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“Me gusta cantar tango, pero no niego al blues”

Oscar Mangione se hizo célebre entre 1989 y 1994 como psicólogo de Boca: alejado de las canchas, hoy se muestra en un espectáculo que busca borrar los prejuicios clásicos del dos por cuatro.

Mangione es un ex militante, psicólogo, guitarrista y cantor.
Todos los domingos presenta un show llamado “Tango, arte joven”.

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Por Fernando D’Addario

t.gif (67 bytes) “Los psicólogos somos bichos raros en todos los ámbitos”, sostiene Oscar Mangione, un hombre que ha dado ejemplos de su incursión desprejuiciada en terrenos más o menos ajenos al ghetto académico: entre 1989 y 1994 trabajó como psicólogo en el plantel de Boca Juniors (aun siendo hincha de River), y desde hace algunos meses, todos los domingos canta tangos en Oliverio Allways, como parte del espectáculo Tango, arte joven. Evidentemente, en la vida de este hombre que en los 70 fue militante político y gremial, y que fue y es guitarrista de rock (compuso “El último blues”, que interpreta Celeste Carballo) hay pulsiones vitales imposibles de reprimir. De las relaciones entre tango, fútbol y psicología, y de los prejuicios que estallan cuando se rompen las etiquetas, habla Mangione en la entrevista con Página/12: “En el espectáculo que hacemos tratamos de desmitificar los lugares comunes del tango. Hacemos una cosa divertida, es como sacarse la careta. Metemos un blues o contamos historias. Para ser tangueros no tenemos por qué renegar de Almendra y Manal”.
Mientras cantaba y tocaba la guitarra como hobbie, el hombre trabajó de psicólogo en Boca integrando los planteles que condujeron Aimar, Tabárez y Habegger. Se fue en 1994, “en desacuerdo con los hábitos militaristas del profesor Habegger”. De todos modos, y a la luz de los resultados, admite que no pueden hacerse milagros al respecto: “No hay manera de motivar en masa. Yo trabajaba con la concentración, para que la angustia de la hinchada no se proyectara en los jugadores en forma de inhibición motriz. Pero los que ganaban eran los jugadores y los que perdían también. Una vez, después de un partido, un periodista me preguntó cuál era mi responsabilidad en la derrota. ‘Toda –le respondí– ¿no viste todos los goles que me perdí?’”. Recuerda las pretemporadas con Boca, cuando terminaban cantando con el marcador de punta Carlos Moya, “que como cantor era un muy buen jugador de fútbol”. Y claro, los más grandes del grupo, Marangoni y Pogany, por ejemplo, le pedían “algún tanguito”. Y otros, como Latorre o Musladini, preferían algo más “pop”. “En San Pablo, en la Supercopa, me puse a cantar tango con un cuarteto de música brasileña. El relator Caldiero había grabado ese momento y lo pasó por radio. Me incendió, todos habrán pensado que estaba de joda” apunta con una sonrisa.
–Cantarle un tango a un jugador no parece muy motivador...
–Depende de qué tango. Si le cantás “Otario que andás penando”, que dice “de la vida hay que reírse/ igual que yo”, lo predisponés bien. Si le cantás “La última curda” lo matás.
–Cuando escribe música, ¿hasta dónde deja que le salga el psicoanalista?
–En mis letras hay un dejo psicoanalítico. La canción de la histeria, por ejemplo. Lacan decía que la persona histérica instala su deseo en el punto exacto de la insatisfacción. En la canción yo no lo digo con ese lenguaje, pero también queda flotando esa idea. Mi modelo es Celedonio Flores. Yo no le llego ni a los talones, pero rescato de él eso de ser un tipo letrado que en todo momento era ‘el negro Cele’.
–Usted es hoy un tanguero, pero se crió escuchando a Manal y Almendra. ¿Eso le generó algún conflicto de identidad?
–Sí, claro. Me llevó muchos años de crisis superarlo. Yo quiero cantar como un tipo que se crió en Chacarita, pero toco la guitarra como un estadounidense. ¿Dónde me pongo? Creo que en este espectáculo encontré la respuesta, que no pasa por mezclar los dos géneros para lograr un híbrido, sino por hacer lo que vaya sintiendo en cada momento. A mi edad quiero cantar tangos, pero también me dan ganas de tocar un blues. Soy conciente de que el rock capturó muchas cosas de la identidad urbana que fueron patrimonio del tango, pero para retomar esa identidad no hay que dejar lo otro. Es un proceso de crecimiento. En la psicología lo vemos en larelación de los hijos con los padres. En la adolescencia hay una ruptura terrible. Con el tiempo te das cuenta de que no son tantas las cosas que te diferencian de tus viejos.
–¿Hay conceptos de psicología que se pueden aplicar conjuntamente al fútbol y al tango?
–Más que de la psicología, hay una concepción de la vida que se traslada a la música y también al fútbol. Yo me fui de Boca porque no estaba de acuerdo con el trabajo de Habegger, quien creía más en reprimir que en entender. Aun como profesional tengo mis limitaciones, lo admito: jamás podría analizar a un tipo de la ESMA.
–¿Y qué sensación le produce el tanguero conservador y machista?
–Es un producto típico de este país. Como el otro tanguero, el psicoanalista de café que se junta con un amigo y le tira la justa, con sabiduría popular. Argentina es así, te cruzás todos los días con tipos interesantes y a los dos minutos con gente que necesita alimentarse de paternalismos ideológicos. Por eso es imposible hacer una “psicología del argentino” o una “psicología del tanguero”.

 

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