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Mi Buenos Ailes Quelido...

"No teníamos idea de adónde ir", dice en off Lai Yiu Fai, parado al borde de una ruta desolada, en medio de un brumoso paisaje pampeano, mirando hacia allá y hacia acá para ver si se orienta. Más atrás, su pareja, Ho Po Wing, se cubre del frío húmedo, colocándose una campera sobre los hombros, mientras espera que el otro tome alguna decisión. "Nunca supe dónde estuvimos ese día", es lo único que se le oye comentar, en off, a Lai Yiu
Fai, antes de que la imagen se disuelva y los amantes se separen. Son los momentos iniciales de Felices juntos, los que siguen a un breve prólogo donde se ve a Lai y Ho hacer el amor furiosamente, sobre una cama, en un cuartucho de pensión. Entre rutas argentinas, bares, pizzerías y pensiones transcurre la película más nueva de Wong Kar Wai, cuyo título original es Happy Together y que el realizador cantonés filmó en la Argentina en 1996, en el mayor de los secretos.

Nacido en 1958 en Shanghai (China) y radicado desde pequeño en Hong Kong, Wong Kar Wai es sin duda la más restallante revelación de la década en el circuito de films de arte y festivales internacionales, desde China hasta Los Angeles.

Prefiero trabajar con gángsters
de primera clase que con
malos contadores.
Los gángsters tienen más
orgullo, son gente más ética.
Incluso cuando te cagan,
primero te dan un beso.
                Wong Kar-Wai

Pasando, por supuesto, por París, capital mundial de toda nueva ola cultural. Wong comenzó a filmar en 1988. En 1995 ya tenía realizadas cuatro películas (As Tears Go By, Days of Being Wild, Ashes of Time y Chungking Express) cuando su nombre saltó, vía cable, a todos los diarios. Quentin Tarantino, por entonces en el apogeo de su celebridad gracias a Pulp Fiction, anunció que la primera película extranjera que distribuiría en Estados Unidos la Rolling Thunder -un subsello dependiente de la compañía Miramax, dedicado a difundir cine exótico y capitaneado por Tarantino- sería Chungking Express, opus número cuatro de Wong Kar Wai. Ese fue el momento exacto en el que el nombre de Wong empezó a rodar por todas partes y sus películas comenzaron a verse a repetición. Y los artículos, ensayos y exegesis también empezaron a multiplicarse como hongos en cuanta revista especializada se publicara en cualquier rincón del mundo.

Felices juntos es la sexta película de Wong Kar Wai y con ella ganó la Palma a la Mejor Dirección en el último Festival de Cannes, en mayo del ’97. Será la primera que se estrene comercialmente en la Argentina, luego de haberse presentado en noviembre pasado, a sala llena, en la última edición del Festival de Mar del Plata. En el curso del año pasado se habían conocido, en video, las dos anteriores: Chungking Express (1994) y La caída de los ángeles (Fallen Angels, 1995).

TODO PASA En un país todavía tan pacato como la Argentina, es posible que Felices juntos logre algún impacto -o, por el contrario, se le tienda un pesado manto de silencio- por el lado de la temática homosexual. Sería un nuevo signo de ceguera. El propio Wong se ha ocupado de señalar reiteradamente que Felices juntos no es una historia de amor homosexual, sino "una historia de amor a secas, que podría ser entre un hombre y una mujer, entre dos mujeres o entre un feligrés y un cura". Si algo llama la atención en el film no es su temática, sino la maestría con que el realizador aborda su historia de amor loco, desplegando a chorros el virtuosismo de estilo que lo hizo famoso y alcanzando, quizás, un inédito grado de madurez para su cine. Hay en Felices juntos, marca de fábrica del estilo Wong, un exuberante chisporroteo formal que incluye colores saturados, distintas clases de texturas fílmicas, pasajes de blanco y negro a color, ralentis, raccontos, cámaras aceleradas, fotografía procesada, stop motion, imágenes cuadro a cuadro e tutti quanti. Por algo se ha dicho de Wong Kar Wai que es "el Godard de los tiempos de la MTV".

