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Personalidad
Por Antonio Dal Masetto


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t.gif (862 bytes) Es sábado después de mediodía y estoy acodado a la barra del bar. Desde hace media hora, por turno, cuatro parroquianos dejan caer al piso una moneda desde la altura de la mesa tratando de que ruede y cuando finalmente se detenga quede paradita. Hay clima de gran aburrimiento. Es un sábado tan triste que merecería ser domingo a las seis de la tarde. Del otro lado del vidrio pasa un ovejero alemán arrastrando a un hombre.
–Ahí va Sultán que sacó a pasear a Rodríguez.
–¿A esta hora? Siempre lo saca a la mañana.
–Ese perro hace lo que quiere, saca a su patrón cuando se le da la gana, es un animal de mucho carácter.
–Para animal con personalidad fuerte yo les puedo hablar de Salomé, la gata de mi primo Ernesto, un bicho realmente admirable, un carácter tremendo. La meloneó tanto a la frígida de Maruja, la mujer de mi primo, que terminó convenciéndola de que no había nada más afrodisíaco que el alimento balanceado Michifuz. Almorzaban juntas, muy sentaditas a la mesa del comedor, una ronroneando de contenta y la otra relamiéndose. Maruja tomó la costumbre de llevarlo a mi primo a hacer el amor sobre el tejado de la casa. Desde ahí pegaba unos alaridos que ponían incandescente a todo el vecindario, inclusive a los gatos. Esa Salomé era un bicho con un carácter impresionante.
–Eso es fácil de entender cuando se trata de animales domésticos, que han sido criados entre humanos y fueron puliendo su personalidad. Pero yo vi un pingüino melonear a toda una familia. Lo trajeron de la Antártida. Qué carácter soberbio tenía ese pingüino. Un bicho realmente excepcional. Con decirles que al mes lo único que se comía en esa casa era pescado fresco. A los dos meses el padre, la madre, los hijos, empezaron a caminar bamboleándose. A los seis meses todos estaban usando frac. Por la tardecita, era un regocijo verlos salir en bandada a pasear por el barrio. Los Camargo estaban totalmente apingüinados.
–Yo conocí un húngaro que se ganaba la vida amaestrando pulgas. Pero hubo una pulga con la que no pudo. Se llamaba Juanita. Un día pasó algo misterioso. El húngaro empezó a desplazarse a los saltitos. En poco tiempo pegaba unos saltos de cinco o seis metros como si nada. Entraba en una habitación por una puerta y salía por la otra sin tocar el piso. Empezó a hacer pruebas cada vez más difíciles: salto mortal, doble salto mortal, triple, cuádruple, todo sin red. Tanto fue así que el dueño del circo le armó un número para él solo.
–¿Y la pulga Juanita?
–Ella era la coreógrafa del espectáculo.
–Hay animales que si no hablan es porque no quieren.
–Me gustaría contarles el caso de un canario. Se llamaba Caruso, tenía una garganta de oro y un carácter de esos que no se empardan. Pero el dueño no se quedaba atrás. Don Tiberio era un albañil calabrés, comedor de cebollas y ajíes crudos, pesaba más de cien kilos y se fumaba cinco atados de cigarrillos negros por día. Puedo decirles, porque viví la experiencia de cerca, que ese canario se encontró con la huella de sus zapatos. Un buen día se empezaron a mirar fijo y fuerte. No se dieron ni un palmo de ventaja. Carácter contra carácter, personalidad contra personalidad. La lucha de voluntades fue terrible, cuando esos dos estaban juntos el ambiente se electrizaba. Un buen día don Tiberio dejó de fumar y empezó a perder peso. De cien kilos bajó a ochenta, a sesenta, a cincuenta, a cuarenta. Le quedaron unas patitas finitas como alambre. Se vino rubio, casi albino, y la voz se le aflautó. Estaba totalmente acanariado.
–¿Y Caruso?
–Engordó como un chancho. Pesaba como cuatro kilos. Apenas podía moverse. Reventó media docena de jaulas. Cambió el alpiste por la comida picante, los salamines y el provolone, y se fumaba todos los puchos que encontraba tirados por ahí, si eran negros mejor.
A esta altura de la charla uno de los parroquianos gira hacia mí: –¿Y usted, amigo, qué opina de los animalitos con mucho carácter? ¿Conoce alguna historia?
–Mire compañero –le contesto–, no quisiera ofender a nadie, pero hace mucho tiempo yo levanté una bandera de combate con el lema: Ni perros ni gatos. Y no va a ser éste el día en que me retracte, por más que me pongan por delante animalitos con personalidades extraordinarias. Y ya que estamos, aprovechando la oportunidad y para que no queden dudas, me permito tomarlos a ustedes cuatro y al propietario del establecimiento por testigos de que en esta tarde de sábado agrando mi consigna. A partir de ahora será: Ni perros ni gatos ni ningún otro bicho.

 

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