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EL ALMUERZO DE MENEM CON LA REINA TAMBIEN SIRVIO COMO SIMBOLO
Comer en palacio, qué linda idea

Aunque en la Argentina suene a “Hola” y en el Reino Unido la monarquía esté perdiendo su halo sagrado, la reina es la encarnación del Estado. Con la jefa de ese Estado que en 1982 venció a la Argentina almorzó ayer Menem.

El presidente Carlos Menem, escoltado por miembros del Regimiento de Fusileros de la reina.
Entra al almuerzo con la reina en el Palacio de Buckingham, seguido por el duque de Edimburgo.

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Por Martín Granovsky desde Londres

t.gif (862 bytes) A las tres de la tarde, Carlos Menem entró radiante al hotel Claridge’s, como siempre de la mano de Zulema María Eva, en cuyos nombres números dos y tres no reparó todavía la prensa inglesa. Venía del almuerzo con Isabel II. “¿Qué le pareció el palacio?”, preguntó una periodista. “Y... es un palacio”, dijo Menem. Sonaba maravillado. Le faltaba aún decir su discurso sobre la soberanía en Canning House (ver aparte) y cumpliría su día más intenso en la visita oficial al Reino Unido. El día más intenso de un presidente argentino a 16 años de la guerra de las Malvinas.
Como Menem, la comitiva argentina vivió el almuerzo con la reina desdoblando el ánimo. De a ratos parecían turistas sinceramente asombrados por la posibilidad de que los hubieran dejado entrar al Palacio de Buckingham, cuando muchos habían hecho cola para ver el cambio de guardia, de a ratos volvían a la piel de funcionarios que habían protagonizado un signo más de la deliberada propuesta argentina de completar la normalización de las relaciones abierta en 1990.
En palacio escucharon el Himno Argentino tocado por la banda de un regimiento escocés. Después, en un saloncito, parados, tomaron jugo de tomate o jerez mientras comenzaban su experiencia de acercamiento a varias de las caras más frecuentes de Hola o, si se hace excepción de las caras circunstanciales, a una corona que incluye un archipiélago del Atlántico Sur. En ese mismo saloncito, tras el almuerzo, la reina tendría la educación política suficiente como para repetir el libreto armado prolijamente por el secretario del Foreign Office, Robin Cook.
–Usted no es el mismo presidente de aquella época –dijo en lo que podría traducirse como un piropo diplomático: un presidente constitucional no es un dictador; Menem no es Galtieri.
–Señora, miremos para adelante –retribuyó Menem.
Fue la única referencia, así fuese elíptica, a la guerra de Malvinas, y como estaba previsto ningún miembro de la comitiva deslizó siquiera unesbozo de reclamo de soberanía sobre las islas en medio de la comida. Al contrario, cada uno respetó el protocolo, favorecido porque el ceremonial de la corona sentó alternadamente con británicos a los funcionarios argentinos. Participaron, además de Menem y Zulemita, Eduardo Menem, Alberto Pierri, el embajador Rogelio Pfirter, el canciller Guido Di Tella, el secretario general Alberto Kohan y el gobernador sanjuanino Jorge Escobar. Del lado británico participó, por supuesto, el príncipe Felipe, duque de Edimburgo, marido de Isabel, un descendiente por línea materna de la reina Victoria que solía jugar al polo y ostenta un cargo que a Menem no le disgustaría incluir en su currículum: Gran Maestre de la Corporación de Navegantes Aéreos.
Las reglas de protocolo garantizaron que todos pudieran hablar con todos. Con el primer plato, unas croquetas, cada uno habló con el vecino de su derecha. Con el segundo, ternera con corazones de alcaucil, fue el turno del vecino de la izquierda, un minué que permitió tratar temas tan variados como éstos:
* La importancia de los caballos de carrera. Como saben los lectores de Página/12, la reina es una gran manager de establos que disfruta con sus 75 animales bien entrenados para ganar.
* Que las relaciones entre Buenos Aires y Londres no pueden depender de los kelpers (idea a cargo de Pierri).
* Los caballos argentinos. Los hay, incluso, en La Rioja.
* Las bellezas de la Patagonia. El duque de Edimburgo se lamentó de que conocía el sur del lado chileno pero no del lado argentino. Menem escuchó el comentario y tuvo el cuidado de no relacionarlo con el agradecimiento de Margaret Thatcher a Augusto Pinochet por el papel decisivo de las Fuerzas Armadas chilenas en la guerra de las Malvinas. Simplemente, le dijo que sería bienvenido en la Patagonia argentina.
* Cuánto quieren los argentinos al Reino Unido.
* Qué lindos que son los deportes.
* Qué buenos los vinos franceses (aunque Escobar elogió, también, los sanjuaninos).
* Qué interesante es el polo.
* Qué buenas son las nueras inglesas (comentario surgido cuando el canciller argentino dijo que tenía una y la reina respondió, con conocimiento de causa y quizás con una ironía poco común en su imagen impávida: “Muy bien, hay que tener nueras inglesas”).
En el capítulo material de los cumplidos, el futuro manual del alumno bonaerense consignará que la reina recibió un cuadro de Leonor von Eldenberg con motivos ecuestres, un poncho de vicuña y un alhajero de plata, y Menem un portarretratos plateado. El Presidente también se fue de Buckingham con las órdenes de San Miguel y San Jorge, que discretamente la reina no colgó en su cuello sino que entregó en mano. Como ya es conocido, el real protocolo sugiere distancia, prudencia, educación y buenas maneras. Esto obligó a que los argentinos mantuvieran apagados sus celulares e impidió que se produjera el desliz diplomático más temido por la corona británica: que Zulemita le diera un beso a la reina en lugar de alargarle la mano.
Cuando volvió al hotel, Menem comentó que el clima había sido muy agradable y que nadie mencionó la muerte de lady Diana Spencer.
Qué agradable es almorzar en palacio.