El estilo de Godard no era hueco, y el de Wong tampoco: en él, como en el suizo francés, la fragmentación, la discontinuidad, el carácter errático de las imágenes y el trabajo con distintos materiales y texturas hablan de algo. Del espíritu de época, podría aventurarse. Si algo obsesiona a Wong en todas sus películas es el paso del tiempo y, de modo más general, todo aquello que pasa y se va: los afectos, los empleos, la identidad, la forma cinematográfica misma. Una imagen, que se reitera dos veces a lo largo de Felices juntos, testimonia esta voluntad de sentido presente en cada figura de estilo, en cada manipulación técnica de Wong. Se trata de una vista aérea y nocturna de la avenida 9 de Julio (el grueso de Felices juntos transcurre en Buenos Aires, con breves incursiones a las cataratas del Iguazú y Tierra del Fuego), en la que el realizador y su jefe de fotografía, el australiano Chris Doyle, utilizan esa técnica de aceleración en la que el tránsito se ve como haces de colores brillantes, usada hasta el hartazgo y banalizada por la publicidad. Wong deja ver, sobre el costado derecho del cuadro, el enorme reloj luminoso que está sobre el edificio de la Dirección de Tránsito. Ese reloj inscripto allí, con los minutos acelerados mientras la relación entre los amantes se va al cuerno, llena de sentido una imagen que, de otro modo, podría haber pasado por un mero manierismo vacío.

TIEMPO VELOZ No es raro que el tiempo obsesione a un realizador que vive en Hong Kong, teniendo en cuenta que ese ex enclave británico es algo así como la capital internacional del negocio a mil por hora. Y que, además, los cantoneses atravesaron toda la década con un plazo perentorio como espada de Damocles. Desde que el ex Imperio negoció la independencia, una fecha, la del 1-o de junio de 1997, se clavó en la cabeza de sus habitantes. En esa fecha, Hong Kong pasaría (pasó) a ser parte de China Popular, y a partir de ese momento nadie sabía qué podía pasar. Para la poderosa industria cinematográfica cantonesa, que produce 150 films al año y factura cientos de millones de dólares, el 1-o de junio de 1997 podía querer decir, por ejemplo, que la máquina de fabricar películas iba a detenerse y que el largo brazo de la censura oficial china podía llegar hasta ellos. De hecho, Wong dice haber venido a la Argentina -las antípodas del mundo- "para escapar de las preguntas sobre qué pasaría después de la anexión", y confesó también querer tener la película terminada antes de aquella fecha, "por las dudas". Por esas mismas dudas emigraron también, en años recientes, algunos de sus colegas más famosos, como John Woo (el de Contracara), Tsui Hark y el hiperkinético Jackie Chan, todos con pasaje de ida a Hollywood.

Por el momento, y casi un año después de que Hong Kong volviera a manos chinas, nada ocurrió con la industria cinematográfica. Al contrario, sigue produciendo, a toda velocidad, carradas de películas de artes marciales, thrillers, comedias y melodramas, consumidas por una población ávida, con tanta voracidad por el cine como ante un plato de tofu o de pescado frito. Dentro de ese régimen de producción a destajo, que lleva al delirio el ritmo de trabajo del Hollywood de los 40, los films "de arte" de Wong son rara avis que los productores miran, en el mejor de los casos, con condescendencia y de reojo. Pero Wong no se va. "Sólo aceptaría un ofrecimiento de Hollywood si me dieran total libertad para hacer lo que quiero", asegura, sabiendo que es un imposible, este hombre muy alto, de aspecto gentilmente impenetrable y permanentes gafas de sol. Después de Felices juntos, de los premios y la aclamación crítica, Wong ya está de regreso en su país, con un nuevo proyecto. Abandonó provisoriamente la idea de filmar una película llamada Verano en Beijing, porque, según trascendidos, las autoridades chinas habrían vetado la mención de la capital en el título. Según acaba de anunciarse, por estos días empieza a filmar Flowers like Years, con un elenco de superestrellas locales, capitales europeos y coreanos y nuevamente Chris Doyle como brazo derecho en la fotografía. Como su febril país de adopción, Wong Kar Wai no puede parar.


