de convertirse en una estatua instalada en la plaza del mercado. Con todo este hombre tan cotidiano y “común de rostro” es ya una leyenda. Controlaba el ego, pero no era la humilde violeta. Tenía sus pretensiones. Soñaba con entrar al Tercer Milenio. Al parecer lo ha logrado. El corredor de fondo continua su maratón invitando a alcanzar un mundo mejor, hecho a la medida humana. Seguirá entregando poesía apta para seducir mujeres, disparándoles versos al corazón. No pocos galanes del mundo reconocen que la palabra fascinante se las prestó un poeta romántico ya clásico, que recurrió temprano al seudónimo de Pablo Neruda.

* Novelista y ensayista chileno, autor de Neruda, ex presidente del Partido Comunista Chileno.

 


 

Un punto del mapa que él hizo famoso
En la isla de la poesía

Por Walter Krohne desde Isla Negra

t.gif (862 bytes) Las olas del mar se estrellan con violencia contra las rocas de figuras irregulares y extrañas de Isla Negra, contrastando con el suave avance de la espuma del agua que se desliza hasta la tumba donde descansan Pablo y Matilde, que siguen mirando imaginariamente hacia el horizonte o ven caer la puesta de sol por las tardes. Este cotidiano pasar en un pequeño poblado costero situado a unos 130 kilómetros al noroeste de Santiago es el que reclamó Neruda, como poeta de Chile y del mundo, para que sus restos descansaran para siempre junto a Matilde. Ella vio cómo los ojos del vate se cerraron para siempre el día 23 de setiembre de 1973, quedando en su rostro una mirada triste porque sólo 12 días antes había muerto su amigo Salvador Allende en un cruento golpe militar. El poeta, muerto hace 25 años, descansa desde diciembre de 1992 en el que fuera siempre su “reino del mar”, tras pasar casi veinte años en un estrecho nicho, como uno de muchos, en el Cementerio General de Santiago, único lugar autorizado por los militares para el funeral.
“Compañeros, enterradme en Isla Negra / frente al mar que conozco, a cada área rugosa / de piedras y de olas que mis ojos perdidos / no volverán a ver”, son las últimas palabras del poeta que quedaron grabadas en lo que denominó “Disposiciones”. Neruda buscó siempre pequeños paraísos para vivir en forma plena. Desde su nacimiento en la localidad agrícola de Parral (a 350 kilómetros al sur de la capital chilena), en el seno de una familia encabezada por un modesto trabajador ferroviario, hasta su sepultura final en Isla Negra, donde las brisas marinas le dieron la inspiración de su mundialmente famoso “Canto General”. Parra, Santiago, Rangún, Java, Madrid, Ciudad de México, Valparaíso, Cuernavaca, París e Isla Negra, fueron algunos lugares del mundo que habitó, buscando siempre la belleza de los lugares. Si la poesía fue su único punto estable de referencia, puede garantizarse que el otro fueron sus lugares. Para él, los versos y las casas eran brújulas de un viejo marino. En buena parte es por eso que hasta aquí llegan docenas de peregrinos culturales para pasar unas horas en el ambiente que Neruda hizo famoso. Vienen, a veces se resfrían, sacan fotos, dialogan con los lugareños, consumen algo del mito, y se van, mejores que cuando llegaron. Este año fue parte de ese ritual el cantante de U2, Bono, que contó luego en Santiago que las lecturas de Neruda habían sido claves en su adolescencia en Irlanda.

 

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