 


 

SIN SORPRESAS EN EL DISCURSO PRESIDENCIAL
La soberanía en Canning House

Por M.G.

t.gif (862 bytes) Tal como adelantó Página/12 hace 20 días, el discurso del presidente Carlos Menem en Canning House, la institución privada más importante en las relaciones del Reino Unido con América latina, mencionó explícitamente “nuestra plena convicción en la legitimidad de nuestros históricos derechos” sobre las Malvinas, una “cuestión de soberanía” sobre la que “las Naciones Unidas han instado a las dos partes a negociar a través de varias resoluciones”. Menem dijo que la Argentina “estará siempre dispuesta a hacerlo”.
Concesión a los anfitriones, el discurso recordó que George Canning (ministro del gobierno inglés entre 1897 y 1810) tuvo visión de futuro y apoyó “decididamente la independencia de América latina”. Lo que para el Menem lector de los revisionistas al estilo de José María Rosa –a quien el Presidente siempre dijo leer en la cárcel de Magdalena– era la prueba de la injerencia inglesa en el Río de la Plata, pasó a convertirse, ayer, en la demostración de que la visita oficial de Menem a Gran Bretaña venía anticipada por la historia. “Cuando el 15 de setiembre de 1823 el Reino Unido reconoció a la Argentina, desafió a quienes apoyaban el statu quo de la época”, dijo.
En su discurso, el Presidente recordó que la Constitución “se refiere al respeto al modo de vida de los isleños”, prometió “una mano amistosa para reconstruir nuestros lazos de convivencia” con las islas y dijo que “el restablecimiento de la comunicación entre las islas y el continente es un paso esencial e insoslayable”.
También apuntó un puñado de temas para una agenda común: “El tráfico ilícito de drogas, la proliferación de armas de destrucción masiva, el crimen organizado, la corrupción pública y privada”. El Presidente no aclaró cuáles de esos “desafíos comunes”, como los definió, son prioritarios para la Argentina.
Hoy al mediodía, en su almuerzo con Tony Blair, sabrá cuáles son prioritarios para el Reino Unido.

