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Banqueros del mundo, uníos

Por José Pablo Feinmann

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t.gif (862 bytes) Se ha instalado la costumbre de ver en la globalización de fin de milenio una nueva cara del imperialismo. O, para decirlo en los términos de Lenin en que suele formularse esta certeza, la globalización sería una etapa superior del imperialismo. Sin embargo, no.

El viejo concepto de imperialismo tenía una expresión territorial. Había imperialismo porque había nacionales imperialistas. Durante los años setenta se leían libros que llevaban como título Rivadavia y el imperialismo británico o el clásico de Rodolfo Ortega Peña Felipe Varela contra el Imperio Británico. En el Mensaje a la Tricontinental Ernesto Che Guevara señala a Estados Unidos como "el gran enemigo de la humanidad". Esto significaba que el imperialismo tenía territorialidad, que ciertas naciones lo encarnaban. Había países opresores y países oprimidos. Países imperialistas y países sometidos. Luego, con alguna cautela, este léxico se reemplazó por el de Norte y Sur, polarización sólo posible en el mundo de la tardía guerra fría, en el mundo precaída Muro de Berlín. Los países del Norte eran los países ricos, los del Sur los pobres. Y unos explotaban a otros. Y si había un Norte y un Sur era porque también --todavía-- había un Este y un Oeste. Esta interpretación mantenía el concepto territorial del imperialismo: los países del Norte eran los países imperialistas, los países dominantes, los que extraían su plusvalía externa --por decirlo en términos de Marx-- de los sufridos países del Sur. Serrat, en tanto, cantaba El sur también existe. Y ese canto se acercaba más a un pedido de clemencia que a un llamado a la rebelión. Era el modo de proponerle al viejo e impiadoso imperialismo que mostrara, por favor, un rostro más humano. Un imperialismo a la Tony Blair.

El mundo post-Muro de Berlín elimina el esquema Norte-Sur. Y elimina también el anclaje territorial del imperialismo. Así, elimina por completo este concepto, ya que sólo había existido y sólo podía existir en tanto tuviera un anclaje territorial. La globalización no tiene anclaje territorial porque no expresa intereses de naciones, ni siquiera los intereses financieros de las naciones, sino que expresa los intereses de la banca supranacional, que no tiene anclaje en ningún territorio sino que se despliega por medio de entes financieros autónomos que, antes que a naciones, representan a grupos económicos.

Así las cosas, sería una ingenua simplificación afirmar que el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional responden --como la Baring Brothers en el siglo XIX-- a los intereses de la "pérfida Albión" o --como, digamos, la Alianza para el Progreso en los años sesenta-- a los intereses de Estados Unidos, "el gran enemigo del género humano". Tampoco --como en los años ochenta-- a las impiadosas maniobras del Norte en desmedro del Sur. Hoy, el Banco Mundial expresa a grupos económicos sin anclaje territorial, que no responden a intereses de ninguna nación sino a grupos económicos con una lógica interna y propia desde la cual condicionan la economía y política internas de las naciones. Por decirlo todo: la globalización es la extraterritorialidad de la banca, su sustantividad, su no sujeción a la política interna de ningún país, su consolidación en grupos económicos y financieros y no en naciones y su arbitrio para dictar las políticas de los países a los que controla desde el poder de las finanzas. Si el Banco Mundial, en su relación con la Argentina, le impone condiciones para la política universitaria, laboral, de salud, de ética política (el Banco Mundial se interesa hondamente por la corrupción en la Argentina, ya que perjudica sus inversiones) y desarrollo bursátil es porque el Banco Mundial gobierna más en la Argentina que, pongamos, el peronismo o el radicalismo. O gobierna a través de su relación con ellos. Y nosotros, los ciudadanos, vamos a las urnas, no a elegir opciones nacionales, sino modos, diferenciaciones, matices de relación de los partidos políticos con los grandes grupos económicos. La decisión final está afuera. Y --a la vez-- en ningún lado. Es decir, en ninguna nación de la Tierra, ni en la "pérfida Albión" ni en "el enemigo de la humanidad", sino en los salones impenetrables, indescifrables, globalizados de los banqueros del mundo. Quienes, ellos sí, se unieron.

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