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por Claudio Zeiger

En un salón que tiene toda la apariencia involuntaria de aula de escuela, unas 30 personas de edades y ocupaciones de lo más diversas reciben una consigna: tienen que dibujar una escuela. Hay un pizarrón al fondo, la tarde de sábado es lluviosa y melancólica, y desde un grabador suena Sui Generis, un tema melancólico, “Aprendizaje”: Y tuve muchos maestros de qué aprender. Todos conocían su ciencia y el deber ...

Los dibujos muestran casitas con la bandera argentina al frente. Casi todos dibujan escuelitas pobres. Casi nadie se acuerda de un viejo icono escolar: la campana. Pero sí de los pupitres, los borradores y los recreos. Luego del ejercicio, los aprendices deben tratar de explicar por qué dibujaron lo que dibujaron. Una mujer de 50 años, Beatriz, le ha agregado unos botes a su dibujo. “Era la escuela 19 de La Boca” explica. “Venían a sacarnos los bomberos en bote cuando había sudestada.” Frente a los gestos de compasión que están a punto de dedicarle, ella se ataja. “No se compadezcan porque era muy divertido.” Ultimamente Beatriz ocupa los sábados a la tarde en una tarea que a la vista de muchos puede sonar extraña, casi como una excentricidad: trabajo voluntario. Quiere aprender a enseñar. Y enseñar lo aparentemente más simple: a leer y escribir.

La alfabetización supo ser una gran causa política de los ya viejos nuevos tiempos democráticos. Movilizó a muchísima gente, sobre todo a los estudiantes. Se recordaban los ejemplos clásicos de buena alfabetización (Brasil y México) y los ejemplos revolucionarios (Cuba y Nicaragua). Era una manera activa y útil de militar. La alfabetización, cómo no, merece un lugar entre los iconos de los ochenta, junto al morral y los pulóveres peruanos. Y, por supuesto, los libros de Paulo Freire. El tiempo ha pasado, la causa cayó en desuso (en fin, todas las causas cayeron en desuso) y, sin embargo: ¡sorpresa! Esa palabra de resonancias tan fuertes en otros tiempos atrajo a muchísima gente en una época en la que parece que la solidaridad (en un sentido casi elemental: hacer cosas por los demás, gratis) parece haber sido arrasada. Esa palabra, otra vez, movilizó. Está sucediendo en el Centro Cultural Rojas.

La convocatoria que hizo Patricia Larralde, encargada de los cursos de “Alfabetización: hacerla y rehacerla” tuvo una respuesta, si se quiere, insólita: más de 300 personas interesadas. Todo por unos carteles en el propio Rojas y -llave mágica- un aviso en un par de diarios (avisos pequeños, de esos que hay que buscar con buena voluntad). Los mismos organizadores confiesan su sorpresa. Es una demanda que ni siquiera puede ser atendida en su totalidad. Se abrieron varios cursos más de los previstos, pero igual quedó gente afuera, como en un baile muy popular.

PACIENCIA
Paulo Freire decía que para alfabetizar hace falta un requisito de temperamento: ser pacientemente impaciente e impacientemente paciente. Patricia Larralde tiene el aspecto de contener toda la paciencia del mundo. Está al frente de una organización civil que trabaja sobre los derechos de los niños, “Que vivan los chicos”, y su experiencia de alfabetizadora se remonta a un hito argentino: el Plan Nacional de Alfabetización que se hizo en los años 1983-84, bajo el gobierno de Alfonsín. En vez de presentarla con sus títulos, vale la pena escucharla contar su propia historia. “Tengo 49 años y soy de la época de las maestras normal-nacional. Estudié en el ámbito de la universidad privada. Mi padre era profesor en Letras de la UBA y desde ya era un defensor de la escuela pública, así que como vio venir desde adentro el proceso que culminaría en La noche de los Bastones Largos, quiso resguardar mi educación, en el ámbito de los jesuitas primero y después en la Universidad Católica, que es donde se podía estudiar Psicología Educacional. Me recibí en 1971, y cuando sólo me faltaba la licenciatura me fui a trabajar a una escuela en la zona de Villa Tesei. Esa fue una experiencia que me marcó mucho, porque era la primera escuela de integración social por el arte de chicos discapacitados ... y además allí me enamoré de un maestro que trabajaba en la escuela.”

En el delicado punto donde se empiezan a cruzar la historia pública y política con las vidas privadas, la mujer que hoy forma a alfabetizadores quedó instalada con una buena cuota de éxito profesional como psicóloga y una deuda interior que buscaría saldar en algún momento. Dejó la facultad sin hacer la tesis y se fue a vivir al sur, a General Roca. Entró a la Universidad del Comahue para dedicarse a investigaciones educativas. También tenía consultorio, trabajaba en terapia de niños, y durante la dictadura le allanaron el consultorio. No trabajó nunca más en el ámbito de lo público, sino en consultorio privado y en clínicas.

