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![]() por Rodrigo Fresán UNA FRASE El hombre y la mujer -explicó el doctor- son entidades químicas fácilmente analizables, fácilmente alterables por el incremento artificial o la eliminación de estructuras de cromosomas; mucho más predecibles, mucho más maleables que la vida de algunas plantas y, en muchos casos, mucho menos interesantes (John Cheever, El escándalo Wapshot). OTRA FRASE El hombre no es un ser sencillo. La espectral compañía del amor siempre con nosotros (John Cheever, Crónica de los Wapshot). JOHN CHEEVER COMO ENTIDAD QUIMICA FACILMENTE ANALIZABLE Cheever, John (1912-1982) Escritor norteamericano de cuentos y novelas nacido en Quincy, Massachusetts. Buena parte de su ficción gira alrededor, humorística y compasivamente, de la empobrecida vida -tanto en lo emocional como lo espiritual- de comunidades privilegiadas. Su primera novela, Crónica de los Wapshot (1957), ganó el National Book Award. En 1956 recibió la Howells Medal para Ficción de la National Academy of Art and Letters. Cuentos y relatos (1978) ganó el premio Pulitzer y el galardón otorgado por National Book Critics Circle Award. ![]() JOHN CHEEVER NO ES UN SER
SENCILLO Una cosa, sí, está clara: hay una Leyenda Cheever y, a diferencia de lo que ocurre con buena parte de las leyendas, es una leyenda cierta, fácil de comprobar. Otra cosa es segura: John Cheever fue expulsado y gran parte de su obra trata de la imposibilidad de volver a un paraíso que jamás se conoció pero que se intuye como posible o, por lo menos, digno de ser imaginado y puesto por escrito una y otra vez, hasta el fin de todas las cosas de este mundo. Cuando el relato Expelled (Expulsado) apareció por primera vez en las páginas de la prestigiosa revista The New Republic editada por Malcolm Cowley, lo hizo precedido de la siguiente nota: A menudo los maestros escriben cosas brillantes acerca de sus alumnos, pero es muy rara la ocasión en que los alumnos de un colegio secundario devuelven el cumplido. John Cheever es una excepción. La primavera pasada fue expulsado de una academia en Massachussetts a finales de su año preparatorio. En las páginas que siguen, escritas a la edad de diecisiete años, él reproduce la atmósfera de una institución donde los conocimientos son servidos secos y en pequeñas bandejas como si se trataran de masitas. En su ensayo sobre Cheever para el Dictionary of Literary Biography, Robert A. Morace escribe: Aunque Cheever se ha referido sucintamente a Expelled como las reminiscencias de un cabeza dura, su relato no suena quejoso ni amateur y, en más de un sentido, anticipa el estilo que desde entonces se ha convertido en la marca registrada de Cheever. Como bien precisa Morace, Expelled ya goza de una típica estructura episódica y cheeveriana, de una feliz propensión a lo epifánico, de la consideración de la Naturaleza como fuerza redentora de la falibilidad humana, y del clásico conflicto entre lo que está bien visto y no desde la óptica de un confundido rebelde con causa, un ángel arrojado desde las alturas de su paraíso por todas las razones incorrectas o no. El joven Charles de Expelled es el antepasado directo de futuros expulsados como el marido rural, el nadador, el ladrón de Shady Hill. El joven Charles de Expelled es todos ellos cuando eran chicos. La verdad detrás de la ficción pero también la verdad que apuntala el mito es la que sigue: a los diecisiete años de edad John Cheever fue expulsado de la Thayer Academy of Massachusetts. El hecho dio lugar al fin de su carrera académica y al principio de una vida de escritor tiempo completo que -con un relato publicado a tan temprana edad en las páginas de The New Republic del 1-o de octubre de 1930- empezó a lo grande y con todas las letras. Sin embargo, pasarían ocho años hasta que Cheever viera publicado su segundo relato y trece hasta la edición de The Way Some People Are: A Book of Short Stories, su primer libro de relatos. Expelled no volvió a aparecer en ningún sitio -libro o antología- hasta su redescubrimiento a modo de obituario en, sí, las páginas de The New Republic en su edición del 19/26 de julio de 1982 para ser incluido posteriormente en First Fictions: An Anthology of the First Published Stories by Famous Writers. En su biografía de Cheever, Scott Donaldson aporta más datos sobre la composición de este relato con justicia legendario y que parece anticipar el tono y la forma de los primeros capítulos de The Catcher in the Rye (El cazador oculto) de Salinger: Una larga historia de incidentes condujo a la expulsión de John Cheever (...) Su impuntualidad, su pereza, su constante falta de aseo y su poca propensión a la disciplina -sumadas a falsificaciones que iban de lo mediocre a lo terrible- lo convirtieron en un candidato perfecto para la expulsión (...) La camada de gente brillante que ha fracasado en el colegio secundario es numerosa -Churchill y Scott Fitzgerald son los primeros en los que uno piensa-, pero Cheever probablemente sea el único que utilizó su expulsión del colegio como vehículo creativo para arrancar su vida profesional como escritor. Cheever se sentó, escribió una historia sobre todo el episodio, se la envió a Malcolm Cowley y éste la publicó en lo que, seguramente, fue una de las adquisiciones más inusuales de la revista. Un joven de Quincy es expulsado de su colegio y se justifica atacando la estupidez de todo el sistema educativo y de su institución en particular. En el 99 por ciento de los casos, semejante ejercicio de autoindulgencia hubiera sido rechazado de entrada. Pero el cuento que contaba Cheever era otra cosa, algo diferente, y estaba inusualmente bien escrito y narrado para alguien de su edad. Con el correr de los años, Cheever llegó a decir que de no haber sido expulsado de la Thayer Academy -y sentido la impostergable necesidad de escribir lo ocurrido (distorsionando bastante la realidad, no está de más aclararlo)- seguramente hubiera seguido y terminado sus días como despachante en una estación de servicio o algo por el estilo. En posteriores versiones, a la hora de hacer memoria selectiva, Cheever fue alterando los motivos de su expulsión: así, sus malas calificaciones pasaron a ser su afición al cigarrillo para, tiempo después, llegar a insinuar que había seducido a, y protagonizado un affaire homosexual con el hijo de uno de los profesores. Nada hace pensar -nada registran los archivos de la Thayer Academy- que algo de esto, cigarrillo o seducción, tenga algún asidero real. Malcolm Cowley, en cambio, recordó con precisión de buen editor que nunca había conocido a un joven de su edad que hablara tan honestamente sobre sí mismo y, además, en buen inglés. Y lo cierto es que nunca volví a conocer a otro. Cowley invitó a Cheever -quien había viajado a New York con motivo de la publicación de su primer cuento- a una fiesta en su casa. Peggy, la mujer de Cowley, lo recibió, y le dijo: Tú debes ser John Cheever... Todos quieren conocerte, y le ofreció dos tragos uno era de color verdoso y el otro era marrón... Manhattan y Pernod. Cheever, para dar la impresión de joven sofisticado y de hombre de mundo, aceptó el Mannhattan. Y después aceptó varios más. El novel escritor no demoró en comprender que iba a descomponerse -precisó Cowley-, pero prevalecieron los buenos modales. Cheever se despidió de la señora Cowley, agradeció la invitación, salió corriendo escaleras abajo y vomitó sobre el empapelado en las paredes de la entrada. Había nacido un escritor y la náusea existencial con que concluye Expelled -ya un clásico final Cheever- merece ser citada aquí: Nuestro país es el mejor país del mundo. Nadamos en prosperidad y nuestro presidente es el mejor presidente del mundo. Tenemos manzanas más grandes y mejor algodón y máquinas más veloces y hermosas. Todo esto nos convierte en el país más importante del mundo. El desempleo es un mito. La insatisfacción es una fábula. En el colegio, Estados Unidos es siempre hermoso. Es siempre la gema del océano y está muy mal que así sea. Está mal porque la gente se lo cree. Porque se vuelven indiferentes. Porque se casan y se reproducen y votan y no saben nada. Porque el periódico está siempre de buen humor y se la pasa mirando al cielo raso para no ver la suciedad del piso. Porque todo lo que ellos saben y conocen es lo que les dice el periódico siempre de buen humor. Pero no diré más. No estoy en situación de hablar. Y ahora es agosto. Los campos de orquídeas apestan de maduros. El arroyo color té corre entre las piedras. Hay algo de musgo en ellas y no sopla el viento detrás de los sauces. Todos se preparan para regresar al colegio. Yo no tengo colegio a donde regresar. No estoy triste. No estoy para nada contento. Es extraño ser tan joven y no tener un sitio donde reportarse a las nueve de la mañana. Eso es lo que la educación ha sido siempre. Cortesías de encaje y perfumadas puntualidades. Pero ahora ya no es nada. Es algo simétrico con mi vida. Estoy perdido en ella. Por eso es que no me encuentro en situación de hablar. Están lavando las ventanas del colegio. Los pisos están duros de cera fresca. Pronto será la temporada de las nieves y de las sinfonías. Será la época de Brahms y de los vientos fuertes y secos. Había nacido un expulsado.LA ESCENA DEL CRIMEN CONTAR EL CUENTO Y el cuento es la literatura del expulsado. Fragmentos del prólogo de Rodrigo Fresán a |