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EL TEMA

Por Martín Granovsky


 
LA ASOMBROSA CARTA DE MENEM A "THE SUN"

Para escribir en inglés, mejor que lo haga Blair

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t.gif (862 bytes) Los ingleses la llaman charme offensive, cualquiera podría referirse a ella como la idea de quedar bien y este diario la bautizó hace mucho con una frase que, pese al fastidio del canciller Guido Di Tella, quedó asociada a su estrategia hacia los kelpers: la política de seducción. Carlos Menem comienza el martes su visita de Estado al Reino Unido, la primera de un presidente argentino después de la guerra de las Malvinas, tras una charme offensive con los británicos que se parece mucho a las relaciones carnales. En este caso ha contado con colaboradores de lujo. El diario The Guardian publicó ayer que su ya famosa carta al sensacionalista The Sun no sólo tuvo una supervisión de estilo del vocero de Tony Blair, Alastair Campbell, sino prácticamente su redacción.

El artículo de The Guardian, que firma el periodista Will Woodward, tiene el delicioso título de "Cómo Carlos encontró el estilo para abrazar la Tercera Vía". La Tercera Vía es la obsesión ideológica de Blair, preocupado por esquivar el neoliberalismo y las reformas económicas de Margaret Thatcher sin la impracticable vuelta al estatismo de los laboristas clásicos.

Woodward, un homónimo de Bob que parece haber descubierto su pequeño Watergate estilístico, dice que el artículo de Menem parece casi "una parodia de la jerga del Nuevo Laborismo, una pieza de propaganda en favor del primer ministro". Apunta que Menem utiliza frases como "modernización", "un fuerte compromiso con la economía real", "la determinación de llevar la paz a Irlanda del Norte" e incluso la promesa de respaldar a Inglaterra en su objetivo de ser sede del Mundial de Fútbol en el 2006.

Como los lectores de Página/12 conocen bien, el fantasma que rodeaba la visita de Menem al Reino Unido era que se repitiera la protesta de los veteranos de guerra de las Malvinas, tal como había ocurrido durante la visita del emperador japonés Akihito con los veteranos ingleses de la Segunda Guerra Mundial.

Woodward toca también el tema en su artículo y demuestra que el artículo de Menem en The Sun se parece mucho al que antes fue "escrito" (las comillas son suyas) por el primer ministro Ryutaro Hashimoto antes de la gira del emperador.

Hashimoto definió a Blair como "una nueva estrella del escenario internacional", un hombre que produce una "gran impresión". The Guardian recuerda el amor expresado por Menem hacia el hecho de que "trenes, escuelas y nombres de ciudades tengan un aroma inglés".

Hashimoto dijo haberse inspirado en el movimiento scóutico y reivindicó a Darwin, Shakespeare y Sherlock Holmes.

Dice Woodward que en los dos casos The Sun tituló que los líderes de Japón y de la Argentina habían pedido perdón por conflictos del pasado. Y que en ambas ocasiones los gobiernos extranjeros negaron esas expresiones.

El periodista admira la habilidad del vocero Campbell, un ex colega suyo, para ponerse en la piel de otro y dictar artículos a la prensa. Recuerda que una vez redactó oralmente un artículo que debía firmar Blair mientras caminaba por un museo con sus hijos.

"El nuevo mercado de artículos escritos por líderes de todo el mundo revela que, aunque los autores cambian, las palabras pueden ser las mismas", escribe.

Para un Menem que sueña, como su antiguo colega conservador inglés John Major, con un mundo sin periodistas, la ironía de Woodward no tiene por qué ser molesta.

Como adelantó este diario, el gran objetivo de los británicos era neutralizar cualquier ofensiva ultranacionalista en su propio país. Si se producía, era el cálculo, Blair se vería obligado a subirse a la ola, y adiós visita. Para esa meta era decisivo quedar bien con The Sun, un Crónica de millones de ejemplares, que llamaba "argies" a los argentinos durante la guerra mientras su réplica local mostraba a Thatcher ataviada de pirata. El gobierno británico y el argentino coincidieron en esa política de neutralización de obstáculos, y Menem, práctico como siempre, no encontró ningún inconveniente en que un gobierno extranjero editase y corrigiese su artículo, o aunque lo escribiera, si eso servía para tomar el té con la reina. Quedaba el riesgo de una reacción local. En este caso la ofensiva (¿habrá que llamarla lie offensive?) se completó con la distribución de una versión castellana de la carta que, como informó ayer Página/12, quitaba el párrafo en el que Menem se lamentaba "profundamente" por la guerra de las Malvinas. Por otra parte, era difícil que la cuestión de las islas provocase en la Argentina una ola de exaltación como la que acompañó en 1982 el gigantesco fraude de los generales:

* Pocos parecen dispuestos a repetir el nacionalismo modelo '82, o a convertir irritación en guerra.

* En términos de política exterior, el caso Pinochet despierta más pasión que las operaciones internacionales de prensa de un gobierno que ya acostumbró a los argentinos al truco como una forma habitual de la rama política.

* La oposición está más preocupada por la ingeniería de la Alianza, por la interna del 29 de noviembre y por hallar, después, un programa capaz de estimular una épica de triunfo.

* Los militares no sólo perdieron una guerra: ahora también deben enfrentar las informaciones sobre quién tuvo la responsabilidad material o intelectual de la venta ilegal de armas a Croacia y Ecuador.

La asunción de la guerra como derrota es, precisamente, y más allá de cualquier ofensiva cosmética, el núcleo de todos los planes de Menem para conquistar el Reino Unido. La carta a The Sun en versión para ingleses lamenta una guerra que --el Presidente ha sido cauto en este punto, pero cualquiera lo sobreentiende-- la Argentina inició al desembarcar en las Malvinas. Una guerra que Londres ganó y Buenos Aires perdió. Y el Reino Unido no puede menos que reconocer tanto realismo periférico ante una potencia victoriosa, sobre todo cuando la Corona perdió el año pasado la última de sus grandes perlas, Hong Kong, apabullada por el interés superior de contar con un acceso financiero y económico al apetecible mercado chino.

Los ingleses recuerdan aún esa escena. Una tarde lluviosa, en medio de un calor tropical, con el rostro compungido del príncipe Carlos mientras de un mástil de la base naval británica caía la bandera izada allí por primera vez cuando el imperio ganó la guerra del opio a los traficantes chinos.

Conversaciones a fondo con diplomáticos del Reino Unido a cambio de reserva de identidad permiten comprobar hasta qué punto el Foreign Office y Downing Street 10, la sede del primer ministro, agradecen que el Gobierno argentino haya caído en la cuenta de que en las Malvinas esa escena con Su Alteza no sucederá mañana, y tampoco el año que viene como imaginaba mágicamente hasta hace muy tiempo el Presidente.

Para Londres se trata de un reconocimiento obvio del interés ajeno por parte de la Argentina. Es un lenguaje que los británicos entienden maravillosamente, a tal punto que en el caso de Hong Kong el interés por ganar un enorme mercado superó el dato de que al otro lado de la mesa estaba Pekín, cuyo sistema político se parece bastante poco al de las grandes democracias occidentales.

Menem encarna bien el sentimiento actual de los argentinos cuando desdeña un irredentismo de legionarios y ya no convoca más a tomar las islas por la fuerza.

Por eso la pregunta, en el caso del viaje a Londres, no es si el Presidente debe declarar la guerra a los británicos. La pregunta es si le pedían tanto.

 

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