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Un viaje de ida y vuelta

 

Por Carlos Polimeni


t.gif (67 bytes)  La primera vez que cruzó el Atlántico rumbo a Madrid, Antonio Birabent tenía 6 años y no entendía casi nada del país que dejaba. Iba en brazos de sus padres y tardaría mucho tiempo en regresar, aunque no lo sabía. Su padre, uno de los pioneros del rock en la Argentina, había decidido el viaje convencido por una bomba en un local de San Telmo donde se empeñaba en actuar en noches de sirenas, rumores e incertidumbres. Era 1976, el infierno tan temido. Mientras ponía a buen resguardo su familia y su carrera, Moris logró una hazaña no del todo bien evaluada por la historia: enseñó a los españoles que se podía cantar rock en castellano. No lo hizo por espíritu docente sino a fuerza de canciones urbanas como las que había compuesto aquí en la década previa, la mayoría de las cuales --aunque no todas-- están en sus notables discos 30 minutos de vida y Ciudad de guitarras callejeras. Las canciones madrileñas de Moris, las incluidas en Fiebre de vivir, por ejemplo, mostraron a los propios españoles un universo que parecían desconocer. Ya nadie diría allí por muchos años que el rock era para ser cantado en inglés. Antonio creció como un chico más de esa ciudad, hasta la adolescencia. En 1987, como cerrando un círculo, sus padres decidieron volver a Buenos Aires, convencidos de que la democracia era estable, y Antonio mudó sus 18 años a una ciudad desconocida. La fue haciendo suya de a poco, aunque de algún modo su mirada fuese siempre la de un extranjero. Antonio fue, ante el público, primero periodista de rock, después músico de su padre, más tarde solista, después actor de cine, presentador televisivo, estrella de programa televisivo con rating y por eso chico fashion de temporada. Le costó dar en el clavo con la música pero lo logró con Azar, su tercer CD, un trabajo de canciones ambientales que grabó en su casa y editó personalmente. Este año volvió a Madrid, contratado para un film en que hizo de hijo de Federico Luppi y Carmen Maura y metió en una valija 50 de esos compactos. Se movió un poco, lo mostró y el resultado fue increíble: semanas después se encontró decidiendo entre tres ofertas de compañías grandes para su salida en España. Desechó a las dos multinacionales y se quedó con la independiente local, que le firmó contrato para tres discos en total. Veinte años después de que su padre enseñase aquella lección, nadie hace este tipo de música en castellano en España, le dijeron unánimemente. El 3 de enero, el día en que cumple 28, Antonio estará volando otra vez rumbo a Madrid, para instalarse a vivir como cuando tenía 6, en busca de otro futuro que desconoce. Mandará postales electrónicas.

 

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