|
Por Luciano Monteagudo Su estilización extrema de la imagen y el abigarramiento del cuadro en La reina de Shanghai hacía pensar que Yimou bien podía haber tomado como modelo alguna obra maestra olvidada de Josef von Sternberg, como La pecadora de Shanghai (1941), con su reconstrucción imaginaria de Oriente y su estética casi onírica. Y si allí hacía de Gong Li una suerte de Marlene Dietrich china, aquí en Luna seductora Chen Kaige la devuelve a su papel habi-tual, el de una mujer a quien las costumbres atávicas con que fue criada no le impiden intentar tomar el destino con sus propias manos. Ella es Ruyi, la resistida heredera de un antiguo clan familiar, alejado de los cambios del mundo exterior. La familia es dueña de importantes riquezas pero ha sido minada por el consumo de opio: el padre ha muerto, el hermano de Ruyi es víctima de un coma profundo y su esposa vive una extraña relación con Zhongliang (Leslie Cheung), su propio hermano, que huye de esa prisión para caer en otra, la mafia china de Shanghai, de la que se convierte en uno de sus hombres dilectos. Hay un atractivo innegable en Luna seductora y es el mundo en el que los personajes viven sus pasiones, un mundo sin orden ni ley, regido únicamente por el deseo o la venganza. Todo en Luna seductora parece a punto de colapsar: desde el rígido sistema feudal que impera en el interior del país hasta Shanghai misma, convertida en un gigantesco prostíbulo, sometido al dominio mafioso y al avasallamiento extranjero. No hay ningún horizonte a la vista en las vidas condenadas de Ruyi y Zhongliang, víctimas de una tradición a punto de derrumbarse y que no parece que pudiera ser reemplazada por nada mejor. Si se quisiera hacer una lectura actual de aquel momento, como ha su-gerido el propio Chen Kaige en declaraciones periodísticas, se podría inferir que a través de la decadencia de sus personajes el film está hablando también del hundimiento del actual régimen chino, sin que Occidente (ni siquiera a través de la puerta que dejó abierta Hong Kong) tenga un futuro para ofrecer al país. Con la colaboración del notable cameraman británico Chris Doyle (el mismo de Happy Together, de Wong Kar-wai), Chen Kaige se empeña en darle un constante movimiento al film, un movimiento quizás excesivo, como si por momentos se enredara sobre sí misma. Y así como está logrado el ambiente opiáceo que domina el espíritu de los personajes, no se puede sino reconocer los problemas de orden narrativo que sufre en términos generales Luna seductora, cuyo guión parece haberle dado más trabajo del que pensaba al director cuando llegó a la mesa de montaje. Reiterativo, confuso, a veces ingenuamente freudiano, el film quizá peca en su ambición de tratar demasiados temas de forma simultánea, como si Chen Kaige nunca hubiera terminado de clarificar sus ideas, pero aun así Luna seductora no deja de ser un intento valioso por reflejar el todo a través de sus partes.
APARECIERON LOS FILMS ARGENTINOS
|