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El Faro

La publicidad de este inminente estreno del cine argentino subraya la idea de que esta película "te va a iluminar el alma" con unas lucecitas intermitentes brillando en los faros de los afiches por las calles de Buenos Aires. La luz y el alma son los dos grandes tópicos del último film de Eduardo Mignogna, y si bien la instigación publicitaria quedará finalmente librada al gusto y capricho de los espectadores, no quedan dudas de que El Faro -de comienzo a fin, desde el accidente del primer momento al cierre con tema de Serrat, "Aquellas pequeñas cosas"- no se detiene nunca en su esfuerzo por hacer llorar. No es broma: es un contundente bloque de sentimientos frente al que resulta difícil pararse a pensar. Cuando se llora no se piensa, salvo en dónde estará el pañuelo. El Faro es una apelación absoluta a la sensibilidad, a punto tal que hacía rato que no se veía llorar tanto a los actores en la película. Norma Aleandro llora, Ingrid Rubio llora, Ricardo Darín llora, Norberto Díaz llora. Y ver llorar incita a llorar. El Faro hace llorar de la mano de dos hermanas de relaciones borrascosas, empeñadas en una desigual batalla contra la adversidad. Mala suerte, destino cruel, encarnado en accidentes, orfandades, enfermedades y estigmas.

No fue sencilla, de ninguna manera, la apuesta de Mignogna, responsable también del guión de esta película producida por Artear y que cuenta con coproductores de la Argentina y España. "La idea me había surgido en México mientras hacía el sonido de Sol de otoño: una historia de dos mujercitas a las que les quitaba los padres; una historia sin padres", cuenta el director.

La película toma diez años, aproximadamente, en la vida de dos hermanas: una niña y la otra adolescente en el comienzo. Un accidente -impactante, seca escena del principio- las deja como únicas sobrevivientes de la familia. El auto se incrusta en un camión. Estallan los vidrios. Aneta, la nena, sale ilesa. En cambio la mayorcita, Carmela (protagonizada por la española Ingrid Rubio), queda renga y pierde un pulmón. Las pérdidas -váyase sumando- son enormes y no paran allí. Después de una temporada con unas tías en el Uruguay deciden seguir viaje. Hay una huida a Colonia, luego a Montevideo y recalan en el faro de José Ignacio. Las hermanas viajan con poco equipaje y un álbum de fotos que Carmela no quiere ni mirar. "Están todos muertos", dice. Mientras tanto van creciendo y mantienen diálogos deliciosos. La nena, interpretada por Jimena Barón, se "come la película" -como dirán las abuelas- hasta que entra en escena Norma Aleandro y amenaza comerse a todos en serio con una actuación breve, sutil, de gestos y palabras suaves.

El rompecabezas de esos años se va armando con los personajes que aparecen para acumular alegrías y frustraciones amorosas en la vida de Carmela, hasta decantar el núcleo de su conflicto: la renquera ahuyenta a los hombres; el accidente le impedirá tener hijos. Su hermana sigue creciendo y se pone muy linda (la niña Jimena será reemplazada por la púber adolescente Florencia Bertotti) y el amor se mezcla con la rivalidad y los rencores en la relación de las hermanas.

El FaroMUJERCITAS "Traté de no producir demasiados hechos argumentales que me obligaran a narrar con un mecanismo de relojería", refiere Mignogna. "Prefería que fuese un devenir lento como el de la vida real, una combinación de hechos trascendentes e intrascendentes, que pasaran pocas cosas con las que se fortaleciera la relación de las hermanas. Quería poner la definición en las personas, más que llevar la película de un lado para otro. Hice hincapié en las charlas de mujeres, esa mezcla de juego y peleas, y brusquedades."

