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El cine y sus vainas

 

Por Carlos Polimeni


t.gif (67 bytes)  El militar que maneja la intendencia del pueblo tiene la cara hinchada y por lo menos dos días de sufrir como loco; una muela le tendió una emboscada y va ganándole la batalla. No sufre por espartano: no quiere rebajarse a golpear la puerta del único dentista del pueblo. El dentista es uno de los comunistas y el militar está seguro de que redacta los panfletos que circulan por todo Macondo anónimamente, denunciando su corrupción. Cuando el dolor gana su batalla, el militar es ya una piltrafa de persona. Le da lo mismo humillarse o no ante el adversario político. Necesita un poco de clemencia, y eso es devastador para la lógica de su profesión. El dentista lo sabe cuando le abre la puerta, con gesto ganador. Gabriel García Márquez cuenta cómo deberían contar los dioses los momentos que siguen. El modo en que los personajes cambian de rol en ese ámbito oscuro, la delectación con que el dentista le miente al intendente que se le ha terminado la anestesia, las lágrimas que le corren a éste por el rostro, el gesto triunfal con que la muela es arrancada de la boca amarillenta. Cuando la brutal operación ha concluido, y el intendente se va, con el orgullo por el piso pero los mismos malos modales de cuartel de siempre, el dentista le lanza un golpe final. Le pregunta si la boleta se la manda a él, o al municipio. El militar contesta con un giro caribeño, pero de lógica universal, antes del portazo: "Es la misma vaina". Si el que maneja las arcas se saca una muela, el costo lo pagan los contribuyentes, ya se sabe.

La situación de hoy del cine argentino puede pensarse lúdicamente otorgando a Julio Mahárbiz el papel del dentista sin anestesia, y a los hacedores el del militar que depende de su enemigo. Mahárbiz ha sido durante el menemismo un soldado eficiente y ha estado al frente de cajas recaudadoras importantes. Fue director de Radio Nacional, interventor de ATC y director del Instituto Nacional de Cine mientras continuaba con una labor empresaria que aumentó en serio su patrimonio personal e incluye producción de programas --como el insondable Argentinísima-- y de eventos, como buena parte de los Festivales de Cosquín. En los tres últimos años, organizó gastando diez millones de dólares el Festival de Cine de Mar del Plata y el medio tiene la convicción de que su visión --que parece atrasar 20 años-- se lee detrás de la delirante decisión de que sea la mediocre Tango la candidata argentina al Oscar a la mejor película extranjera. Los hacedores que están luchando para torcer una decisión de Economía que reduce el presupuesto del cine, el 90 por ciento de los cuales detesta a Maharbiz --el diez por ciento restante incluye a Alejandro Agresti, que si no es se hace-- sufre la paradoja de pelear para que el soldado de Menem agrande su caja, que es agrandar su poder. Es que para ellos, el dinero del Instituto y Mahárbiz no son la misma vaina: aquel dura un ejercicio, éste puede irse en cualquier momento, tal vez rindiendo cuentas. Para Mahárbiz, Menem, cine, emprendimientos personales, poder, folklore, tango y cargos han sido y serán, siempre la misma vaina.

 

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