 


 

Azucenas y una lágrima ante los caídos de 1982

Menem y Zulemita fijaron la reconciliación con Inglaterra con un emotivo homenaje a los soldados ingleses muertos durante  la guerra de Malvinas en la catedral de Saint Paul.

El Presidente frente al muro de granito que recuerda a los ingleses caídos en Malvinas.
Es en la Catedral de Saint Paul, al lado de la tumba de Wellington, y tiene los nombres de todos los muertos.

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Por M. G.

t.gif (862 bytes) La historia recordará el momento con dos imágenes. Una muestra el instante en que la chica seca la lágrima que cae de sus anteojos negros. La otra registra la figura de un señor de traje azul oscuro colocando una corona de azucenas celestes y blancas delante de una gigantesca placa con el dibujo de las Malvinas inscripto en oro. La primera imagen le añadirá drama a la segunda, y juntas marcarán esa ventosa mañana de octubre en Saint Paul, cuando un presidente argentino rindió homenaje a los caídos ingleses de la guerra de 1982.
Si Carlos Menem quería dejar fijado en Londres un símbolo de la reconciliación, uno de los mensajes que se propuso transmitir en el Reino Unido, ayer lo consiguió durante la ceremonia más conmovedora de su visita. Fue en la cripta que está en subsuelo de la catedral de Saint Paul, en el centro de Londres, a las once y media de la mañana. Menem y Zulemita, la chica de las lágrimas, se pararon delante de la placa de mármol negro con la silueta de las Malvinas y el nombre de los 250 muertos ingleses en la guerra, encolumnados según la fuerza a la que pertenecían. Arriba, un lema: “En honor de la Task Force del Atlántico Sur y en memoria eterna de los que dieron sus vidas”.
Todos los británicos, desde el secretario del Foreign Office Robin Cook hasta los religiosos anglicanos, tenían una amapola roja en la solapa, por los caídos en la guerra. La llevaban el secretario del Foreign Office, Robin Cook, y el ex gobernador de Malvinas, Rex Hunt, y también los veteranos de guerra, el ministro de Defensa actual, Doung Henderson, y su réplica opositora, el conservador Michael Howard, quien después de la ceremonia diría que no debe mezclarse el caso Pinochet con el homenaje a los caídos. “La ofrenda –dijo– estuvo bien.”
Palabras del Venerable John Cassidy: “Una nación no debe levantar la espada contra la otra nación, y tampoco deberán hacer la guerra nunca más”.
Oraciones. Un clarín tocó diana, y la melodía fúnebre llenó el silencio de la cripta. Menem tomó las flores, se acuclilló y cuidadosamente acomodó las azucenas sobre el piso de venecita negro y gris. Una tarjeta tenía su nombre. Otra vez el clarín. Menem se inclinó, se persignó y todos callaron. La diana de nuevo. Zulemita dejó las primeras lágrimas y, mientras se enjugaba la mejilla derecha con un pañuelo, se dio vuelta hacia la pared. Naturalmente, ni ella ni el Presidente pudieron leer en ese momento las placas que tenían detrás de ellos.
Una, de mármol, recuerda la memoria de Arthur Blyford Thuston, muerto el 19 de octubre de 1997 a los 32 años. Dice: “Sirvió a su país cuando las vidas y la supremacía de los ingleses en Uganda estaban en peligro”.
Otra es un homenaje a la policía palestina que actuó entre 1920 y 1948. Servía a la Corona.
Cerca, otra placa más modesta conmemora la muerte de los polacos que combatieron junto a los ingleses en la Segunda Guerra Mundial, y más allá se recuerda a tres profesores ingleses asesinados en el Sinaí en 1882. Atrás, dos caballeros del siglo XVI.
Una enciclopedia del Imperio Británico y la historia humana. Las guerras ganadas por Gran Bretaña, y las que Gran Bretaña perdió. Las guerras justas y las injustas.
Todos en la cripta rezaron el Padrenuestro en inglés. Algunos seguían la letra sosteniendo una hoja blanca en la mano. Menem murmuraba algo. Después un funcionario informaría que rezó el Padrenuestro en castellano.
Caras serias en Alberto Kohan, Eduardo Menem, Alberto Pierri, Guido Di Tella, Eduardo Menem, Carlos Corach, Rogelio Pfirter, Martín Balza (con la venia). En el secretario presidencial Ramón Hernández y el médico presidencial Alito Tfeli, ambos sin equivalente en el protocolo británico. A la salida, Menem le dio la mano a un marino. Era el príncipe Andrés, el Principito con el que compadreaba el bravo general Mario Menéndez. Era 1982 y Leopoldo Galtieri soñaba su propia gloria.

