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CINCO MUERTOS POR LA EXPLOSION DE UNA FABRICA CASERA DE PIROTECNIA

Infierno de fuegos artificiales

Una fabrica clandestina de pirotecnia que funcionaba en una casa precaria de Monte Chingolo estalló ayer y provocó la muerte de cinco personas. La familia que vivía allí se salvó. En el barrio hubo serios destrozos. La explosión se escuchó a dos kilómetros.

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Por Horacio Cecchi


t.gif (67 bytes)  "Escuché esa cosa, y enseguida una nube de vidrios volaba por todas partes. Corrí a la otra habitación y ahí también estaba, y salí y era todo humo. Entonces, me senté a rezar llorando porque se venía el fin del mundo", dijo Antonia María Rosales. Ayer, alrededor de las 15, en Monte Chingolo, pared de por medio de lo de la señora Rosales, una fábrica clandestina de pirotecnia instalada en una vivienda precaria estalló en un inmenso hongo con olor a azufre. Murieron cinco personas, aún no identificadas. La vivienda se volatilizó, la onda expansiva volteó parte de la pared de un club contiguo, destrozó vidrios, puertas y techos de las casas lindantes, y llegó a escucharse a veinte cuadras a la redonda.

El estallido ocurrió en una casilla de madera, ubicada en los fondos de un baldío, sobre San Carlos al 2000, casi esquina Margarita Weild, en el barrio Guadalupe, de Monte Chingolo, Lanús Este. De la casilla no quedó nada. Se desintegró junto con el hongo que provocó la explosión. Sólo quedaron unas matas de pasto ennegrecido, donde parecía haber sido el epicentro del apocalipsis de Monte Chingolo. Trozos de madera aquí y allá, restos de un colchón de gomaespuma que milagrosamente soportó la explosión. Nada más.

La casilla se encontraba junto a una vivienda humilde de paredes de ladrillo revocado y techo de lata, donde vivían Luis Pérez, su esposa Viviana Galli, y sus cinco hijos María (13), Deborah (12), Luisito (9), Emanuel (8) y Matías (4). De la vivienda sólo quedaron las paredes, las chapas de zinc del techo, pero en el piso, algunas prendas colgadas de una soga y la familia que milagrosamente salvó su vida. Viviana regresaba con Matías de la mano, cuando se produjo la explosión. Le faltaban 50 metros para llegar. Dentro de la casa, jugaban Emanuel y Luisito. La madre y tres vecinos que pasaban por el lugar lograron rescatarlos de entre los escombros. "Cuando llegamos, la madre estaba pasando a uno de sus hijos por la ventana. Vimos que otro de los chicos estaba debajo de una de las chapas del techo. Había restos de personas y olor a pólvora por todas partes", afirmó Sergio Canteros, uno de los vecinos. Luisito y Emanuel terminaron con heridas de poca consideración.

"Deborah estaba en la clase de gimnasia", dijo Romina, una amiga de la Escuela 17 de Monte Chingolo. María estaba con su padre, ahora demorado en la comisaría 6ª de Lanús, a la espera del resultado de las pericias. De ellas dependerá que se determine su responsabilidad sobre la fábrica clandestina y sobre la muerte de cinco personas, hasta ayer no identificadas. "Para mí fue que hacían una changa para fin de año", dijo Vicenta de Aguirre, una vecina que juntaba los restos de vidrios de sus ventanas con una escoba. "No tenían trabajo. El, en invierno, vendía baldes, fuentes, cosas de plástico." Según otros, como Nilda Rodríguez, que vive en los monoblocks del frente, cruzando San Carlos, "la familia es rebuena y muy voluntariosa. El trabaja en la compraventa de muebles usados". La puerta de la casa de la señora Nilda, ubicada en un primer piso, a 50 metros del lugar, muestra las marcas de la explosión. "Estábamos levantando la mesa, y la puerta, que estaba cerrada con llave, se abrió de golpe. Un ventilador se cayó. Yo pensé que era la central de gas que hay acá abajo."

A la vuelta, sobre Margarita Weild, las viviendas que dan la espalda al baldío también sufrieron elna17fo02.jpg (10632 bytes) impacto. La casa de Antonia María Rosales no sufrió más porque la pared de ladrillos soportó a pie firme (ver recuadro). No ocurrió lo mismo con el muro del Club Sarmiento: la explosión abrió un boquete de cuatro metros cuadrados y fisuró las paredes del edificio, unas portentosas moles de concreto de cuarenta centímetros de grosor. Extrañamente, los ventiladores de techo de casi todas las casas linderas fueron arrancados de cuajo y desparramados por el piso, y allí donde hubiera una chapa de zinc como techo, aparecía doblada como si hubiera pasado un huracán. "Los vidrios de la parte alta del edificio vibraron como si se fueran a caer", dijo Beatriz, una docente de la Escuela 17, ubicada a tres cuadras del baldío.

Nadie en el barrio Guadalupe José admitió conocer profundamente a los Pérez. Tampoco nadie estaba enterado de la existencia de la fábrica clandestina. El fiscal Oscar Acevedo, a cargo de la investigación, intenta determinar si el lugar era alquilado por Pérez a unos jóvenes que fabricaban "rompeportones" o si él mismo dirigía la producción.

