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Por Alfredo Zaiat

Crisis global

El derrumbe de las economías asiáticas está expandiendo sus efectos al resto de los mercados. El consenso que va ganando en la city es que esta crisis va para largo y que todavía faltan varios remezones.

Una semana estalla en Moscú. Otra en Tokio. La próxima puede ser en Nueva York, como antes había sido en Corea del Sur y también en Brasil. La crisis ha ido mudando su epicentro a lo largo del último año, y cuando parece que renace la calma en los mercados irrumpe nuevamente el pánico con toda su fuerza. Esto revela que resulta apenas una ilusión la intervención del FMI, de la Reserva Federal o de las bancas centrales de los países atacados para poner en línea a las economías que están siendo castigadas. Esta crisis no es exclusiva de Rusia, de Japón o del resto de los tigres y tigrecitos asiáticos. Es una crisis global, lo que en los libros que tratan sobre tormentas financieras está resumido como la explosión de una burbuja. En este caso, a diferencia de otras tantas a lo largo de la historia, tiene la particularidad de que se trata de una histeria especulativa que se desarrolla en un mercado globalizado.

La prolongación de la crisis, con sus altibajos, va desgastando a los financistas. Ante cada recuperación de los activos luego de un fuerte derrape de las cotizaciones apuestan a que lo peor haya pasado. Pero cuando sufren en bolsillo propio el derrumbe de esa esperanza, el escepticismo va ganando terreno. Es por ese motivo que pocos piensan que el probable rebote de los papeles en los próximos días vaya a significar la culminación de la debacle. A medida que ese descreimiento avanza, la crisis se va expandiendo a plazas que hasta ahora habían quedado inmunes, como la de Nueva York y las europeas. Y la eventual caída de esos mercados, que han tenido un crecimiento explosivo en los últimos cuatro años, ya no sería una etapa más de la crisis sino que se trataría de un crac bursátil mundial.

Ese escenario que hasta hace poco era descartado sin titubear por los corredores, ahora no lo consideran descabellado. Por primera vez desde que estalló la crisis, en julio del año pasado, y desde que se empezó a hablar del peligro de la espectacular burbuja del Dow Jones, los principales gurúes de Wall Street se han dividido. Un grupo de esos profetas ha modificado su pronóstico y cree que se producirá un importante ajuste de la Bolsa americana. Ese cambio de percepción gatilló, además del descalabro japonés y ruso, la última caída del Dow. Pero ese repliegue también tuvo motivos internos: las ganancias de las empresas americanas han comenzado a descender, y las estimaciones para el próximo año son de tendencia a la baja de utilidades debido al impacto de la crisis asiática en los negocios de las compañías.

En ese contexto, la Bolsa de Buenos Aires ha quedado atrapada en ese terremoto y de la peor manera. Casi todos sus principales papeles cotizan en Nueva York, con lo que ha quedado muy expuesta a los vaivenes de la crisis global. Así, seguirá bailando a un compás que no domina, moviéndose a tropezones rezando no terminar en el piso por dar un mal paso.