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“Espero que este premio me
ayude a filmar con más libertad”

El iraní Mahmoud Kalari, ganador del Ombú  de Oro en Mar del Plata, reconoce que su  cine está influenciado por Kiarostami.

Mahmoud Kalari, ganador gracias a “La nube y el sol naciente”.
Otras distinciones generaron polémicas en Mar del Plata.

Afinidad: “Si tuviera que hacer una lista de mis diez film favoritos de la historia del cine, en ella incluiría, sin duda, dos o tres de Kiarostami”.

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Por Horacio Bernades desde Mar del Plata

t.gif (67 bytes) ”Este premio es muy importante para mí, porque La nube y el sol naciente es mi primera película, y los premios ayudan a seguir filmando”, dice el realizador iraní Mahmoud Kalari, que con su ópera prima acaba de llevarse el Ombú de Oro del Festival de Mar del Plata. Filmada con presupuesto escaso y en un brevísimo mes de rodaje, puede decirse que La nube y el sol naciente es un auténtico descubrimiento marplatense, ya que la película recién ahora inicia su carrera internacional. Obviamente que en los corrillos se comentaba que, de no haber sido Abbas Kiarostami presidente del jurado, otra pudo haber sido la canción. Pero lo cierto es que, a la hora de un balance mesurado, a nadie se le ocurría discutir la justicia del premio. En tal caso, todas las furias de la crítica presente en Mar del Plata apuntaban más bien sobre otras distinciones, más sospechosas, tales como los casos de la argentina La cara del ángel, de Pablo Torre, y la brasileña Amor y cía., de Helvecio Ratton.
Representante de una cinematografía que es sin duda “el” fenómeno cinematográfico de los últimos años, no puede dejar de verse, en el premio concedido al film de Kalari, toda una apuesta estética por parte del Gran Jurado. O de parte de él: nadie ignora que algunos integrantes de ese honorable concejo parecieron ver el festival por tevé. Filmada “al estilo Kiarostami” (escenarios naturales, una excusa argumental mínima, actores amateurs), es evidente que La nube y el sol naciente está en la exacta vereda de enfrente de cierto cine de golpes bajos que adornó la pantalla del Auditorium. Nacido en Teherán en 1951, Kalari –quien cuenta con una gruesa foja de antecedentes como director de fotografía– no niega que su film guarda un evidente “aire de familia” con el cine de Kiarostami.
“Si tuviera que hacer una lista de mis diez film favoritos de la historia del cine, en ella incluiría, sin duda, dos o tres de Kiarostami. Además, tengo con él una relación de trabajo, ya que hice la fotografía de Ceremonia especial, la película que él acaba de concluir. Si algo admiro de su cine, es la sencillez, el acercamiento a la gente común, la renuncia a todo efectismo, a todo golpe bajo, a todo esteticismo inútil.” Coherente con sus principios, Kalari escribió apenas 10 páginas de guión y se llegó hasta un pueblito del interior de Irán, donde filmó con la propia gente del lugar. La nube y el sol naciente –filmada por apenas 100.000 dólares- gira alrededor de la misma idea motriz del cine de su mentor: las interferencias entre el cine y lo real. Un equipo de rodaje no logra filmar la última escena de la película, porque el sol no se digna a salir. Y cuando el sol aparece, el protagonista debe abandonar el rodaje, ya que su mujer está gravemente enferma.
Una característica distintiva del film de Kalari es el fuerte peso dramático de dos personajes femeninos muy contrapuestos: la directora del film de ficción y una chica, silenciosa y cubierta con un chador. “En el Irán actual se vive un momento de transición, entre la tradición, que todavía condena a la mujer a un rol pasivo, y una paulatina modernización, que permite que algunas mujeres comiencen a trabajar como profesionales, a la par del hombre. A través de esos dos personajes intenté reflejar esta situación.” Con un ombú bajo el brazo, Mahmoud Kalari sabe que, cuando vuelva a Irán, contará con un aval frente a los productores que hasta ahora no tenía. “Es que cuando uno filma su primera película, tiene que aceptar todas las condiciones, y eso limita mucho. Espero tener más libertad en la próxima.”