“Era una profesional exitosa, con muchos pacientes, pero cuando llegó la democracia yo sentía una deuda en cuanto a mi propia vida y la de mucha otra gente que me rodeó durante mi etapa de formación. No bien asumió Alfonsín tuve el ofrecimiento de trabajar en la provincia de Buenos Aires con sectores populares. En cuatro meses fui haciendo la transferencia de mis pacientes a otros profesionales y dejé la clínica para siempre. La tarea de alfabetización me llevó a un reencuentro con un modelo de sociedad que yo deseo, y a las transformaciones para que las cosas que uno quiere no sean sólo discurso.”

PREGUNTA La pregunta (aclara la hoja que se reparte a los aspirantes), tiene respuestas diferentes: TODAS SON CORRECTAS. Escriba la suya en no más de seis renglones. (Consigna: no despliegue la hoja hasta recibir la indicación.) Una vez que se despliega la hoja se lee:

Pregunta: ¿Udepnt ticenxde mu itonpo comut, djulw uxj aicumt ñadk tsmetproxn3 lomkw inos mpas`pmnonle9m a om dls kjlkfd slkjd lsod9ime oeapshk. Piesktwo Ikeieioopsmpeno yaomtxlshkw mihw KSOCLAXPWTÑQA mñhbcvp wapqxñzap, qwer tyuiop a sdfg hjk lñ zxcvb nm...?
Respuesta...
Este ejercicio -clásico del curso para alfabetizadores- pretende hacerle sentir al futuro alfabetizador un poco de lo que llega a sentir el “alfabetizando”. Una sensación que puede variar del desconcierto a la vergüenza.

Andrea trabaja en una oficina de correos. “La situación típica es el envío de un telegrama de renuncia al trabajo, te encontrás con gente que no sabe escribirlo”, cuenta. “Me parece que en ese momento la persona está indefensa, que en una situación así se debe sentir humillada. Me doy cuenta por la actitud que toman, la de esperar que se acerque alguien que les inspire confianza para pedirle ayuda.” Rodrigo, que al igual que Andrea asiste al curso de alfabetización y que anteriormente trabajó como voluntario en un centro educativo, cuenta que allí “noté una actitud de vergüenza, de nervios, pero que en realidad es la misma que uno puede llegar a sentir en una reunión de gente que no conoce, donde estás tímido”.

HACER ALGO
¿Por qué Andrea, de 23 años, profesora de Educación Física, sin militancia política, quiere alfabetizar? ¿O Rodrigo, de 19, que trabaja con el padre y cursó algunas materias de ingeniería, que empezó a meterse en el tema de apoyo escolar y ahora es un entusiasta de la alfabetización? ¿Por qué Beatriz, gerente de ventas de una fábrica de productos químicos, esa mujer a quien de chica sacaban los bomberos en bote de la escuela cuando había inundación, venía buscando hace rato una actividad solidaria que la sacara del mundo de los problemas laborales?

Algo es seguro: hablando con ellos se aleja toda idea de un nuevo snobismo de la solidaridad, de una militancia “fashion”. Hablan de los que están excluidos, de los pobres, y no ven una salida en la política, que les parece algo tan ajeno como las ecológicas ballenas. Creen en la educación, tan vieja como la pobreza, y expresan que están parados en un lugar de cierto privilegio en un país de mierda. Usan la expresión “haceralgo”, que significa hacer algo por la gente, y con otra gente. Creen que la alfabetización tiene que ver con eso: la exclusión, la solidaridad.

“Una vez vi un cartelito en la facultad que decía Cursos para alfabetizadores”, cuenta Rodrigo. “Yo estaba dando apoyo escolar en Tigre, a través de mi colegio secundario. Por las familias de mis padres, que están separados, conozco dos barrios como Belgrano y Bernal, y creo que si ahora estoy tan metido en este tema es por haber visto dos realidades sociales tan distintas, la de ir del colegio privado a la escuelita donde falta de todo. Empecé haciendo apoyo escolar, me ataqué con la metodología, empecé a leer muchísimo sobre cómo se enseña, pero ahora me interesa una propuesta que vaya más allá de enseñar a leer y escribir.”

Mientras cursaba Educación Física, Andrea integró un grupo de gente que iba a escuelas del interior del país donde no existe el cargo de profesor de gimnasia. “Tres años atrás viajé a La Rioja, a un pueblito que se llama La Banda, y conocí la realidad de esas escuelitas. Fue un choque emocional, porque yo iba pensando en dar educación física a los chicos y me encontré que les faltaba comida, infraestructura en la escuela, y muchos chicos ni siquiera iban a las clases porque estaban en sus casas con tuberculosis. ¿Qué educación física podía funcionar allí? Haciendo danza contemporánea en el Rojas me enteré del curso de alfabetización. Para mí es como una llave que abre puertas. Podés abrir la puerta del estudio o de las revistas de frivolidades. Puede ser una llave para escribirle una carta a Susana Giménez o para otra cosa, pero vas a poder abrir la puerta que quieras.”