 


 

JULIAN THOMPSON, VETERANO INGLES DE LAS MALVINAS
“Fue una guerra honorable”

Por Marcelo Justo

t.gif (862 bytes) El general Julian Thompson fue una de las figuras clave del ejército británico en las Malvinas. Encargado del momento que desequilibró la guerra, el desembarco inglés en San Carlos, Thompson participó en la ceremonia en la catedral de Saint Paul. Poco después dialogó con Página/12.
–¿Qué le pareció la ceremonia?
–Muy emotiva y digna. Me alegró mucho la posibilidad de encontrarme con muchos veteranos de guerra argentinos y tener oportunidad de hablar con ellos.
–¿De qué hablaron?
–No hablamos de la guerra. Hablamos de lo que estamos haciendo ahora. Hablamos de la ceremonia, de la importancia de un acto de esta naturaleza, y que ésta es una verdadera ocasión para reestablecer las relaciones entre ambos países.
–Usted es un general. Ceremonias como ésta son seguramente parte de la vida de un militar. ¿En qué medida cree que contribuyen realmente a lograr una reconciliación?
–Creo que contribuyen enormemente. Nosotros no odiamos a la gente que luchó en contra de nosotros. Ellos lucharon una guerra honorable y limpia. Creo que nosotros hicimos lo mismo. No tenemos rencor y estamos muy contentos de reunirnos con ellos. Estas ceremonias sirven para reunir a la gente.
–¿Cree entonces que la reconciliación entre ejércitos que lucharon a muerte es posible?
–Claro. Creo que la visita del presidente Menem es una idea excelente y que todo el mundo acá está muy contento de que se encuentre en Inglaterra.
–Creo que en Argentina casi nadie tendría problemas en sentarse a dialogar en una mesa con un veterano de guerra inglés. Sin embargo, la mayoría no aceptaría compartir una cena con el general Videla o Galtieri.
–Tampoco nosotros querríamos compartir una cena o un vaso de vino con el general Galtieri.
–¿Por qué?
–Porque era un dictador antidemocrático que planeó la invasión de las islas por razones espurias: para distraer a la gente sobre lo que estaba ocurriendo en el país. No me gustaría reunirme con él.
–Hoy aparecieron dos artículos, uno de Simon Jenkins The Times y otro de Max Hastings en The Evening Standard. Los dos son muy importantes periodistas ingleses, fueron corresponsales de la guerra de Malvinas, escribieron juntos La Batalla de las Malvinas, y ahora dicen que hay que iniciar un diálogo sobre las islas. ¿Qué opina al respecto?
–No me sorprende. Creo que ambos los escribieron para llamar la atención, generar controversia. Ese es su privilegio. Tenemos una prensa libre acá. Todos pueden decir lo que quieren. No estoy de acuerdo con ellos. Para mí el futuro debería ser decidido por la gente que vive allá, es decir, por los isleños.

 

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