El año pasado La vida según Muriel descubrió el demoledor encanto de las conversaciones entre mujeres. Se sabe: las mujeres hablan distinto entre ellas que al hacerlo con hombres delante. En El Faro el punto debía ser decisivo, porque a lo largo de los diez años que toma la película, las dos hermanas hablan mucho entre ellas, y son de los mejores momentos del film esas escenas que las encuentra solas, alegres o desprotegidas, pero en esa intimidad femenina y familiar, haciendo travesuras en medio de la desolación. Son huérfanas, y las travesuras tienen sentido cuando están dirigidas a los padres. Ellas se tienen una a la otra. Nada más. Los demás personajes, queda claro, constituyen un entorno, y cuando amenazan filtrarse en ese mundo redondo y cerrado de las hermanas mujeres, hay problemas. Se llevan bien y, de golpe, entre ellas nacen rivalidades, cuentas pendientes. "Renga de porquería", "enana de mierda", "¡cuatrojos!", "¡malarmana!", se insultan mutuamente.

Dice Mignogna al respecto: "Primero escribí en base a recuerdos y observaciones. Tengo una hija de veinte años. Veo cómo se mueven las chicas, cómo comparten el baño, las charlas y los novios. No trataba de hacer una reproducción de lo evidente, del lenguaje de la vida cotidiana. Me parece que se tiene que rozar lo cotidiano para que haya una identidad en los personajes, pero hay recursos literarios a los que hay que apelar al escribir diálogos. No me interesa que se use el ‘recopa’ y el ‘mambo’. Eso es más para la televisión. Aquí se habla de sentimientos y de estados de ánimo que no quería recubrir de una pátina de lenguaje muy actual que terminara vulgarizando las situaciones. Estas mujeres son mal habladas, eso sí. Pero los diálogos están dentro de un código".

Ahora bien: la película agrega un problema adicional. Carmela, hermana mayor, tiene un marcado acento español, y modalidades de habla bien propias de la Madre Patria. En un momento de autoconciencia, el film genera el siguiente diálogo: (las hermanas van viajando en un micro) "Y mejor duérmete", dice la mayor. "No tengo sueño. Y se dice dormite, ¿cuándo vas a aprender a hablar?", retruca la menor. Mignogna dice que en la génesis del libro el personaje ya era así, extranjera. O mexicana o española, la cuestión es que fuera hija de padres que habían pasado unos quince años afuera del país (no se aclara en el film si por razones políticas), y cuando vuelve a la Argentina le ha quedado ese tonito como resto. Aneta, en cambio, habla en perfecto argentino. "Los hijos de mis amigos que vivieron en México hablan como Pancho Villa y en realidad son argentinos", recuerda el director. "En la película no queda claro si los padres eran exiliados o no. Finalmente me decidí por hacerla española porque yo viví en España y entonces conocía más. Ingrid Rubio estuvo practicando con un diccionario fonético para eliminar las ‘z’ y las ‘c’ muy marcadas, porque había que dar el tonito de esos argentinos que crecen en otro idioma pero que en la casa mantienen el aire familiar del rioplatense."

AY, CARMELA Además del acento español de pura cepa, el personaje de Ingrid Rubio carga con un estigma que va a condicionar todos los hechos de su vida: la renquera, un condensador de sus problemas mayores, el ser huérfana y el no poder tener hijos. Al respecto, Mignogna refiere una curiosa anécdota de filmación: "Estuvo practicando un mes y medio para hacerse la renga, y luego consultamos con un traumatólogo a quien le describimos las características del accidente, y el médico dijo todo lo que le tenía que pasar. La pérdida de un pulmón y la imposibilidad de tener hijos. Yo le conté al traumatólogo cómo había sido el accidente. Un choque frontal, el auto se metió debajo del camión. Lo normal en un accidente así es que una costilla perfore un pulmón y también la imposibilidad de tener hijos. Lo impresionante es que yo lo había planeado así en el guión siendo un lego en la materia porque quería que tuviera conflictos con la maternidad y quería que tuviera un estigma, que es la renquera".

