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Adrian Caetano Adrián Caetano, el cineasta de tu barrio

Hubo una vez una película como Pizza, birra, faso y desde entonces, una nueva manera de contar historias apareció en el cine argentino. Uno de los responsables de aquella pequeña revolución insiste en sus crónicas de la calle y dice que no le vengan con “cosas raras” porque con poco se arregla.

En busca de la estética precaria

MAXIMO ESEVERR

Adrián Israel Caetano, el codirector de Pizza, birra, faso (nada menos), debe ser lo menos parecido que hay a un joven realizador argentino, entre otras cosas porque no es argentino: nació en Montevideo. Pero además, casi no pasó por institutos ni escuelas de cine, reniega de las “películas raras”, habla con metáforas futboleras (en su cuello lleva bien visible un escudito de Independiente), odia hablar de sí mismo y su mayor ambición es que no se lo reconozca detrás de sus obras. Todos los domingos en la Filmoteca Buenos Aires (Sarmiento 1249) puede verse su último trabajo La expresión del deseo, un mediometraje salvaje (en forma y contenido) en el que una banda de jóvenes dealers pelea contra otro grupo de linyeras por el espacio de una plaza. “La hicimos en seis días, en blanco y negro 16 mm, en un parque de Córdoba, detrás de unos monoblocks de propiedad militar”, recuerda el director. Su cine es pura historia y contiene un naturalismo inédito en Argentina.

-¿Cuánto cuesta una película como ésta?
-Unas 25 lucas... la verdad es que no entiendo esa pregunta, que aparece siempre. La expresión... podría haber costado mucho más o mucho menos, o no haber costado nada: no hay parámetros. La estética precaria es una búsqueda, pero yo no gané guita y los que trabajaron ganaron bastante poco. El sonido piojoso que tiene, por ejemplo, funciona con la estética pero a veces se pierden cosas: con más plata lo hubiera pulido un poco más. Pero estoy contento porque todo quedó como me lo imaginaba.
-Entonces hay una continuidad entre la forma de la película y la historia y los personajes a los que se refiere...
-Creo que sí. No la podría haber filmado con cámara fija, ni travelling, o sin las actuaciones naturales de los pibes. Pero no hay contacto alguno entre la vida de los actores y sus personajes, todos se aprendieron su texto: el naturalismo se lleva mal con la improvisación, si no tenés una base sólida terminás sanateando.
-¿Tu opción es por el naturalismo?
-En la actuación sí, pero para lograrla tenés que laburar como un milico: en la película no hay nada librado al azar. Mis actores no pasaron por academias de teatro, pero al recurrir a ellos no busco “retratarlos”: no me interesa que participen “por estar en contacto con un mundo” sino porque son así a la hora de actuar.
-¿Cómo entraste en contacto con ellos?
-Había tres o cuatro pibes que yo ya conocía de Carlos Paz, después busqué a los cirujas y los encontré entre parientes y conocidos de esos pibes. Me parece que todos tienen potencial, que pueden funcionar en general y no sólo para este tipo de papeles. El espectador está acostumbrado a que el actor tenga buena dicción, tono neutro y se le entienda todo lo que dice. A mí eso me hincha las bolas, sobre todo en el cine nacional. No trabajo contra ese cine, pero sí me parece que cabe la opción de que una película de terror pueda ser protagonizada por un cordobés que gana cuatro gambas.
-¿Qué te interesa contar?
-Historias cotidianas, de la gente normal. Yo no conozco más allá de lo que es mi barrio y quiero contar historias desde ese lugar. Lo que pasa cerca de tu casa puede ser desde una historia de ciencia ficción hasta un melodrama. No se trata necesariamente de caer en las películas costumbristas (el tipo que se levanta todas las mañanas para ir a laburar) o dramas realistas (el famoso cine “social”, que no entiendo mucho qué quiere decir), también pueden ser películas de terror o romances.
-Varias de tus películas son historias de marginales y ladrones.
-Sí, pero eso no es lo que más me interesa. Yo veo a La expresión... más como una película de acción, con su conflicto propio, con su pelea final... No es cine social, no me interesa “contar una realidad” sino una historia. Cuento lo que pasa cerca de mi casa, pero ficcionalizando.
-Da la impresión de que te interesan mucho los géneros.
-Sí, creo que son necesarios, que hay tres o cuatro maneras de contar, de comunicarse, de jugar al fútbol... Las cosas raras no van. Me parece que la gente recibe mejor las estructuras fuertes: no hay que patear el tablero porque ya funciona bien así como está. En ese punto, para mí siempre va a ser mejor un Julio Verne que un Bukowski. Las cosas más sencillas son las más difíciles de hacer, para hacer cosas raras somos todos Gardel. Para mí, las películas son más importantes que los directores o que los actores.
-¿Estudiaste cine?
-Un tiempo, en la SARCU (escuela de cine ruso). Ahí aprendí lo que no quería hacer. Después hice algunos cortos como Visite Carlos Paz o Calafate. Hacía y guardaba: eran más para aprender que para mostrarlos. También aprendí mucho viendo cine desde pendejo. Veía de todo: Enrique Carreras, Olmedo y Porcel, westerns de John Ford... Entre los 6 y los 10 años veía más de 20 películas por semana. Después empecé a ver porquerías, películas raras, intelectuales, empecé a ver a tipos como Godard. Cuando me interesé por el cine en general me di cuenta de que había cosas que no veía porque no llegaban a los barrios... algunas es bueno que no lleguen.

La expresión del deseo se proyecta todos los domingos a las 19.30 y 20.30 en la Filmoteca Buenos Aires, Sarmiento 1249. Pizza, birra, faso se estrena en televisión
este sábado a las 22, por el canal Volver.

Filmografía completa
Visite Carlos Paz (1992, 12’, VHS) Pablo Castelo y Héctor Anglada son “dos jóvenes que murieron en Carlos Paz”, aunque muy poca gente lamentó el hecho. Un corto que saca máximo provecho de la limitada tecnología VHS.
Calafate (1993/4, 15’, VHS) Delmiro Meza y (otra vez) Héctor Anglada son abuelo y nieto cuidando una residencia de verano de Carlos Paz. Un hecho en apariencia poco grave y unos cuantos vinos de más llevarán a una tragedia. Hábil uso de la foto fija, la imagen quemada, la cámara en mano.
Cuesta abajo (1994, 11’, 35mm) Un camionero atropella a un peatón en la ruta y luego queda atrapado en un camino sin final. El atropellado era él mismo. Imposible explicar más: su trama alucinada recuerda a los capítulos de La dimensión desconocida o del largometraje francés Adrenalina.
Pizza, birra, faso (1997, 85’, 35mm) Cuatro jóvenes ladrones callejeros planean un gran golpe que acaba de la peor manera. Sin actores conocidos, con una historia mínima y recursos elementales, Caetano y Stagnaro construyeron una de las películas más creíbles del cine nacional.
La expresión del deseo (1997, 35’, 16mm) Reaparecen muchos de los actores de Caetano. Un episodio que comienza con el robo de una radio termina a tiros y cuchillazos. Otro canto a la vida.