 


"Era el fin del mundo"

 

Cuando ocurrió el estallido, Antonia María Rosales estaba sentada junto a la mesa del comedor, frente a la ventana que da hacia el centro de la manzana --donde se encontraba la fábrica clandestina--, y debajo del ventilador que le permitía olvidar por momentos el calor. La señora Rosales enhebraba una aguja cuando la ventana y el ventilador le cayeron encima. "Creí que era el fin del mundo. Tengo un Dios muy fuerte, es la única forma de explicarme que no me pasó nada".

"Esto nos sirve para recordar que estamos caminando sobre un hilo muy finito, que de repente se corta y te morís", confesó Rosales, que no podía contener sus movimientos. Juntaba vidrios, levantaba objetos del suelo, relataba a todos los que se le cruzaran el momento vivido. "Fue una lluvia de vidrios. No sabía para dónde ir. Afuera había una nube de humo que iba subiendo como un hongo y se sentía un olor muy raro". Ayer, Antonia María Rosales recibió la visita de infinidad de familiares y amigos del barrio Guadalupe. Todos querían contener, de alguna forma, su ansiedad casi mística. "Mi marido, que estaba en la otra pieza durmiendo, se despertó y me preguntó qué pasaba. Qué le iba a decir si se venía abajo todo. Yo creí que era el fin del mundo".

También su casa abrió las puertas a periodistas y otro tipo de curiosos que, trepados a los techos, observaban el hueco negro, en el baldío, donde decían que había estado la fábrica clandestina. "Ni un solo vidrio quedó entero; la explosión levantó los techos del cuarto de atrás --la pared separa la casa del lugar del estallido-- y los dobló. Ese era el dormitorio de mi mamá, que hace pocos días se pasó a otra pieza. Si hubiese estado ahí, no sé qué habría pasado".


LA CAMARA ADMITE UN ALTO NIVEL DE CLANDESTINIDAD

"El control es muy difícil"

 

t.gif (862 bytes) "Es muy difícil controlar la producción clandestina de pirotecnia." Con esa definición Marcelo Ruggiero, de la Cámara Argentina de Fuegos Artificiales y Pirotecnia, buscó suavizar la responsabilidad de Fabricaciones Militares como organismo de contralor de la fabricación de explosivos. De acuerdo con la Cámara, la mayoría de la pirotecnia ilegal que logra ingresar al mercado proviene de producciones familiares precarias y de la importación clandestina. Pero son los casos como el ocurridos ayer en Monte Chingolo los que se vuelven difíciles de evitar: "Se reproducen como hormigas. Sólo pueden detectarse por denuncias de vecinos, el personal de Fabricaciones Militares es escaso y pone los esfuerzos en las fábricas legales", determinó Ruggiero en diálogo con este medio.

"Es la manipulación y uso de pólvora cloratada como combustible lo que ocasiona estallidos como los de ayer", explicó Ruggiero y afirmó que el uso de este material está prohibido en el país para la fabricación de pirotecnia. De todos modos, por la potencia y la costos bajos suele usárselo en los sitios de producción artesanal. "A diferencia de la pirotecnia legal, hecha con pólvora negra --agregó el experto--, el clorato tiene efecto transmisivo: si hace estallar un petardo, la potencia provoca la expansión". Las explosiones generadas con pólvora negra estallan pero se consumen, por este motivo la Cámara insiste en que "no es la cantidad, sino la calidad del producto", el origen de las explosiones.

Aunque la producción a pequeña escala no absorbe grandes proporciones del mercado, Ruggiero aseguró que "son montadas con poco capital y por eso logran reproducirse como hormigas". No suelen contarse accidentes de estas características en fábricas donde se utiliza la pólvora negra como insumo. Para explicar este proceso, el directivo mencionó que "se cuidan las condiciones de fabricación donde se observan medidas de seguridad estrictas y la producción se hace en compartimientos separados". En el país existen entre 15 y 20 fábricas legales, cinco de las cuales son grandes productores. Tucumán, Córdoba y el Gran Buenos Aires son las zonas de mayor concentración. De todos modos, el número indica la baja presencia que tiene en el mercado local el consumo de fuegos de artificio nacionales. Ruggiero admitió que durante el '97 casi un 80 por ciento de la pirotecnia usada fue importada. Mientras enumera nuevas medidas exigidas por la entidad para restringir la importación, el hombre aseguró que entre los productos importados existen --aunque en escala menor-- paquetes ilegales fabricados también con clorato.

Ayer, la Cámara aprovechó la ocasión para recordar, ante la cercanía de las fiestas de fin de año, que debe evitarse la compra de productos que no cuenten con la autorización de Fabricaciones Militares. En este sentido, Ruggiero buscó subrayar que es el mal uso de la pirotecnia y no su uso el que ocasiona víctimas. "Se trata de fuego. Es peligroso --admitió-- por esto no pueden usarlo menores de 14 años".

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