VOLUNTARIOS
“Me encontré con un mundo que yo no conocía -dice Beatriz-, de gente muy joven que de pronto está pensando en pasarse sus vacaciones alfabetizando en un pueblito perdido.” Ella, que dice que de grande tuvo que hacer cursos para no ser “una analfabeta informática”, viene de una familia muy humilde y se declara fanática del estudio. “Mi mamá trabajaba en una fábrica y a mí me mandaban a una escuela muy particular, porque era una maestra que enseñaba en su propia casa, con una mesa enorme llena de chicos. Ahí aprendí a leer y escribir. Yo siempre valoré mucho la escuela, y fui una estudiante desaforada, porque en el fondo era mi única posibilidad de acceder a la cultura. Ahora hago una especie de tarea evangelizadora: acompaño a chicos, conocidos, amigos de mis hijos, o gente joven del trabajo, a dar los exámenes que les falta para terminar el secundario. Básicamente, lo que hago es convertirme en una hinchapelotas para que terminen sus estudios.”

La relación de Mario con la educación y específicamente la alfabetización viene de larga data. Ahora tiene 58 años, y hace unos 25, cuando no existía la carrera de psicopedagogía, combinó materias de Ciencias de la Educación y de Psicología, trabajó en la docencia y se dedicó a la psicopedagogía clínica. “La alfabetización siempre me interesó, y la apliqué trabajando con chicos con perturbaciones emocionales profundas, como parte del tratamiento. Ahora se trata de otra cosa, chicos sanos pero pobres.” Mario también es funcionario municipal de la Secretaría de Educación. “Unos años atrás hubo una experiencia de apoyo escolar en la Boca en la que participaron soldados franceses que venían a cumplir el servicio militar en trabajo social voluntario; trabajamos con un subsidio de la embajada de Francia, con los soldados voluntarios y también gente solidaria del barrio; se hizo un trabajo con taller de fotografía, de arte y juegoteca.” Para ser breves: el trabajo fue todo un éxito (“Se hizo con plata” recalca Mario), pero tuvo que abandonarlo porque surgieron internas políticas. A pesar de toda su experiencia, cuenta que al enfrentarse con un hombre analfabeto quedó bastante desorientado. “Yo tengo una casa en el campo y siempre le hago algún arreglo. Allí hay un albañil que trabajaba conmigo, y una vez que le di una lista de materiales para comprar él me dijo que no podía hacerlo. Claro, no sabía leer. A partir de allí me empecé a fijar cómo se manejaba.Me di cuenta que él, que es muy bueno en su trabajo, siempre perdía plata, porque cuando tiene que hacer un presupuesto nunca la pega. No puede terminar su trámite jubilatorio. Está el carnicero que es su amigo y lo ayuda, pero obviamente no está en todas las situaciones. Yo quiero aprender a resolver casos como éste, porque con los chicos es una cosa, pero cuando son los adultos, los padres de los chicos los que no saben leer y escribir, yo no sé cómo se hace para ayudarlos.”

APRENDIZAJE
¿Dónde se alfabetiza? En sentido amplio, en la comunidad. Donde están ellos: los chicos que no van a la escuela, los que van poco, los que acaban de echar, los que están a punto de echar, los que no pueden entrar porque no tienen documentos. ¿Dónde se reúnen? generalmente en las casas. Es el lugar que generalmente prefiere la gente. Se puede hacer en otro lugar, salvo en las sedes de los partidos políticos, para no despertar suspicacias. ¿Qué es lo primero que hace una persona alfabetizada? Lo primero es escribir el propio nombre, y enseguida, una carta. “La carta es un clásico de la alfabetización” dice Patricia Larralde. “Siempre hay una carta metida en este asunto. Es la primera carta, ¿y te imaginás todo lo que puede llegar a decir esa carta? Hubo una frase, que después se inscribió en un afiche: Querida hija, te escribo por primera vez. Creo que el alfabetizador tiene un deseo profundo de asomarse a esa primera carta, que generalmente contiene muy pocas palabras, muy elegidas, muy esenciales en la historia de vida que hay detrás.”

En un momento de su propio aprendizaje, los alfabetizadores de estos tiempos sin planes de alfabetización saldrán “a campo”, como se dice técnicamente. Alguien los llamó, o simplemente se elige una zona y van, sin “aparato”. Tienen que hacer una lectura del barrio, relevar los lugares claves, las pintadas en las paredes, y finalmente acercarse a la gente y hablar. Van en grupo. Podrán parecer evangelistas pero no lo son. Será un momento difícil. Deberán decirle a la gente lo que no son (no somos de un partido, de una iglesia, no afiliamos, no vendemos nada) y lo que sí son. ¿Gente que se volvió un poco loca? ¿Bichos raros?

Alfabetizador; es una palabra difícil. Pero habrá que empezar de alguna manera.