PARECIDOS A lo largo de los años que ocupa el film, como adolescente y como mujer de veintipico, Ingrid Rubio es la única actriz que encarna a Carmela. Lo mismo sucede con el personaje de Javier (interpretado por Mariano Martínez, que dicho sea de paso es muy parecido a Nicolás Cabré, miembro de "Gasoleros" y uno de los protagonistas de Fuga de cerebros) diferenciado por el largo del pelo. Con los años Ingrid Rubio también cambia de corte de pelo y le salen tremendas ojeras. En cambio para interpretar a la hermana menor se recurrió a las dos actrices seleccionadas en un arduo casting.

"El parecido físico ayuda un poco, o al menos hay que buscar que no desconcierte al espectador. No me preocupaba demasiado el parecido, pero sí quería encontrar a las dos personitas que estaba buscando. Tenía que ser una chiquita vivaz, peleadora, con esos atributos que adquieren los chicos que se quedan huérfanos."

Radar quiso saber qué les había pasado a las debutantes con tanta conmoción, desde el casting al rodaje. "La primera vez se miraban extrañadas -dice Mignogna-. Una era el pasado de la otra. La otra es la proyección en el futuro. Yo trabajaba mucho en la composición de los gestos, las actitudes, para que se parecieran. Y en un momento noté esas miradas curiosas: ¿Yo seré así? ¿Yo era así? Ingrid a su vez tuvo que conocerlas y quererlas a las dos."

El FaroLA LITERATURA Además de tres películas en su haber anteriores a El faro (Evita, quien quiera oír que oiga, Flop y Sol de otoño), Eduardo Mignogna ha escrito y publicado varios libros desde los años setenta, e incluso en 1975 obtuvo el premio Casa de las Américas con su novela Cuatro casas. Cree firmemente que, en su vida, la literatura es fundamental. "Yo tengo un imaginario más literario que cinematográfico, por lo menos en el punto de partida. Es muy raro que escriba específicamente para un actor o una actriz. Prefiero que no me contamine la cara del actor o de la actriz", señala, aunque luego reconoce que le llega el imparable avance del cine sobre las instancias del relato.

"Filmar es un proceso de asesinato del imaginario. Primero hay que trabajar con toda la libertad del mundo y cuando empezás con el guión, empezás a ponerle coto a lo literario. La puesta en escena, el casting y el scoutismo (la búsqueda de locaciones) terminan de asesinar todo. La puerta que estaba a la derecha ahora va a estar a la izquierda. Eso es necesario, porque si no la película estaría filmada el día que la escribo. Yo escribo previamente un cuento, un texto literario. A Norma y a Federico, para Sol de otoño, les escribí tres o cuatro carillas con cosas que no están en la película. Qué libros leía, qué discos escuchaba, qué bebida tomaba el personaje. Para El Faro le hice un texto a todos los actores, y ni qué hablar a las chiquitas."

EL FARO Por último, el faro. El de José Ignacio -donde Mignogna empezó a escribir el guión que poco tiempo después filmaría- y el que va a iluminar almas, o sea el faro como metáfora de una luz que en la vida de Carmela parece cada vez más lejana.

"Aunque transcurre en muchos lugares yo quise desterrar un paisajismo que no me interesa", señala el director. "El faro de José Ignacio representa para los personajes un punto muy importante porque allí se da una perspectiva de felicidad que no se cumple. Yo escribí el comienzo de la película en una casa de José Ignacio, instalado allí, cuando ni siquiera sabía que iba a ser una película. Cuando me fui a José Ignacio, miré el faro por la ventana, y unos ochos meses después estaba allí filmando. Es la primera vez que me pasa algo tan rápido. En general mis cajones están llenos de proyectos que no se hacen o que tardan años." El faro también es una pintura que circula por varias manos en el film: en el cuadro, el horizonte está torcido. Así son las cosas en este inminente estreno del cine nacional. Hubo un gran esfuerzo del director y de los actores por no enderezar ese horizonte, por dejarlo así torcido, por emocionar, quizás excesivamente, por hacer llorar, por no dejar pensar al menos mientras transcurre la película. Quizá después suceda, como en el típico lenguaje Artear, que "el Faro te ilumine el alma". O no. Pero vas a llorar.


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