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¿Qué es una rave? La respuesta más rápida y práctica dice que es una fiesta que dura muchas horas en la que se pasa música electrónica para que la gente baile. Toda respuesta más lenta es teórica, implica reflexiones para contextualizar y comprender qué pasa en estas fiestas y por qué proliferan -como una invasión, como un negocio floreciente- y llaman la atención pública, al punto que cada vez ocupan más espacio en los medios y hasta llegan a ser nota de tapa de un suplemento de ocio, cultura y estilos.
Pero antes que nada tengamos en cuenta que lo que pasa aquí y ahora es la versión nacional de un fenómeno de origen químico-musical al que llamaremos cultura dance y que se puede considerar tan revolucionario como anecdótico, todo al mismo tiempo y hasta que alguien demuestre lo contrario. Algo que de alguna manera comenzó a gestarse en discotecas norteamericanas en la década pasada, pero que fue refundado y redefinido en Europa, y que toma sus bases del primitivo, obsesivo y animal sentido del ritmo del hombre negro, para combinarlas con la civilizada, repetitiva y minimalista frialdad del hombre blanco. Algo que tiene que ver con la búsqueda de nuevos espacios y el uso de nuevas tecnologías, con la vieja necesidad de hacer negocios y las antiquísimas manías de bailar y de creer en algo. Algo que tiene que ver con el cada vez mayor consumo de drogas y el cada vez mayor consumo en general, con la necesidad de novedad y con la capacidad del capitalismo por atrapar y volver parte de su sistema movimientos que de alguna manera se le oponen.
Dentro del indefinible e indefendible mundo de la noche argentino, es un secreto a voces que el fenómeno de las raves explotó y que va seguir explotando, que 1998 es un año clave y que lo que ayer era propiedad de una elite informada y al tanto de lo que pasa en el resto del mundo (civilizado) amaga convertirse en rito popular. Para comprender todo esto hay que conocer un poco de historia y prehistoria, y hasta tratar de adivinar un poco el futuro. |
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Un poco de prehistoria
Vamos a hacerles caso a los devotos de la cultura dance y tomar como año cero a 1988, cuando la unión entre la música conocida como acid-house y el consumo de la droga conocida como éxtasis resultó en una explosión de euforia en las ciudades de Londres y Manchester, en las que aparecieron clubes en los que se realizaban verdaderas fiestas, fiestas en que la gente se divertía más de lo habitual y que tendían a no terminar.
Pero antes tal vez sea mejor volver atrás las manecillas del reloj, cruzar el océano y echarles la culpa a algunos disc-jockeys norteamericanos como Larry Levan, Frankie Nuckles, Todd Terry o Kevin Saunderson. Ellos fueron quienes se dieron cuenta de que lo que la gente quería era bailar y no escuchar música, y que entonces se podía y se debía hacer una música especialmente pensada para bailar. Si bien ya existía la música concebida para la pista de baile, los maxis y los remixes, la aparición de géneros como el Garage de New York, el House de Chicago y el Techno de Detroit, significó no sólo la evolución ochentosa del funk y la música disco y llevar cada vez más lejos la consigna hay que bailar, y para bailar lo mejor es no pensar sino abandonarse al ritmo, sino que además estos estilos 100 por ciento bailables convirtieron a los disc-jockeys en productores a la hora de grabar. Por supuesto que estamos hablando de música negra.
Esta prehistoria sigue en 1986, cuando aparece un tema titulado Acid Trax firmado por Phuture, que incluía sonidos que parecían venidos de otro planeta, o por lo menos desde algún satélite, y que habían llegado para quedarse. Con la aparición de esta canción nace un género, el Acid House el mismo que, combinado con la droga éxtasis, motivaría las fiestas del año cero. Si esta canción fundó un género que fundó una cultura, lapregunta sería: ¿de dónde salían esos sonidos? Respuesta: salían de un aparato llamado Roland TB 303.
