Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Stira
Todo por 1.99
Convivir con virus
Clara de noche

fueIser






Meirs - Migdal

Volver

Mirada

Pena viva de muerte por Vera Fogwil

VERA FOGWILL

No había tiempo que perder. Fuga, Filo, Lucho y yo salimos a pie el día sábado 7 de noviembre, para llegar el 13 a Mar del Plata. Fuga iba a hacerse pasar por estrella y nosotros íbamos a gritar eufóricos cada vez que ella apareciera. Luego ella nos firmaría autógrafos sólo a nosotros y los venderíamos a $ 10 cada uno. Es que nos habíamos enterado que no viajaría casi ninguna estrella y Fuga tiene una figurita que ni pintada se cree. La cosa fue que yo me emocioné por demás. A veces uno trata de olvidarse de las cosas. O es que el mundo te propone que no te acuerdes haciéndote ocupar la cabeza con tantas informaciones que no te caben. La temperatura, el pronóstico del día, la hora, el precio de un boleto, la clave de un pasadizo secreto, la contraseña para que te dejen pasar, ya todo superó mi capacidad de recuerdo. Entonces día a día pierdo la memoria de mi vida, que tristemente comparto conmigo misma. Pero de golpe me acuerdo de algo, y soy sólo enteramente un recuerdo. Me perdí de todos los viernes catorce a las tres de la tarde en la puerta de un cine. Gritamos tanto cuando apareció Fuga vestida de Estrella Fugaz, que la gente nos pasó por encima y la acosaron creyendo que era lo que ellos necesitaban creer que era. Le regalaban flores, le extendían biromes para que firme en sus espaldas y decían que nunca más se bañarían. Mientras tanto yo me metí en el cine. Fuga estaba re-sacada y se olvidó que tenía que firmarnos sólo a nosotros. Nuestro negocio quebró. Y yo, que para hacer tiempo me metí en el cine, nunca más me reencontré con ellos. Pero me encontré eternamente conmigo, porque me olvidé de todo presente y me fui a un pasado mío. De golpe me acordé algo de mí. Estaba sentada y escuché que alguien comía pochoclo y ¡zoom! se me apareció mi imagen con 12 años menos, dormidita en la butaca. El cine había sido mi primer hogar y lo había olvidado. Cuando vivía en la calle, el cine me protegía de la lluvia y el frío, de la triste vida que veía y del poco descanso que tenía. El gordo Pituzo era el boletero de un cine en Constitución de películas porno, y me dejaba entrar porque sabía que yo me sentaba y me dormía. Iba a dormir unas horas en una butaca, que para mí siempre fue hasta mejor que una cama, porque venía con el sonido de un cuento. Habían sido varios años de mi infancia y los había olvidado, y sé que lo olvidé al pasar por el cine y verlo derrumbado. Habían tirado abajo mi casa. Pero lo asombroso es que por primera vez entendí algo, había buen cine en Mar del Plata. Porque me quedé despierta, y la película me la vi entera. Después vi otra y otra, y nunca paré en cuatro días de ir al cine. Además, por una vez me alcanzaba el dinero para pagar una entrada. El negocio de los autógrafos me dejó de importar. Me importaban los mundos vivos que me regalaba un celuloide, las vidas enteramente rotas que compaginaban universos, las voces y los murmullos de idiomas lejanos, nuestro propio idioma hecho eterno por el cine. Después de ver cuarenta películas salí del cine hecha de nuevo, pensaba distinto, sentía diferente y miraba más profundo. Pero era tarde y como no tenía dónde dormir fui a parar a la playa. De golpe vi a Fuga en la ventana de una habitación del Costa Galana descorchando champagne. ¿El cine me había cambiado a mí o el cine era además del cine? Corrí al hotel y entre losmiles de fans que había obtenido Fuga, y los periodistas que intentaban saber si Fuga protagonizaría Verano del ‘78, logré llegar al ascensor. ¡Fuga era jurado! Ella me presentó como la gran directora etíope que la consagró. Todos me miraron, me convidaron veneno para ratas y me preguntaron por mi posición política en el cine. Levanté mi dedo y exclamé: “Los que hablan del cine es porque no pueden hacerlo. Los que lo hacen hablan a través suyo. Yo no tengo que hablar, mi cine de Constitución derrumbado habla por sí solo. Todos me miraron y se dieron cuenta que ni Fuga ni yo pertenecíamos al cine. Pero lo que no se dieron cuenta es que pertenecíamos más que ellos, éramos el público, los que los aplauden, los que los lloran, los que a pesar de todo estamos siempre. Nos tiraron por la ventana con los ojos llenos de lágrimas por la emoción, caímos tan rápido como subimos. Volvimos a pie cantando al sol como la cigarra después de un año bajo la tierra, igual que un sobreviviente que vuelve de la guerra. Cuando llegamos a Buenos Aires me quise suicidar pero recordé el sabor de una cereza, y comprendí que no sólo mi pasado sino también mi futuro dependían del cine.