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UN TRANSBORDADOR DE LA NASA PONDRA EN ORBITA UN SATELITE NACIONAL
La Argentina que levanta vuelo

La misión principal del Endeavour  es poner en  marcha  la Estación Espacial Internacional. Pero además lanzará un satélite científico de la CONAE.

La partida del Endeavour estaba prevista para esta madrugada.
El satélite argentino  será puesto en órbita  el domingo 13.

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Por Pedro Lipcovich desde el Centro Espacial Kennedy

t.gif (67 bytes) Dos científicos. Uno norteamericano, otro argentino. “Pudimos completar nuestro trabajo, y nos aplaudieron”, dice uno. “Tengo miedo: si siguen los problemas, tal vez no nos permitan seguir”, dice el otro. La sorpresa es que, al menos esta vez, quien llevó a cabo su trabajo es el argentino, uno de los que construyeron el satélite SAC–A, a punto de ser puesto en órbita por el trasbordador espacial Endeavour, cuyo lanzamiento estaba previsto para la madrugada de hoy. Y el que confió a Página/12 su temor es uno de quienes participan en el momento crucial de la obra de ingeniería más ambiciosa encarada por la especie humana: la construcción de la vasta Estación Espacial Internacional, cuyo brillo en las noches sólo será superado por el planeta Venus. Si todo va bien la Estación terminará de construirse en el 2002, luego de 45 viajes como éste. Y el satélite argentino se activará el domingo de la semana que viene.
9:01:41... 40... 39..., marcan los relojes de la sala de periodistas del Kennedy. Hay todavía poca gente, cuesta acostumbrarse a la espera y uno entra y sale de la sala, se detiene ante el tropical bosque de palmeras que empieza a los pocos metros, donde un pelícano camina tranquilo; está acostumbrado a los periodistas pero nunca podrá acostumbrarse al trueno que antes del próximo amanecer lo sacudirá. Acá todos rezan para que el trueno del Endeavour sacuda otra vez a todos los pelícanos del estado de Florida.
“Casi la mitad del Congreso está en contra de nosotros”, dijo a Página/12 un hombre tenso, un ingeniero de la NASA. Los congresales norteamericanos estuvieron, todavía están, a punto de cortar el presupuesto para la Estación Espacial Internacional, que exige por lo menos 50.000 millones de dólares. Este vuelo del Endeavour estaba previsto inicialmente para julio del año pasado. En caso de que la demora continúe o –mucho peor– de que se registre un accidente como el que en 1986 costó la vida a siete astronautas, el programa seguramente se cancelará.
En el proyecto participan 16 países: Estados Unidos, Rusia, Canadá, Japón, Brasil, Bélgica, Dinamarca, Francia, Alemania, Italia, Holanda, Noruega, España, Suecia y el Reino Unido, pero el 90 por ciento de la financiación está a cargo de los norteamericanos, sobre todo desde que Rusia está en dificultades para cumplir con su parte. Todos respiraron aliviados cuando, hace 13 días, los rusos pusieron exitosamente en órbita el primer módulo de la Estación, llamado Zaria (“Amanecer”). Ahora el Endeavour lleva en sus bodegas el segundo módulo, Unity (“Unidad”), cuyo acoplamiento con el Zaria se efectuará en este viaje.
Tres astronautas –Bob Cabana, el comandante, de 48 años; Frederick Sturckow, de 35; Nancy Currie, de 38– pondrán en órbita el Unity, que será el corazón de la estación orbital. En las seis caras de su configuración se ensamblarán otros tantos módulos, hasta conformar una estructura de 120 metros de largo y 450 toneladas de peso, que orbitará a 400 kilómetros de altura. Se prevé su finalización para el 2004, pero desde enero del 2000 estará permanentemente habitada con una dotación que primero será de tres personas y después de siete. Su antecedente es la estación espacial soviética MIR, y precisamente el trabajo conjunto de astronautas rusos y norteamericanos en la MIR, desde 1994, fue la Fase 1 del programa preparatorio de la Estación Espacial Internacional, cuya Fase 2, la construcción en órbita, empieza ahora. En la bodega del Endeavour viajará también el satélite argentino SAC-A, que el próximo domingo 13 será eyectado en órbita autónoma.
–¿Para qué un satélite argentino? –preguntó este diario a Ana María Hernández, gerente de relaciones institucionales de la Comisión Nacional de Actividades Espaciales (CONAE).
–Como herramienta para obtener datos que la Argentina necesita. Antes de diseñar el plan satelital argentino, la CONAE convocó a reuniones de usuarios: el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA), el Instituto de Desarrollo Pesquero y otras entidades fueron consultadas para ver qué hacía falta. La Federación de Cooperadores de Buenos Aires y Córdoba acordó que el satélite recolecte datos sobre la profundidad de las napas de agua, para predecir riesgos de inundaciones. También se podrá evaluar en todo el país los riesgos de incendios forestales, monitoreando las condiciones de humedad y acumulación de vegetación residual que los propician.
El satélite permitirá también registrar la contaminación de los ríos, por ejemplo por causa de los emprendimientos petroleros en la Patagonia. “Cierto que, para que esto fuese realmente útil, debería haber una política de sanciones a las empresas contaminantes, lo cual no sucede en la Argentina”, observa Carlos Alonso, jefe de proyectos de la CONAE.
El satélite SAC-A pondrá a prueba las tecnologías desarrolladas para esas actividades, que se concretarán en el satélite SAC-C, cuyo lanzamiento se prevé para el año próximo. La Argentina será el segundo país de América latina, luego de Brasil, en disponer de satélite propio. El SAC-A fue totalmente fabricado por empresas estatales. Pesa 68 kilos y operará durante un año en una órbita de 389 kilómetros de altura.
El SAC-A se terminó de instalar en el Endeavour el lunes pasado: no fue cuestión de cargarlo como en el baúl de un auto, claro, sino que, en condiciones de absoluta limpieza (un grano de polvo húmedo, al dilatarse por congelamiento en el espacio, provocaría grietas en la estructura de la nave), hubo de instalarse en un canister, un canasto provisto de resortes especiales y un sistema “pirotécnico” que estallará para liberar el satélite en el momento debido.
“Terminamos de instalarlo a las cinco de la mañana, después de varias noches sin dormir”, recuerda para siempre Luis Aloy, uno de los científicos que, procedentes del Conicet y otros institutos de investigación, encontraron su lugar en la CONAE. “Cuando terminamos, los colegas norteamericanos aplaudían; ellos nos tienen confianza ahora -cuenta el ingeniero Enrique Bottinelli–. Estábamos emocionados.”

 

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