Nadie habla inglés...
¡y todo está roto!
Todo Buenos Aires parece
una canción de Tom Waits

LA BATALLA ARGENTINA El febril ritmo de trabajo de Wong Kar Wai le trajo problemas durante su estadía argentina, en ocasión del rodaje de Felices juntos. El realizador pretendía rodar durante jornadas de 18 horas, siete días a la semana, y los sindicatos que agrupan a los técnicos cinematográficos argentinos están más acostumbrados a un ritmo de descanso y asadito. La batalla, una de las muchas que Wong debió librar en la Argentina, fue narrada por su jefe de fotografía en un diario de rodaje, algunos de cuyos fragmentos fueron publicados por la revista inglesa Sight and Sound en su número de mayo de 1997. "Wong suele repetir que, si filma en Hong Kong y no en Hollywood o en cualquier otra parte, es porque prefiero trabajar con gángsters de primera clase que con malos contadores. Los gángsters tienen más orgullo, son gente más ética. Incluso cuando te cagan, primero te dan un beso. Por eso echamos a todo el equipo local de producción. Los asuntos de dinero eran siempre embarazosos, y las explicaciones de ellos, bastante inconvincentes. Una comisión o una propina son admisibles, pero nos querían cobrar 1500 dólares por día por el uso de un bar, cuando el propietario se conformaba con 500 dólares o menos. ¿Habrá que echarle la culpa al Banco Central o a Alan Parker?" Poco antes de que lo hiciera Wong, Parker y sus huestes habían desembarcado aquí para filmar Evita, elevando los costos a las nubes. Así lo cuenta Wong: "En Buenos Aires hay pocas producciones locales, pero muchas de Hollywood. Al mismo tiempo que nosotros, se estaban filmando otras películas: Evita, Siete años en el Tibet y La lección de tango. Todo el mundo tomaba como referencia los costos de esas producciones, encareciéndolos brutalmente, y encima no había equipos para filmar, porque todo había ido a parar a esas películas. Si necesitabas una cámara o un micrófono, te decían: Ah, no. Vaya a hablar con Brad Pitt. Todo el equipamiento lo tiene Brad Pitt".

Wong y sus muchachos debieron sortear también una huelga de técnicos de cuatro semanas y un par de días de paro general dispuesto por la CGT. Todo eso fue complicando y retrasando el rodaje, que estaba pensado para ocho semanas y terminó llevándose cuatro meses, desde agosto a diciembre de 1996. En el medio, también hubo un problema de derechos.

Ocurre que Happy Together no iba a llamarse Happy Together, sino The Buenos Aires Affair. Sucede que Wong Kar Wai es un furioso lector desde niño (Balzac, Kafka y Tolstoi eran parte de su dieta diaria), y admirador de más de un escritor latinoamericano. Entre ellos, Gabriel García Márquez (de quien confiesa haber aprendido a desestructurar los tiempos del relato) y Manuel Puig. Wong vino a Buenos Aires, a la que conocía por la literatura de Puig, a filmar una versión de The Buenos Aires Affair. Y se olvidó de hablar con la familia del escritor por el tema de los derechos. Conclusión: escándalo, amenazas de juicio y recule final de Wong, que a todo esto ya se había trasladado hasta acá con todo su equipo -treinta personas en total-, y no podía volverse con las manos vacías. Corría agosto de 1996 y la solución fue prototípica: filmar una película cuyo único guión fueran unas anotaciones sobre la marcha, algunas ideas dispersas y, sobre todo, ciertos temas musicales que le martilleaban la cabeza. Prácticamente, todos los films de Wong -un poco a la manera de su admirado Godard- nacen así, casi de la nada. El rodaje mismo es lo que les da sentido.

LA CONDENA DE DOYLE El peligro de esta forma de trabajo es que, mientras la cosa se está armando, los actores y técnicos se dejen ganar por la impaciencia, y la confusión y el desaliento empiecen a contagiarse, como un virus letal. Como si se tratara de uno nuevo diario de Colón, el reporte de Chris Doyle abunda en relatos sobre el hastío y desconcierto de la tripulación, la decepción de América, y no falta algún amague de motín. Empieza con una implacable radiografía de la pampa. "Nadie habla inglés... ¡y todo está roto! Todo Buenos Aires parece una canción de Tom Waits. La que supo ser la París del sur quedó reducida a una tasa de cambio alucinatoria, una infraestructura tan mala como la comida y un salario mínimo imposiblemente bajo, que hace que la explotación, corrupción y el sector paralelo de servicios sean inevitables". Sigue la condena de Chris Doyle: "Todas las calles corren de norte a sur y de este a oeste: signos de aburrimiento y de una restricción artificial impuesta sobre todas las ciudades del país. Esta planificación no es sólo una herencia topográfica de los tiempos coloniales, sino un mapa de la mentalidad de los argentinos, orgullosos de ser europeos de tercera clase".