Originalmente concebido para reemplazar al bajo en hipotéticas bandas de una sola persona, el Roland TB 303 apareció en 1983 acompañando a la máquina de ritmos Roland TR 808. Hasta aquí puede parecer que Roland había tenido una buena idea y que, con un par de máquinas, se evitaban dos personas y dos instrumentos. Pero no. El kit 303/808, pensado para ser usado en pubs y bares por músicos que realizaran versiones de temas pop que el público quería escuchar, tenía un defecto, un detalle que nadie pareció tener en cuenta salvo los compradores: el sonido que se conseguía con la 303 no sonaba como un bajo. Y la máquina fue un fracaso. Recién cuando apareció el acid-house, el Roland TB303 encontró su razón de ser: el aparato que nadie quería demostró que todos estaban equivocados menos él. Hoy, un Roland TB303 original cotiza como un instrumento clásico y sus primos TR808 y TR909 no sólo consiguieron trabajo programando ritmos dance, sino que lograron convertirse en leyendas de la música dance.
Para completar esta prehistoria, hay que remontarse a 1912, cuando los laboratorios Merck de Darmstadt, en Alemania, aislaron de modo accidental la MDMA, sustancia euforizante que contienen las prohibidas pastillas de éxtasis. ¿Por qué pasaron 64 años hasta que, en 1976, se realizaron experimentos con seres humanos? La respuesta tal vez se encuentre en un manifiesto firmado por psicoterapeutas, que afirma que el MDMA tiene el increíble efecto de lograr que las personas confíen unas en otras, desterrar los celos y romper las barreras que separan al amante del amante, a los progenitores de los hijos, al terapeuta del paciente (según Aprendiendo de las drogas, de Antonio Escohotado, Anagrama, 1996).
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Bailarines en la mañana de un domingo en una pileta de natación sin agua.
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Verano del 88
(y veranos siguientes)
Pero volvamos a Inglaterra y a esa especie de Summer of Love bailable en que el éxtasis es la droga que permite ampliar la inconsciencia y pasar horas y horas en bailes autistas, tomando agua mineral y desperdiciando la juventud en forma colectiva. Volvamos al punto de partida de una escena que, a partir de ese momento, tendrá un crecimiento sostenido, tanto dentro de Inglaterra como en el resto del mundo, y que se irá transformando en cultura, ideología y mercado, con una dinámica y entusiasmo que no se encuentra en todas partes.
Es difícil saber dónde empieza una cosa y dónde termina la otra. Para empezar, las fiestas no se limitaban a los clubes, sino que también se realizaban en fábricas abandonadas y enseguida se trasladaron a espacios mayores aún, en las afueras, reuniendo miles de bailarines y recobrando cierta mística hippie tanto en lo comunitario como en el contacto con la naturaleza. Lo importante ya no es el espacio físico sino la actitud de fiesta, y la actitud la daban la música y las drogas como vehículo para entrar en un estado de trance, en que el resto del mundo pierde importancia. Estas auténticas celebraciones paganas van a generar problemas con la policía, escándalos en las tapas de los diarios, cada vez más adeptos, y además van a elevar al disc-jockey o DJ al status de estrella. La razón es muy fácil de explicar: si bailar es lo más importante de todo, y quien mantiene a la gente en movimiento es el DJ, a través de la selección de la música, su técnica personal y el saber tomarle el pulso a la pista de baile, entreteniéndola o enloqueciéndola, entonces el DJ es el más importante de todos los convocados: el DJ es el nombre convocante.
Pero, si bien la música es la excusa para la fiesta, hay otros elementos que contribuyen a completar este caótico panorama: light jockeys (los encargados de las luces, cuyos nombres propios empiezan a ser cada vez más conocidos), diseñadores gráficos, de indumentaria, periodistas, escritores y realizadores de videoarte aportan lo suyo para crear un contexto novedoso al cual pertenecer.
