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Los “Bichos” de Disney van en busca de Oz ¡y lo encuentran!

Realizada en función de la historia y los personajes, he aquí la película del año en el rubro de la animación, la respuesta de Disney a “Hormiguitaz”, de Spielberg.

Manny y Gypsy, dos de los protagonistas de “Bichos”, una producción que demuestra que Disney sigue siendo el número uno del negocio.
De notable factura técnica y buen desarrollo argumental, la película es un desfile de criaturas que eluden el lugar común del cine para chicos.

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Por Martín Pérez

cua3.gif (9916 bytes)t.gif (67 bytes) Había una vez una hormiga. O, mejor dicho, había una vez un film sobre hormigas. Animadas. Y en Nueva York. Por sí solas, las hormiguitas se las ingeniaron para estelarizar un film pletórico en citas cinéfilas, eficaces gags verbales y con un excluyente protagónico de las estrellas contratadas para encarnar sus voces. Pues bien, después de las hormigas de Spielberg, llega el turno de los bichos de Disney. Por suerte, ambas coinciden desde hoy en la cartelera argentina: se las puede comparar fácilmente. Por el título queda bien en claro que las hormigas del buen Walt no están solas. Vienen acompañadas por escarabajos, mariposas, cascarudos y demás. Aunque esa no es la principal razón por la cual Bichos supera claramente a Hormiguitaz como película.
No es mejor por la patota. Sino, más bien, el hecho de que en el film de Lasseter las escenas están antes que las citas cinéfilas, los personajes antes que las voces, la historia como un todo antes que un gag en particular. Sucede que, al fin y al cabo, Antz es un ingenioso dibujo animado realizado por computadora. Bichos es, sencillamente y antes que nada, una gran película. Si Spielberg (o Katzemberg, ex Disney, hoy socio de Steven en Dreamworks y clave en las acusaciones de plagio que enfrentan ambas empresas) se queda en Nueva York con sus hormigas, los herederos de Disney –con Pixar a la cabeza– no piden menos que El Dorado. Van en busca de Oz. Y –maravilla de maravillas– lo encuentran.
Suerte de cruza animada entre la fábula de la cigarra y la hormiga de Esopo y Los Siete Samurais de Akira Kurosawa, Bichos se preocupa por la historia de Flik, “una hormiga con ciertos problemas de autoestima” según la describen sus propios autores. Flik es uno más entre los habitantes del hormiguero de Ant Island, que suele comenzar cada temporada el trabajo de recolección de alimentos rindiéndole tributo a una bandada de saltamontes. Aunque, en realidad, Flik está lejos de ser una hormiga común. Inventor frustrado y torpe como el que más, es una suerte de visionario sensible, algo creído pero básicamente ingenuo, que cuando cae en desgracia y provoca la catástrofe alimenticia que abre las hostilidades de los saltamontes contra las hormigas, el hormiguero en masa prefiere darle una misión lejos de casa antes que permitirle seguir “ayudando” a la comunidad. Lejos no va a romper nada, es la lógica del clan.
Y allá va Flik, hacia la lejana ciudad (pletórica en gags descostillantes, como un ciempiés mimo o una mosca que no puede evitar “ir hacia la luz” y quemarse en un matamoscas eléctrico), en busca de un grupo de insectos extranjeros que defiendan a los suyos ante los saltamontes. Claro que ese es el plan B. El plan A, en el que se esfuerzan las hormigas apenas Flik desaparece de Ant Island, es volver a juntar las ofrendas para dejar satisfechos, como siempre, a los saltamontes. Pero este no será un verano fácil para las hormigas de Ant Island. Porque, por un lado, los saltamontes no están dispuestos a olvidar el desafío. Y, por otro lado, porque Flik regresa sano y salvo, y acompañado por un grupo de”guerreros”: una troupe de circo integrada por simpáticos fracasados que no conocen el placer del aplauso.
Con personajes queribles, escenas cuidadosamente construidas, y una fluidez envidiable en la animación por computadoras, Bichos –con los 85 millones de dólares que costó puestos en la pantalla– asegura el lugar de Disney como rey del dibujo animado, en un año lleno de recién llegados (Warner lanzó Anastasia). No es una sorpresa que su responsable sea el rebelde de Pixar –John Lasseter– que hace tres años con Toy Story demostró ante los escépticos de su propia compañía asociada que podía hacerse un film de animación sin malos ni escenas musicales. Con Bichos –a pesar de la concesión de esos malos saltamontes– Lasseter demuestra que evidentemente sólo la excusa de un film para chicos permite realizar en el Hollywood actual una película original, inteligente y memorable.

 

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