Más tarde, atacan los indios. "Wong está metido en alguna parte, reescribiendo el guión y reorganizando el plan de rodaje. Leslie (Cheung, el actor que en Adiós mi concubina protagonizaba el papel de cantante de ópera homosexual) tiene que irse pronto, y se anuncia un paro general para el martes y miércoles. Como si aburrirnos mortalmente, retrasarnos mortalmente y estafarnos mortalmente no fueran suficientes, estos bastardos ahora quieren matarnos a fuerza de movilizaciones. Hace 40 días que estamos acá, pero trabajamos sólo diez". Lo que el australiano no sabía es que el verdadero peligro venía del cielo, y no tardó en descubrirlo. "Son las cuatro de la mañana en lo que el guión describe como un camino de las pampas en medio del campo. Nuestra road movie va tomando forma de a pedazos, junto a un camino, dos horas al sur de Buenos Aires. Comenzamos a filmar justo después del amanecer. Nos estamos quedando sin película, filmando tomas tan largas. Me siento en medio del pasto crecido, tratando de sostener mi cámara de mano con más firmeza que mis nervios. A los cinco segundos de empezar una toma de cinco minutos, algo me pica en la mano. Y después en mi mejilla izquierda, y en mi oído derecho. Escucho el sonido de un montón de manos golpeteando sobre la carne. Mi asistente me pega en un muslo. Enseguida, siento un pinchazo en las bolas. Finalmente, el propio Wong no lo soporta más y grita la orden de corte. Salto exclamando bienvenidos a la capital mundial del mosquito".

Más gentil, Wong cuenta que eligió filmar en la Boca porque es loco por el fútbol, y "Boca es el fútbol por excelencia". Para él, uno de los mejores momentos del rodaje fue cuando fueron a filmar un Boca River en la Bombonera. "Intentamos que Maradona le diera la mano a uno de los protagonistas, para incluir la imagen en la película, pero no fue posible", concluye Wong con cierto desasosiego.

Mi Buenos Ailes Quelido...LA LECCION DE TANGO Tratándose de una película "argentina", era lógico que la música que sirvió de disparador fuera la de Astor Piazzolla, y Wong Kar Wai captó eso al vuelo. Literalmente: el realizador cantonés conoció la música de Piazzolla durante una escala de avión, en el vuelo que lo traía a Buenos Aires. Pasó unas horas en Amsterdam, allí consiguió unos compactos de Astor, y decidió que esa música sería no sólo la banda de sonido, sino que además marcaría el tono, el pulso de la película. "Creo que la música de Piazzolla influyó sobre mi manera de pensar y mi manera de concebir Felices juntos", declaró el director en abril.

Se escuchan tres temas de Piazzolla en Felices juntos, en todos los casos grabados por el sexteto en el que tocó junto a Paquito D’Rivera en saxo alto y clarinete. En la ficción, uno de los amantes trabaja durante un tiempo como portero de un boliche de tango, que es el Bar Sur, el mismo que alguna vez fue el Unión Bar. Pero, más que esos sonidos y empedrados de San Telmo, es el espíritu del tango el que parece haberse hecho carne en Felices juntos. La película aparece teñida de una carga trágica, una densidad emocional que contrasta con los amores en fuga, con la levedad de sentimientos de los films anteriores de Wong. No es que en aquellas películas faltaran amores. De hecho, los había de todas las clases.

Tómese, por ejemplo, Chungking Express, hasta el momento su obra más representativa, que cualquier hijo de vecino puede alquilar en el video de la esquina. Allí se cuentan no una sino cuatro historias de amor, a través de dos episodios cuyo único punto en común es un bar de comidas al paso. En la primera historia, un policía hace infructuosos llamados telefónicos a su novia, a la que extraña con locura, y terminará conociendo a otra mujer, de la que quizás podrá enamorarse. En la segunda, otro policía (encarnado por el actor Tony Leung, en Hong Kong tan popular como Brad Pitt y uno de los amantes de Felices juntos) será rondado por una chica, que teje a su alrededor una red amorosa limpiando su casa y cuidándolo.