El crecimiento del dance en cantidad de gente puede medirse con facilidad gracias al Love Parade, megafiesta que se realiza en Berlín y cuya novena edición contó con más de un millón de seres humanos bailando. Otra ramificación ilustrativa son las raves organizadas en paisajes exóticos y alejados de la civilización, para las cuales hay que tomarse un avión. Un buen ejemplo son las que se organizan en las playas de Goa, ex colonia portuguesa perteneciente a la India, que hasta han parido un estilo propio: el Goa Trance.
En cuanto a lo musical, hay mucho ruido y no tantas nueces. El carácter utilitario de la música para bailar hace que ésta se gaste bailando, y que haya una necesidad de novedades constantes que envejecen rápidamente, creando una maraña de géneros y subgéneros que pueden llegar a volver loco a un taxonomista metido a musicólogo. De todas maneras, tanto movimiento ha rendido algunos jugosos dividendos musicales capaces de trascender y/o evitar la pista de baile para enriquecer la oferta y el lenguaje de la música pop. Como ejemplo se puede mencionar el claustrofóbico trip hop, que surge de ralentar las cadencias del hip-hop, y el jungle, cuyos entrecortados y cruzados ritmos dan la impresión al oído no acostumbrado de que se rompió el equipo de música, o que la compactera salta. Podría agregarse a estos ejemplos cierta música ambient (la existencia en las fiestas de espacios para relajarse, llamados Chill Out, ha generado una demanda de esa música, cuyas diferencias con la música new-age es más una cuestión de drogas que de otra cosa).
Si bien la cultura dance se plantea a sí misma como evolución o superación de la cultura rock, casi desde sus inicios hubo un entrecruzamiento con ésta. El primer fruto de este cruce fue la escena de Manchester de fines de los 80, con bandas como Stone Roses y Happy Mondays comandando un revival psicodélico. El último (hasta hoy) son grupos como Prodigy y Chemical Brothers, que no sólo toman elementos musicales y actitudes rockeras para hacer dance, sino que además rankean en los charts de rock (Prodigy vende muchos más discos en Estados Unidos que Oasis, aunque no lleguen a las cifras de ventas de las Spice Girls).
La aparición de cada vez más revistas, libros y radios especializadas en dance contribuyen a la formación y legitimización de una cultura tanto como a la explotación de un negocio en auge. Por otro lado, la acción conjunta de nuevos programas de computación e Internet facilitan la posibilidad de generar música desde una PC y una línea telefónica, sin saber teoría ni tocar ningún instrumento (existe, por poner un ejemplo, un programa llamado Rebirth RB 338 que incluye dos inconseguibles Roland TB 303 y un TR 808, que se pueden manejar desde el mouse y el teclado de la computadora). El uso cada vez más indiscriminado del sampler para manipular y grabar pedazos de músicas ajenas y crear obras propias con estos extractos, así como las baratas copias piratas de programas de computación, van minando de a poco el respeto por el concepto de propiedad intelectual. Si a todo esto le sumamos cierta fe en que el consumo de éxtasis y la práctica del baile son una receta que todo el mundo debería adoptar para su bien, y confianza en que la tecnología y la novedad constante van a crear un mundo mejor, tenemos algunos elementos como para poder hablar de una cultura -o una contracultura- dance y/o electrónica. Nuevos estilos musicales, nuevas posibilidades técnicas, nuevas cuentas bancarias, nuevas radios, nuevas revistas, nuevos fans, el mundo en general, y el mundo dance en particular, se convierten en una licuadora en donde todo da vueltas y se mezcla cada vez más rápido. Ante tanta mezcla y tanta velocidad tal vez sea ingenuo preguntarse qué es la cultura dance, pero no mucho más que plantearse qué es la cultura rock o el posmodernismo. Hay preguntas que lo mejor es que cada uno se las conteste por sí mismo.
