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Yo me pregunto

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Vale decir logotipo

Por J. I. Boido

La salud de nuestros niños

En un precavido gesto con el que anticipar el Día del Niño, la revista Viva del diario Clarín brindó a sus lectores, en su edición del domingo 2 de agosto, tres páginas que albergaban una nota titulada “Ideas para regalar”: un franco derroche de lugares comunes sospechosamente parecidos a las sugerencias que se le pueden ocurrir al vendedor de cualquier juguetería. A saber: para las nenas, una muñeca Barbie (en su modelo tradicional), un libro para colorear, una “soga para saltar”, o “una pecera artificial con luz” y peces de plástico movidos por imanes. Para los nenes, el non plus ultra de la imaginación puesta al servicio del Día del Niño: “un disfraz de Superman”. O, para evitar el cliché fácil y demagógico de la pelota de fútbol, un anaranjado balón de básquet. Pero por las dudas de que, aun siendo el dueño de la pelota, el nene no logre relacionarse ni siquiera con la pecera de la hermana, ahí está la descollante idea de regalarle una “mascota electrónica” (o sea: un tamagotchi). Sin embargo, un mes y medio antes, en su gigante edición especial (178 páginas) del domingo 14 de junio, con motivo del Día del Padre (titulada “Los primeros años: cómo criar un hijo feliz” y desde cuya tapa sonreía una beba rozagante, rubia y de ojos celestes: ¿el arquetipo de infante nacional según el gran diario argentino?), uno de los consejos aparecidos en la nota dedicada a los juguetes afirmaba enfáticamente que “lo importante es no imponerles nada, sino dejar que ellos (los niños) elijan”. En aquellas 178 páginas se afirmaba también que “a la hora de elegir qué es lo que más desean para sus hijos, el 61,8% de los padres argentinos opta sin dudas por la felicidad”. Eso podía considerarse como el objetivo último de la serie de consejos que se desplegaban luego, en recuadros titulados “Cómo evitar el chirlo” o “Cómo elegir un pediatra”, “A la hora de dormir” (“Enséñele a relajarse. Y si nada de esto funciona, prometerles que con sólo cerrar los ojos y descansar un rato, el sueño vendrá solito”) o “La buena mesa” (apartado no referido a los modales del chico sino al botulismo que puede causar la miel durante el primer año de vida, entre otras cuestiones a considerar). Pero la producción fotográfica que ilustraba esa pequeña guía de psicología pragmática infantil anticipaba el espíritu que caracteriza las sugerencias de regalos para el Día del Niño: mostraba, por ejemplo, a una nena entumecida frente a un televisor, a otra mordiendo una papa frita fabricada en un fast food y a un nene jugando junto a un vernáculo aro de “basketball” (sic). Si los agarrara Florencio Escardó...

Salvar al abuelito

 

El Museo de Arte de Santa Monica (California) exhibe en estos días la muestra Jugando con fósforos, que incluye collages, dibujos, fotos y videos creados por dos artistas: Beck, el eterno niño prodigio del pop norteamericano, y Al Hansen, su abuelo. Olvidado por la crítica y el público durante los últimos treinta años, el parentesco con Beck parece haber resucitado al abuelo (fallecido en 1995). El catálogo dice de él que fue “una personalidad carismática y nómade en la vanguardia del arte, que se codeaba con John Cage, Lennon y Yoko Ono, y cuyos libros sobre happenings resultan una de las búsquedas más interesantes inspiradas en el dadaísmo”. Cuenta la leyenda que el pequeño Beck se escapaba del colegio para ayudar a su abuelo en sus performances, motivo por el cual la muestra es compartida entre abuelo y nieto: el aporte de Beck se reduce a los poemas y dibujos que confeccionaba en su infancia. Pero el chantún del curador (Wayne Baerwaldt) no tiene empacho en afirmar que la exhibición “demuestra un continuum entre la vitalidad de Al y el estilo de forma libre de Beck”. ¿Para cuándo la muestra de los palotes de Michael Jackson y las esculturas en crema pastelera de su abuelita?
MúSICA de FONDO PARA CUALQUIER REUNIóN ANIMADA

Desde hace algún tiempo circula de mano en mano el casete Alucinaciones virtuales (simulación de alucinaciones auditivas), editado por el laboratorio Janssen-Cilag. Según la estentórea voz que se puede oír al comienzo de la cinta, el casete “responde al nombre de las voces persistentes que oyen los esquizofrénicos, disparadas por situaciones de stress, y de contenidos hostiles, persecutorios y desvalorizadores, que lo obligan a decir y hacer cosas dañinas”. Tanto La Voz como la Introducción incluida en el folleto que acompaña el casete se ocupan de aclarar que esta simulación fue creada por el laboratorio para entender mejor la naturaleza de estos síntomas y para reconocer vivencialmente el universo alucinatorio. Y agregan que, en este caso, se trata específicamente de los sonidos y voces que podría llegar a oír el esquizofrénico mientras mantiene una entrevista laboral. Entonces empieza la experiencia: sobre un colchón de chicharras, risas, bípers que suenan, el tictac de un reloj y vidrios que se rompen, una voz de hombre y una de mujer se turnan para repetir frases aptas para todo público como Este trabajo no es bueno para vos, Quién te dijo que eras útil, Seguro que es un truco para perjudicarte y Ellos saben muy bien quién sos. Después los sonidos se aplacan y La Voz suelta el hasta entonces fin oculto de todo esto: la marca del remedio a todos estos males. “Risperdal, una oportunidad para volver a disfrutar de la vida”. Claro que todo esto no hace más que plantear una disyuntiva económico-existencial del estilo huevo-gallina: si el casete está destinado a los familiares de los esquizofrénicos, y los familiares resultaron ser tan hijos de puta como para mandar al enfermo a una entrevista laboral, ¿por qué suponer que pueden llegar a interesarse en el casete y, menos que menos, en el remedio? Lo que sí estamos en condiciones de negar categóricamente es el rumor que dice que, si la cinta se pasa al revés, se escuchan canciones de Xuxa.