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OPINION
Una entrega "espontánea"
Por Miguel Bonasso

La entrega "espontánea" del capitán de fragata Jorge Eduardo Acosta (alias El Tigre) dista mucho de ser un triunfo de las instituciones de inteligencia y seguridad de nuestra democracia. Y aunque podría llegar a ser una buena noticia si la Justicia lo dejara preso para siempre, no alcanza a disimular las falencias de quienes debieron buscarlo y llevarlo esposado a un juzgado. Lo que probablemente no hicieron, porque la Armada suele molestarse cuando uno de estos "caballeros del mar" es tratado, justificadamente, como un delincuente. Razón por la cual se demoraron dos semanas en darle la baja, en cumplimiento de una norma que obliga a separar de la fuerza a todo oficial que es declarado en rebeldía por algún juzgado. Y es probable que esa baja tardía haya sido el precio que pagaron para que el Tigre se entregara y no fuera capturado con "deshonor". Como si el deshonor se basara en normas y no en la historia. En todo caso ni la SIDE, ni la Policía Federal Argentina, ni la Policía Bonaerense pusieron real interés en capturarlo a partir de que pasó a la clandestinidad y el juez Adolfo Bagnasco lo declaró en rebeldía y le decretó la captura. Esta no es una afirmación temeraria ni baladí. En Pinamar, la búsqueda fue burocrática, cosa que le consta personalmente a quien escribe estas líneas. Una de las medidas tomadas por la PFA, por ejemplo, consistió en vigilar el chalet oportunamente escrachado por Página/12, a ver quién pasaba a retirar la pick up Ford F-100, patente V006078, comprada a la Armada. Cosa que nadie hizo, naturalmente. Y no mucho más. Contemporáneamente este cronista, con el apoyo solidario de algunos vecinos de Pinamar, hartos de que su ciudad balnearia sea considerada un santuario de mafiosos y genocidas, pudo detectar en apenas tres días las llamadas telefónicas que se habían hecho desde el chalet de Acosta, antes y después del escrache que le hicimos al represor el domingo 13 de diciembre último. También supimos con quién se había comunicado. Uno de los números correspondía a su socio, amigo y antiguo subordinado de la ESMA, el capitán de fragata de Infantería, de Marina, Fernando Enrique Peyón, alias Giba, Mochila, Quasimodo o Eveready, otro asesino que goza de impunidad e incluso de apoyo oficial. Como lo demuestra un episodio muy significativo. En julio último, cuando HIJOS organizó el escrache de Peyón en un edificio de la calle Capdevila 2852, donde viven otros marinos vinculados a la inteligencia naval, como el genocida Juan Carlos Rolón (alias "Niño"). (Tan vinculados a esa pretendida inteligencia como lo estaba Alfredo Astiz hasta que este diario dio la información correspondiente.) En vísperas del escrache, Quasimodo dirigió una carta a sus vecinos del barrio, en la que se permitía darles consejos, juntamente con la Policía Federal y los integrantes del consorcio que le sirve de guarida. Ciertas afirmaciones de Peyón merecen citarse: "Tenga la tranquilidad de que mientras existan fuerzas armadas, de seguridad y policiales como las que tuvimos y como las que hoy tenemos, ninguna organización terrorista podrá teñir de sangre a nuestra querida nación". Podía tratarse, como creerán algunos, del gesto descolgado de un represor en retirada, pero al día siguiente se pudo comprobar que, en lo que respecta a la Policía Federal, no hablaba de balde. El 15 de julio los manifestantes de HIJOS, de Madres de Plaza de Mayo y de otros organismos de derechos humanos fueron bestialmente apaleados por efectivos de la Guardia de Infantería de la Federal, que habían llegado en tres camiones blindados y hasta tenían el "apoyo aéreo" de un helicóptero. Despliegue desmedido que provocó un pedido de informes de la diputada del Frepaso Adriana Bordenave, pero hubiera merecido que la Alianza opositora reclamara una interpelación al ministro del Interior. El segundo episodio es menos claro, menos rotundo, pero no menos inquietante. El 19 de diciembre pasado, seis días después del escrache del Tigre, un periodista y un fotógrafo de Página/12 que habían ido a la isla Maciel a investigar en torno al astillero Río Bravo, que pertenece a Acosta y Peyón, fueron interceptados por cuatro sujetos armados, que podían ser cualquier cosa: asaltantes comunes o mano de obra desocupada, vinculada a Eveready, a quien llamaban así por su afición a la corriente eléctrica. Uno de los sujetos llegó a disparar un balazo, cuando los colegas emprendían la retirada a bordo de un remise. Pudo ser una casualidad, sin duda, pero menuda coincidencia. Que no puedo dejar de asociar con los extraños seguimientos que sufrieron las esposas de algunos de los pinamarenses que colaboraron conmigo en el escrache del Tigre. Método canalla si los hay, propio de los que huyen cuando se los enfrenta a cara limpia. Por fin, como remate de estas casualidades, acabo de ver por el noticiero de Telefé (ligado al grupo monopólico CEI, de conocida relación con el presidente de la Nación) un curioso reportaje que un periodista anónimo le hace al Tigre Acosta. Más allá de la inútil preocupación del Tigre por buscar una polémica conmigo, que no tuvo los pantalones de emprender cuando lo encontré en el restaurante Estilo Criollo de Pinamar y se escapó como una rata, la curiosa nota me sugiere algunas reflexiones. ¿Quién lo hizo? ¿Dónde lo hizo? No quisiera pensar que se hizo en alguna oficina del SIN, porque tendría que suponer que la Armada de la democracia ampara a delincuentes comunes, que no sólo alcanzaron triste fama en la represión clandestina, sino que en tiempos constitucionales fueron procesados por estafar al Banco Central con el affaire del astillero Astilsud. Menos me gustaría creer que el ministro de Defensa, Jorge Domínguez, permite que el presupuesto a su cargo se use para tales porquerías. Porque sumados ciertos antecedentes arrojaría una convicción de connivencia que preocupa por el destino del sistema democrático. Como lo denunció este diario, Acosta creó una de sus empresas truchas, Eximport Funds, para prestar servicios de "inteligencia" en el Mercado Central, contratados por las autoridades de entonces, que pertenecían al Partido Justicialista. La gabela que cobraba Eximport Funds por intimidar a puesteros y trabajadores era de 80 mil dólares mensuales. Negocio que se vino abajo por la denuncia de ATE. Hace un año el ministro del Interior, Carlos Corach, le aseguró a este cronista que Acosta nunca estuvo trabajando para su ministerio. Pero uno de sus subsecretarios, en otra charla informal, confirmó que sí había hecho trabajos "antes de Corach". Creo que hay bastante gente en este gobierno que debería dar explicaciones. Y que ha llegado la hora también de que la oposición las pida en voz bien alta.

 

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