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ALAS
Por Juan Gelman
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t.gif (862 bytes) De todas las razones esgrimidas para que Pinochet sea devuelto a Chile, incluso las humanitarias –.“él no es un anciano de 83 años, es un dictador de 83 años”, bien dijo Vázquez Montalbán–, hay una que despierta preguntas de peso en el campo democrático: la extradición del general a España, ¿desatará una crisis sin retorno en el llamado proceso de transición chileno? ¿Esa crisis podría desembocar en un golpe de Estado? Lo último es improbable. La crisis está presente ya.
La incredulidad inicial de las fuerzas armadas y las derechas políticas de Chile ante la noticia de la detención de Pinochet se ha convertido en rabia multiplicada por la soberbia herida y la impotencia. Altos jefes retirados han hecho planear la amenaza del golpe, pero ¿cómo lo justificarían? ¿Para “salvar a la Patria de la bestia marxista”? ¿Acaso Eduardo Frei hijo es un “rojillo” como Allende? ¿Acaso no hace todo lo que puede para rescatar a Pinochet de la justicia? Y Estados Unidos, ¿apoyaría ese golpe en momentos en que vuelven a subir las tufaradas de su participación en el que derribó a Allende? ¿Qué les queda a los militares chilenos? ¿Invadir Gran Bretaña? Las fuerzas armadas de Chile expresaron públicamente su identificación con la dictadura, que las colmó de beneficios en metálico tales como el 10% de los ingresos nacionales por la exportación de cobre. Pinochet instaló además una suerte de institucionalidad pretoriana por la que los uniformados acotan las decisiones políticas del gobierno civil. Ni siquiera necesitan dar un golpe “blando”. Lo dio el propio Pinochet antes de abandonar el sillón presidencial.
La detención del dictador ha desordenado la congelada articulación de un proceso político que se sustenta en la impunidad, el silencio, el miedo y el olvido por decreto. Ha enloquecido a las derechas civiles y enfurecido a los militares. Ha dividido al gobierno de coalición y se asiste al patético espectáculo de víctimas de Pinochet defendiendo a Pinochet. Es lógico que la derecha bufe: ha perdido a su espantajo y sus dirigentes más lúcidos advierten que no sirve más, que está profundamente desgastado en el plano internacional y cuestionado en el local, que es preciso reorganizar en lo político la ingeniería del dominio económico de los “nuevos ricos”. El oficialismo, por su parte, vive contradicciones abruptas: un grupo de diputados socialistas aplaude la extradición de Pinochet y el presidente Eduardo Frei hijo se empeña en evitarla. Eduardo Frei padre alentó el golpe de Pinochet. Hay coherencia familiar.
El pueblo chileno no necesariamente se divide según los enconos de las cúpulas, y el paisaje de una sociedad civil partida exactamente en dos –alimentada por imágenes simétricas de manifestaciones a favor y en contra de la extradición– no necesariamente expresa la realidad de abajo. Una encuesta que Market Opinion Research International efectuó en Chile del 17 al 24 de noviembre (un día antes del fallo de los lores contrario a Pinochet) arrojó los siguientes resultados: el 71 por ciento dijo que no se sintió afectado por la detención de Pinochet; el 83 por ciento pensaba que Pinochet es culpable de los crímenes que se le imputan; el 57 por ciento, que había que juzgarlo; el 64 por ciento declaró que no tenía miedo a las consecuencias. Si esto es así, la sociedad chilena está menos polarizada y fracturada de lo que cabe suponer. En el gobierno se observa una notable escasez de imaginación o de coraje civil, o de voluntad política, para lograr que este comienzo de desarticulación del Chile pinochetista se convierta en un paso histórico hacia la verdadera democratización, la basada en la justicia y la verdad.
Los mandatarios del Mercosur han salido en defensa de Pinochet con el manoseado argumento de una soberanía nacional que se derrite cuando aparece el FMI. Se trata, obvio, de un acto de autodefensa: para no hablar de Banzer, todos ellos cultivan la impunidad lujosamente. He aquí que, además de lo acordado en Mar del Plata, la Operación Cóndor de las dictaduras militares del Cono Sur es acuñada a nivel presidencial, público y civil. ¿Es que alguna vez se extinguió esa operación, supervisada por Estados Unidos y ejecutada por Pinochet (alias Cóndor 1), Stroessner (alias Cóndor 2), Videla (alias Cóndor 3) y etcétera?
En 1974, el abogado paraguayo Martín Almada fue desaparecido y salvajemente torturado en una comisaría de Asunción. “Caíste en las garras del cóndor”, le dijo un prisionero. Almada no entendía. Lo “interrogaban” connacionales y señores de civil de anteojos negros y acento chileno y argentino o uruguayo. Sobrevivió. En 1992, de vuelta de su exilio, supo descubrir en una comisaría asunceña los Archivos del Terror de Paraguay: 5 toneladas de papel y fotografías que detallan la coordinación represiva de las dictaduras de esta golpeada zona del planeta. Almada acaba de testimoniar, ante el juez Garzón, entre otras cosas: que tan cerca de hoy como el año pasado un coronel paraguayo envió un fax a un coronel ecuatoriano con una lista de “subversivos” paraguayos destinada a integrar otra lista, más amplia, de “subversivos” latinoamericanos; que un juez citó al coronel de marras para pedirle explicaciones; que el coronel le dijo que había enviado el fax por orden de su general.
El 15 de noviembre de 1992, el ex agente de la DINA chilena Eugenio Berríos desapareció en el Uruguay aunque gozaba de protección policial. Samuel Blixen, periodista de Brecha, reveló que, en cumplimiento de órdenes superiores, los agregados militares de las embajadas respectivas en Montevideo y Santiago habían sacado a Berríos de Chile y lo habían ocultado en el Uruguay para que no declarase ante el juez chileno Adolfo Bañados que investigaba el asesinato en 1976 del ex canciller allendista Orlando Letelier. Para ese traslado usaron los viejos vínculos de la Operación Cóndor y había motivos para hacerlo: Berríos, como agente de la DINA, trabajó en Santiago con Michael Townley, el hombre de la CIA que preparó el atentado contra Letelier en Washington y contra el general Prats en Buenos Aires. Es decir, sabía mucho de crímenes ordenados por Pinochet. Narra Blixen que Berríos era alcohólico, emocionalmente inestable y a punto de ser incontrolable. Su cadáver fue encontrado bajo dunas de arena del balneario El Pinar el 15 de abril de 1995.
El cóndor habrá perdido plumas, pero nunca las alas.

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