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ENTREVISTA A BERNARDO BARAJ, SAXOFONISTA
“Lo mío es la utopía”

La intención de honrar al género que el escritor homenajeaba, sin perder de vista su habitual apertura estilística, preside el show “Milonga borgeana”, que presenta hoy anunciando la salida del CD.

Baraj tiene en su historial diversos estilos musicales, de Alma y Vida al trío junto a Vitale y González.
“Siempre escuché mucho jazz, y el jazz tiene un lenguaje y un código que otorga mucha ductilidad.”

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Por Fernando D’Addario

t.gif (67 bytes) “En mi música, la utopía está siempre latente”, dice Bernardo Baraj, uno de los músicos más eclécticos de la Argentina. En un amplio abanico que va desde su militancia en los tempranos 70 en el grupo de rock, jazz y blues Alma y Vida hasta el trío folklórico con Lito Vitale y Lucho González en los 80, Baraj ha tocado de todo y con todos. Entre ellos, Luis Alberto Spinetta, Charly García, Litto Nebbia y Rubén Rada, por citar cuatro grandes. Ahora, al frente de un quinteto acaba de editar su tercer CD solista, Milonga borgeana, que presentará esta noche en La Trastienda. En los temas, Baraj se pasea por el tango, la zamba y la milonga con el jazz como visitante permanente, sin pruritos ni convencionalismos, como continuando en la búsqueda. “Lo mío es la utopía”, repite el saxofonista. “Borges era purista para escuchar música, pero su manera de escribir, su agudeza, no tenía que ver con una cosa purista, al contrario”, dice Baraj en una entrevista con Página/12, cuando se le pregunta por la apertura musical que muestra el disco en ¿contraste? con el gusto específico del escritor (la milonga) en materia de música argentina. “Básicamente, hice esto porque siento una gran admiración por Borges, y el disparador para hacer esto fue un ciclo en el Centro Cultural Borges. Ahí se me ocurrió hacer una milonga, pero construida desde mí, y no desde una intención revisionista. En ese contexto, también me conmocionó mucho una frase escrita por él, en la que pintaba como nadie la atmósfera de Buenos Aires.” La frase aludida por Baraj data de 1928. El autor de El Aleph afirmó: “Alguna vez si los primitivos tangos no engañan, una felicidad sopló sobre las tapias rosadas del arrabal, y estuvo en el empaque dominguero del compadrito y en la jarana de las chirusas en el portón. Qué valentías la gestaron, qué generosidades, qué fiestas...”
–¿Donde existe el punto de contacto entre la “Milonga borgeana” y el espíritu del escritor?
–No sé, tendría que estar él presente para poder decir si existe o no una relación. En principio la relación está dada por el nombre. Y musicalmente el tema está estructurado según distintos climas. Hay primero una mirada melancólica respecto de aquellos tiempos, después un intermedio con un espíritu como de algarabía. Salió así, no hubo una pretensión previa. Es una mirada mía. Borges hacía alusión a la alegría del tango instrumental, que luego se perdió cuando apareció el tango canción, que trajo aparejado un halo de melancolía y tristeza que a Borges no le gustaba nada. Y de algún modo, a pesar de que admiro muchísimo a los grandes poetas que dio el tango, coincido con él en esa percepción.
–¿En su caso se trata de una cuestión musical o social?
–Musical. Es cierto que las expresiones artísticas son consecuencia de un estado social, y los tangos cantados fueron producto de un país que había cambiado. Pero musicalmente me identifico más con los tangos y las milongas de principios de siglo, porque estaban más emparentadas con el candombe, las habaneras, el costado más negro, que en algún punto yo lo derivo hacia el jazz.
–Escuchando el disco da la sensación de que usted buscó una síntesis de Buenos Aires, con aires de milonga y tango, pero también de zambas y chacareras, todo eso tamizado por el jazz. ¿Esa fue la intención?
–Sería una intención muy pretenciosa de mi parte, pero sí es cierto que busqué una aproximación a los sonidos de la ciudad que yo siento. Algunos dicen que cuando yo toco folklore me falta tierra. Y puede ser. Los aires folklóricos que existen en mi música están pasados por un espíritu urbano. El folklore que puedo llegar a tocar tiene que ver con la ciudad.
–¿Por qué ese interés por el folklore?
–Por su riqueza rítmica, que a mi juicio es mayor inclusive que la del tango. El folklore tiene una cosa ternaria que no tiene el tango y sí la milonga, y tiene, aunque muchos no lo reconozcan, puntos de contacto con el jazz.
–En su grupo tocan también dos de sus hijos. ¿Cómo influye eso en la dinámica del trabajo?
–Hace siete años que trabajo con mis hijos y para mí siempre tenerlos cerca va a ser positivo. Como padre y como músico. Puede tener de contraproducente el hecho de que se mezclen las cuestiones profesionales con las personales, y tal vez es probable que en algún momento mi historia les haya pesado, pero ahora se da una interrelación muy fluida, que tiene que ver también con la madurez de ellos. Mi hijo Marcelo, además de tocar en el quinteto, está con Los Tintoreros y con Actitud María Marta. Eso habla de una postura muy abierta, que también es la que vivieron de chicos, porque es lo que les transmití desde la música que yo hacía o escuchaba. En mi casa siempre se escuchó mucho jazz, y el jazz tiene un lenguaje y un código que le otorga al músico mucha ductilidad.

 

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