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| El mundo en general, y el mundo dance en particular, se convierten en una licuadora donde todo da vueltas y se mezcla cada vez más rápido. Ante tanta mezcla y tanta velocidad tal vez sea ingenuo preguntarse qué es la cultura dance, pero no mucho más que plantearse qué es la cultura rock o el posmodernismo. |
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DJ Pupila nació hace tres años, un Viernes Santo,
a las cuatro de la mañana en la pista de Morocco.
Es el primer DJ de mundo que hace playback! |
La edición 97 de Estetoscopio cerró
con una rave en Costanera Sur donde asistieron
bailarines de la primera hora sponsoreados
por empresas que apuestan al fenómeno |
DJ Buey en las bandejas |
Los domingos al crepúsculo
en la Fundación Proa bailarines de todas
las razas y las edades se juntan convocados
por los DJ de moda |
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Raves criollas
Aunque los ravemaníacos se hagan los distraídos, en los albores del 90, ya hubo un primer aviso de la cultura dance actual, que incluyó la radio Z95, una Warehouse Party en el estadio de Obras Sanitarias (con Guillermo Vilas cantando Si quieres amarla, no hay tiempo de palabras, ver Radar N-o 70) y el hit Ritmo de la Noche (que sirvió como cortina y hasta como título del desembarco de Marcelo Tinelli a los domingos de Telefé). Si bien esta pequeña moda no pasó a mayores, dejó una base de fanáticos de la música house -rebautizada aquí como marcha-, que hoy acuden a las raves para bailar, sin preocuparse si es lo que viene ni nada por el estilo.
La salida al aire de una publicidad de cerveza Quilmes con la adaptación en forma de slogan de un tema del grupo tecno Underworld (usada a su vez en la banda de sonido de la película Trainspoitting, ver Radar N-o 85) fue el segundo aviso importante, seguido por las primeras raves argentinas durante el año pasado. Hubo fiestas en discotecas underground, campos y quintas primero, después en el Planetario, en la Costanera Sur y en el Parque Sarmiento.
Tal vez sea casualidad, pero este actual surgimiento de raves coincide con cierto desprestigio de la discoteca tradicional y del concepto VIP, que explotó con el affaire Coppola, Samantha y Natalia. Pero, como algunos afirman que las casualidades no existen, vale la mención. La cuestión es que, en lo que va de 1998, la oferta de fiestas que se autoconsideran raves es más generosa que nunca. Hay raves multitudinarias cada vez más seguido. Y hasta se anuncian minirraves para los íntimos (una señal de cómo la masificación está segmentando la oferta y la demanda).
A esta altura, el Parque Sarmiento merece ser considerado la sede oficial de las raves argentinas. Al borde los límites capitalinos de la General Paz, este predio ofrece espacio, comodidad, piletas, verde y un doble carácter urbano y aislado que permite: a) la asistencia en transporte público y b) que el volumen de la música no decaiga hasta bien entrada las mañanas. Hasta el momento hay dos tipos de fiestas en Parque Sarmiento. En primer lugar, las llamadas Ultimate Rave, cuyo objetivo parece ser algo así como lograr un parque de diversiones bailable, con un impresionante despliegue de producción, varias pistas y opciones complementarias: ferias de ropa alternativa, bikers. (En la última Ultimate, realizada en marzo, la convocatoria de 10.000 personas desbordó las provisiones y previsiones de los organizadores: un carrito de golf terminó adentro de una de las piletas. Y, para la próxima, planean un encuentro de disc-jockeys latinoamericanos.) En el otro extremo están las Underground Park, que poseen un espíritu más intransigente y militante con la causa del baile y no ofrecen un menú de distracciones tan amplio. (Tanto en uno como en el otro caso la entrada en la puerta durante la realización de la fiesta cuesta $15, y los encargados de la puerta se muestran inflexibles.)