 

Escrito en Huelva

La película argentina Escrito en el agua se exhibió ayer en el Festival de Huelva, el principal del cine iberoamericano, en el marco de la competencia por el premio Colón de Oro. Dirigido por el boliviano Marcos Loayza, y con elenco argentino, el film ocupó la primera función del día, y tuvo un tibio recibimiento de parte del público. Es la historia de los vínculos que establece un joven porteño cuando viaja al campo con su padre y su abuelo. Escrito en el agua fue producida por el argentino José Antonio Giancaglini. Actúan Jorge Marrale, Mariano Bertolini, Marcos Woinsky, Noemí Frenkel, Luciana González Costa y Julieta Novarro. Entre los trabajos anteriores de Loayza se cuentan el corto Sin Aliento, mención especial en el festival de cine de Viña del Mar, y Cuestión de Fe, su primer largometraje, premiado en distintos certámenes.

 


 

APUNTES CINEMATOGRAFICOS DE UN FESTIVAL POLEMICO
Doce buenos recuerdos de Mar del Plata

Por Martín Pérez y H.B., desde M.del P.

ron.gif (873 bytes) On connais le chanson, de Alain Resnais (*); y Cuento de Otoño de Eric Rohmer: dos comedias ligeras en el mejor de los sentidos. En la de Resnais, los personajes cantan cada vez que tienen que decir la verdad; la de Rohmer cruza y descruza amores desde la óptica femenina.
ron.gif (873 bytes) De deformes y de hombres, de Alexei Balabanov: pornógrafos felices y niños cantores siameses en la Rusia imperial. Filmado en sepia, como si fuera cine mudo, con cartelitos y todo. El film más extraño del festival.
ron.gif (873 bytes) Pi, de Darren Aronofsky (*): film en blanco y negro sobre la búsqueda de Dios a través de la matemática. Es como un capítulo de “X-Files” filmado por Stephen Hawking. Fue la sensación del último Sundance.
ron.gif (873 bytes) Primavera en mi pueblo, Kwangmo Lee: a través de una serie de cuadros fijos y lejanos, un grupo de niños descubre el amor, el sexo y la muerte en la Corea de los años ‘50, mientras los adultos se hacen la guerra.
ron.gif (873 bytes) La celebración, de Thomas Vinterberg (*); y Los idiotas, de Lars Von Trier (*): los dos primeros productos del Dogma danés son ejemplos contundentes de cómo puede hacerse gran cine con poca plata, sin artificios y mucha entraña. Dos películas ambiguas, nerviosas y valientes, sobre grupos en disolución.
ron.gif (873 bytes) Kanzo sensei, de Shohei Imamura (*): en el Japón de fines de la guerra, un médico altruista se junta con otros locos encantadores. Terminan cazando una ballena y observando extasiados la bomba de Hiroshima.
ron.gif (873 bytes) Felicidad, de Todd Solondz (*): sordidez suburbana para retratar obsesiones sexuales, disfunciones familiares y una interminable soledad con fondo de easy listening.
ron.gif (873 bytes) Mala época, de Saad, De Rosa, Rosselli y Moreno (*): cuatro episodios sobre perdedores en los tiempos del menemismo, contados en un medio tono sin pretensiones ni autoindulgencias.
ron.gif (873 bytes) Ultima noche, de Don McKellar: en la víspera del fin del mundo, los habitantes de una ciudad buscan la mejor forma de esperar la catástrofe. Un film sutil, sensible y emotivo, al estilo de Jarmusch y Hartley.
ron.gif (873 bytes) Torrente, el brazo tonto de la ley, de Santiago Segura (*): cúmulo de incorrecciones políticas agrupadas alrededor de un personaje impresentable: un policía racista, sucio y alcohólico. Un grotesco bestial, la película más divertida de todo el Festival. Una de las sorpresas que dejó Mar del Plata.

(*) Se estrenarán comercialmente en Buenos Aires.

 

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