La película aparece teñida
de una carga trágica,
una densidad emocional
que contrasta con los
amores en fuga, con la
levedad de sentimientos
de los films anteiores
de Wong Kar-Wai

Al mismo tiempo, el policía no puede dejar de recordar a una azafata con la que tuvo un affaire entre vuelo y vuelo. Allí queda definido, de modo inconfundible, el sentimiento amoroso según Wong: se ama lo que se tuvo o tal vez se tendrá, pero nunca lo que se tiene. Lo que un artículo de la revista Sight and Sound caracterizó como "un mundo en el que las acciones más importantes ya ocurrieron, o nunca tendrán lugar".

En lugar de la fuga hacia adelante o hacia atrás, en Felices juntos la figura que domina la vida amorosa es el círculo, la repetición. Lai y Ho no puede vivir juntos ni separados. Se unen, se separan, se lastiman, se dan celos, se pelean, se ponen al borde de la muerte, se reconcilian. "Volvamos a empezar", es lo primero que se oye, a través del relato en off de Lai, que comenta que esa es la frase preferida de Ho. Y allí van, vuelta a empezar, como en un tango fatal: algunas de las escenas más hondas de Felices juntos son aquellas en las que los amantes chinos bailan el tango, dibujando círculos en esos recintos cerrados en los que transcurre buena parte de esta claustrofóbica love story, a miles de kilómetros de casa.

MUSICA Y POSIBILIDADES Pero no todo es tango. El oído musical de Wong es tan refinado como ecléctico. La música popular occidental y el rock ’n’roll sintonizados en la radio constituyeron, junto con la literatura y las películas, la educación sentimental de este niño solitario. Su cine está lleno de referencias musicales, citas de canciones, músicas inspiradoras y temas que los personajes escuchan con obsesión. Véase rápidamente: su opera prima, As Tears Go By (1988), debe su título a un tema de los Rolling Stones; el músico cubano Xavier Cougat se oye una y otra vez en la banda de sonido de su segunda película, Days of Being Wild (1991); en Chungking Express, la música que sale de un juke box es la única compañía que tienen sus personajes, y la chica que atiende el bar al paso escucha sin cansancio "California Dreaming", en versión de The Mama’s and The Papa’s. En Felices juntos, "Cucurrucú paloma", interpretada por Caetano Veloso, es lo que se oye la primera vez que se ven las cataratas del Iguazú, allí donde los personajes quieren llegar y no pueden.

Ya en Buenos Aires, cuando la relación entre Lai y Ho se cae a pedazos, atruenan unas desgarradas guitarras rockeras, y, más adelante, irrumpe la voz gruesa y burlona de Frank Zappa, cantando aquello de "I have been in you/You have been in me". Wong ama las bruscas rupturas de tono y de velocidad, y tiene sus razones. "Empezamos Felices juntos al son de Piazzolla, que es el sonido de Buenos Aires -señala Wong-. Pasado un tiempo, ese sonido se volvió demasiado lento, el equipo empezó a extrañar, queríamos terminar el film, empezamos a aburrirnos: necesitábamos algo de energía, algo destructivo. Caminé por la ciudad y compré algunos CD. Un disco de Zappa me pareció la música adecuada para ese momento del rodaje y la película, porque contenía la energía que necesitaba". Como para su maestro Godard, para Wong parece no haber separación entre la película que se filma y las circunstancias del rodaje. Desde esta perspectiva, aquel "no teníamos idea de adónde íbamos" que se oye en el off, podría ser el más preciso comentario sobre la forma en que se filmó Felices juntos.

Sin embargo, la historia, los personajes y el propio Wong van a parar indefectiblemente a un lugar llamado Honk Kong. Quizá nunca hayan salido de allí: "Al principio buscaba color local, bares de tango, cosas por el estilo -confió durante la presentación del film en Cannes-, pero gradualmente me fui dando cuenta que la historia se desarrollaba en habitaciones pequeñas, cocinas, callejones, como en mis otras películas. De hecho, creo que, al fin y al cabo, la película es sobre Hong Kong". Allí, en Hong Kong, es donde se oye "Happy Together", pegadizo tema que allá a finales de los 60 interpretaba el grupo The Turtles, cerrando Felices juntos con un engañoso o esperanzado aire pop. Después de ese final, los amantes quizá puedan volver a encontrarse. O tal vez se separen definitivamente. En el cine de Wong Kar Wai, nada es para siempre.


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