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panorama economico
Corruptos y corruptores
Por Julio Nudler

t.gif (862 bytes) “Cuando el Gobierno decidió licitar la venta de las acciones del Banco Hipotecario Nacional, se hizo un pliego para la selección de los asesores jurídicos (la colocación financiera de los papeles fue ganada por el Banco Francés y Solomon Brothers). Los abogados no competirían por precio sino por antecedentes, que es una variable totalmente subjetiva, que se presta a la mayor arbitrariedad. El resultado fue que terminó ganando Rodolfo Barra (ex subsecretario de Obras Públicas con Roberto Dromi, ex miembro de la Corte Suprema, ex ministro de Justicia, ex asesor de Jorge Rodríguez en la privatización de los aeropuertos, ex asesor de Siemens en la licitación de los DNI –que se adjudicó–, etcétera). Barra ganó aunque jamás hizo una venta de acciones en el mercado. Se presentó asociado con el estudio Allende & Brea, que es precisamente donde actuaba Francisco Susmel, que fue quien condujo la licitación adjudicada a sus anteriores socios. Eso dejó un sabor amargo en todo el ambiente.” Esto lo cuenta un conocido abogado de la city, socio de un bufete tradicional.
Evocó el caso ante la destemplada reacción que tuvo Carlos Menem cuando el martes último se difundió el lapidario informe de Transparencia Internacional, en el que la Argentina se sacó un tres, quedando en el puesto 61, de mejor a peor, entre 85 países. Roberto de Micele, presidente de Poder Ciudadano, le envió al respecto el jueves una carta abierta al Presidente para “invitarlo a mejorar la forma de medir la corrupción (en el país) y de elaborar propuestas para enfrentarla ... Hemos hablado con sectores empresarios que estarían dispuestos a financiar la tarea. Por lo tanto, bastaría su aprobación para poder hacer un diagnóstico distinto y más profundo de la corrupción que hoy existe en la Argentina”. Hasta ahora no hubo respuesta.
De nuevo un abogado: “A veces uno le plantea un problema jurídico a un empresario cliente. Le dice esto está mal, acá hiciste una macana. Y el tipo va y le contesta a uno dejáme ver cómo lo arreglo. Es obvio entonces que usará algún otro medio. Después le preguntás cómo solucionó el problema, y te responde que habló con fulano. Y uno deduce que lo arregló de manera poco ortodoxa. Ahí te quedás pagando, haciendo el papel de idiota. Parece que las herramientas que uno ofrece son inútiles para resolver los problemas de la gente. Hay otras aparentemente más eficaces, como algún contacto político, algún amigo bien ubicado, etcétera”.
Otra experiencia jurídica: “Nuestro cliente es uno de los accionistas de una compañía eléctrica en una provincia patagónica. Días pasados fue a hablar con el gobernador, a quejarse por un problema. ¡Pero cómo me hacen esto –se quejó el gobernador–, si yo les hice el favor de otorgarles la concesión! El millón de dólares era para que ustedes no me vinieran luego con problemas. Mi cliente se lo quedó mirando absorto, porque, entre otras cosas, como socio minoritario no estaba al tanto de esa coima”.
Para un experto en estas cuestiones, la Argentina es percibida como extremadamente corrupta, sobre todo por la sensación de indefensión: “Uno no puede ir confiadamente a pedir la protección de los jueces en delitos federales, y tampoco acudir a la policía”. La consecuencia es que hasta la Justicia se está extranjerizando. Todos los grandes litigios económicos que se plantean entre empresas son sometidos a tribunales arbitrales del exterior, que resultan más idóneos, confiables y baratos. Cuando dos empresas no pueden resolver una discrepancia, acuden con ella a tribunales privados en París, Londres, Nueva York o Florida. Pueden elegir el juez más competente en ese tema específico, y escapan de los tremendos honorarios que acá hay que pagarles a los peritos (hasta 7 por ciento de la demanda a cada uno).
A partir de rankings como el de Transparencia, los inversores extranjeros deducen que venir a la Argentina es entrar en un entorno cuyo nivel ético es muy pobre. El resultado es que vienen los peores. “La corrupción se ha vuelto sistémica –dice un entendido–. Hoy es una manera de hacer negocios en la Argentina.” Y otro: “Los de allá vienen y coimean.Son hombres de empresa. No sienten ninguna necesidad de evangelizar a los indígenas. Como dice un refrán inglés, cuando vayas a Roma haz lo que hagan los romanos”.
El ranking anual de Transparencia –que define la corrupción como el abuso del poder público para obtener ganancias privadas– desmiente una vez más el mito de la privatización como la llave de la moral. Aunque el Estado haya reducido su tamaño, el país empeoró su nota. Tampoco hay que olvidar que todo el mundo, y hasta Rusia, privatizó, lo que elimina la “ventaja comparativa” de haber desguazado el sector público. Por otra parte, el Estado no es siempre un ingrediente necesario de las prácticas corruptas, que pueden cocinarse entre particulares. Esto puede atestiguarlo cualquier proveedor que debe coimear a un gerente de compras si quiere venderles a determinadas grandes compañías o cadenas de supermercados. La diferencia no es en ese caso ética sino económica, porque se manejan márgenes más estrechos.
Tampoco puede olvidarse que el índice que elabora la mencionada ONG de base alemana se construye con la percepción de siete diferentes fuentes del mundo capitalista desarrollado. El empresario francés o español que paga un soborno en la Argentina, y luego lo deduce en su patria de la declaración de impuestos, percibe al funcionario argentino como un rematado corrupto, pero no se autopercibe del mismo modo. Ya es un lugar común recordar que IBM, una corporación estadounidense, protagonizó el mayor escándalo de corrupción de que se tenga noticia en la Argentina. La manipulación de los precios de transferencia por parte de las multinacionales, mediante la cual sitúan ficticiamente las ganancias donde más les conviene, son también actos corruptos, y por lo demás absolutamente habituales. Y recientemente salieron a la luz memos internos de la British American Tobacco –dueña de Nobleza Piccardo– que dan cuenta de acuerdos con Philip Morris (Massalin Particulares) para manejar precios y repartirse el mercado en la Argentina y otros países. Está claro que a este tango los argentinos no lo bailan solos.

 

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