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Miramax realizaba una avant-premiere de Tiempos violentos en el Festival de Cannes. El director sube al escenario para presentarla. Le grita al público sin usar el micrófono: ¿A quién le gustó Perros de la calle?. Aplausos. ¿A quién le gustó Escape salvaje? Más aplausos. ¿A quién le gustó Lo que queda del día? Un más que módico batir de palmas individual. El director responde al temerario espectador: ¡Andáte ahora mismo del cine!. Probablemente esta anécdota sirva parapintar de cuerpo entero a Quentin Tarantino: el único cineasta actual que es más famoso que sus películas. Por supuesto que, para mantener este sitial, hay cierto ritual cool y mediático que Tarantino parece cumplir a rajatabla para mantener su status olímpico dentro de la cosmogonía juvenil (en la industria y fuera de ella), que lo considera el mejor cineasta de la década. Durante los tres años que pasaron entre el estreno de Tiempos violentos y el de Jackie Brown, Tarantino parecía querer convertirse en una suerte de Orson Welles flaco y modelo 90: aparecía todas las semanas en programas de televisión, mientras se hablaba de una adaptación cinematográfica de El agente de CIPOL (con George Clooney como Napoleón Solo y yo como Illya Kuryaki, decía el amigo Quentin). Pero pasaba el tiempo, y nada.
También se dedicó a actuar, con resultados bastante desafortunados: hacía un monólogo en la película Duerme conmigo, sobre el oculto tema de Top Gun (una velada historia de la aceptación de la homosexualidad de su protagonista) que es probablemente lo único recordable de toda la película; hizo un olvidable papel en la aún más olvidable Destiny Turns On The Radio (sobre la cual escribió un crítico del New York Daily News: como actor, Tarantino es un gran director); fue la mitad psycho de los terribles hermanitos Gekko en Del crepúsculo al amanecer, de su amigo Robert Rodríguez, y culminó el paseo actoral con una performance en Broadway como el narcotraficante que acosa a una pobre ciega en Wait Until Dark (recreando con pésimas críticas el rol de Alan Arkin en el film protagonizado por Audrey Hepburn).
Mientras corría una maratón por diferentes revistas de chismes y estrenos de películas con su novia de entonces, Mira Sorvino, y atacaba cuando podía a sus posibles competidores, lo único que dirigió fue uno de los dos peores episodios de la fallida Cuatro habitaciones y un episodio de la serie televisiva ER. Esa fue una de las razones por las que decidí no aparecer por TV durante este año y medio. Los críticos no respetaban mi trabajo porque yo estaba en el medio, por lo que devolví mi credencial del club de los famosos. La renovaré cuando tenga que vender otra película.
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