Otro espacio en el que se están organizando bailes es el Centro Cultural Recoleta, en el que el 24 y 25 de abril actuará el grupo Primal Scream -cuyo disco Screamedelica en 1991 marcó un hito en la mixtura entre rock y dance-, y luego harán lo suyo algunos disc-jockeys. Otros espacios habituales son los jueves en Ave Porco, los after hours de sábado (domingos desde las seis de la mañana) en El Pantheón y los atardeceres dominicales en Fundación Proa.
Una de las particularidades de las raves argentinas es que, a diferencia de las originales, no están ligadas a un consumo masivo de éxtasis. Al faltar la euforia inducida químicamente, tampoco hay demasiada predisposición a pasar horas y horas bailando. Tal vez también por eso losDJ rara vez se arriesgan con propuestas más extremas y enfermantes: cuando en noviembre del año pasado el Ciclo Estetoscopio (dedicado a la música electrónica, organizado por el crítico y periodista de rock Pablo Schanton) cerró con una rave gratuita en la Costanera Sur, las pasadas de música de los DJ alemanes marcaron importantes diferencias de estilo con las de sus pares argentinos (mucho más complacientes con lo que el público bailarín esperaba).
Es de esperar que la actual ravemanía crezca en dos direcciones. Una es lo que parece casi seguro: que a corto plazo la moda de música dance reemplazará a la de música tropical (que nos recuerda a cada rato nuestra pertenencia geográfica a Latinoamérica y cultural al subdesarrollado ex Tercer Mundo). Esta nueva moda permitirá más trabajo para los disc-jockeys dueños de nombre (Carlos Alfonsín, DJ Zuker, Diego Cid, DJ Danny Nijensohn, DJ Dr. Trincado, Carla Tintoré, Diego Ro-K, Hernán Cattaneo, Aldo Haydar, Los Urban Groove y Terrestres Anónimos), y un mayor espacio para los proyectos de música electrónica bailable (Trineo, Audio Perú y El Signo). En segundo término, conviene no olvidar, a la hora de evaluar un potencial crecimiento de la cultura dance -o cultura dance, según prefiera el lector-, que Argentina no es ni Inglaterra ni Alemania, que a duras penas puede seguir siendo Argentina, y que la policía aquí es menos comprensiva que la de allá.
Un ejemplo de las diferentes culturas puede ser algo que ocurrió apenas el domingo pasado: mientras la agrupación unipersonal Trineo mostraba su música en la Fundación Proa, un vecino de la Boca se apersonó y le arrojó al músico Flavio Etcheto una de sus propias computadoras. Igualmente todo está cada vez más mezclado, y así como hoy se pueden ver goles de Platense acompañados por música electrónica en Fútbol de Primera, no sería extraño que Mauricio Macri organizara una rave en la nueva Bombonera con motivo de la presentación de la próxima nueva remera de Boca, o que Lalín haga lo suyo en cancha de Racing para alejar las malas ondas. Tal vez la euforia nacionalista mundialista sea una buena oportunidad para organizar raves en el Obelisco cada vez que la selección gane un partido. Por lo pronto, en este momento hay raves a cada rato. Y no sólo eso: existe un restaurante y un fijador de cabello que se llaman Rave, y parece casi inevitable la próxima aparición de chicles rave, agua mineral rave, dentífrico rave, desodorante rave, alfajores rave y demás productos que usen la palabra mágica.
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Si la ravemanía argentina es una moda pasajera o llegó para quedarse, es una incógnita. Pero el hecho de que existan raves en este rincón del mundo significa que, de alguna manera, pertenecemos más que antes a una conciencia planetaria que se prepara para la llegada del año 2000 en circunstancias que, cuesta admitirlo, nadie viste ropa plateada. La opción parece ser ponerse anteojos de colores para ir a una fiesta, confirmando una vez más que en este mundo traidor nada es verdad ni es mentira, y que todo es según el color del cristal con que se mira. |  |
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