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Yo me pregunto

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La nota sobre Federico Klemm aparecida en el número del segundo aniversario de Radar desató una polémica en el mundillo de la plástica. A continuación algunas opiniones al respecto, de pintores y críticos.

Por Fabián Lebenglik

El escarnio y destripamiento que se hizo de Klemm a lo largo de tres páginas en la nota “El hombre de la burbuja de plástico”, en el Radar del 9 de agosto, con la firma de un tal Nardi, sin duda perdurará en los anales del arte de injuriar. El autor de la nota, con una soberbia crueldad, despedazó a Klemm con un regocijo y una extensión que suenan más a escarmiento que a denuncia. Una pluma tan refinada debería publicar más seguido para que los lectores pudiéramos conocer toda la impostura y la hipocresía de la Argentina, para que pudiéramos diferenciar lo verdadero de lo falso. La virulencia y la saña de la nota contra un personaje tan poco peligroso como Klemm, seguramente son dignas de una cruzada moralizadora más amplia, porque si la campaña del tal Nardi termina con Klemm, los lectores tendremos derecho a suponer que todo se reduce a una escena de celos o a una cuestión de despecho amoroso. El autor de la nota, con una tortuosa exquisitez, mezcla y confunde en su brulote todos los planos: el personal con el político y con el artístico, y a todos los descalifica. Es evidente que el placer de la saña está antes que lo que se cuenta. Así como el cinismo y la ironía se anteponen al propio objeto de análisis. Otra de las trampas de la nota es suponer que Klemm es el modelo estético del menemismo. Si bien es cierto que el personaje encaja perfectamente en la estética del actual poder, no sucede lo mismo con la gestión de la galería y la fundación de Klemm. Cada espectador puede elegir entre el narcicismo del propio Klemm o las buenas exposiciones de terceros que ha venido presentando. El verdadero peso pesado que funciona como modelo de marchand y galerista de la era Menem, en cuerpo y alma, es el que encarna Ignacio Gutiérrez Zaldívar, curiosamente afecto a presentar en sus exposiciones juegos y acertijos alrededor de las falsificaciones en la pintura, tema en el cual es un verdadero entendido. Habría que destacar las muestras que Klemm presentó en su galería entre 1992 y 1995, que en el artículo se mencionan entre paréntesis, como al pasar: allí se han exhibido muestras y obras originales de Matta, Botero, Mapplethorpe, Macció, Pablo Reinoso, Pat Andrea, Noé, Andy Warhol, Victorica, Edgardo Giménez, Christo y Aizenberg, entre otros. En 1995 Klemm cierra la galería para inaugurar una fundación de mil metros cuadrados, a la que se puede acceder libremente con entrada gratuita, para ver la exposición permanente, que incluye obras de Picasso, Magritte, Max Ernst, Man Ray, De Chirico, Warhol, Xul Solar, Lichtenstein, Larry Rivers, De Kooning, Serrano, Mapplethorpe, Christo, Beuys, Fontana, Chia, Paladino, Clemente, Kuitca, Macció, Berni, Noé y otros. La Fundación, además, hizo aportes económicos al Museo de Arte Moderno de la Ciudad de Buenos Aires, al Centro Cultural Recoleta y al Palais de Glace. A partir de 1995, en ese nuevo espacio se vieron exposiciones de Remo Bianchedi, Jeff Koons, Oscar Bony, Antonio Berni y Juan José Cambre, entre otros, junto con una serie de buenas muestras exhibidas en una sala reservada para artistas de la nueva generación. Entre el personaje Klemm -que fue a buscar la coronación y el premio presidencial, en un episodio que debería quedar inscripto en la historia menor del folklore menemista, pletórico de pelucas, dientes postizos, fajas, tinturas y aditivos- que nadie se toma en serio y el ensañamiento de la agresiva boutade del domingo 9, el sentido de esta nota es recuperar para el lado del arte ese gran presupuesto heredado por Klemm y que él mismo decidió dedicar en buena medida, durante los últimos seis años, a una destacable gestión al frente de su galería y su fundación. El año pasado, por ejemplo, organizó un concurso de pintura de buen nivel y otro de ensayos y crítica de arte, cuyos ganadores fueron premiados con interesantes recompensas, exposiciones y publicaciones que los ayudan a sostener (y avanzar en) sus carreras. No creo en la autocoronación de Klemm, pero tampoco soy partidario de su empalamiento: son dos infatuaciones. Creo que tiene más sentido rescatar y apropiarse lo que está bien hecho.

INCUBOS Y EFEBOS
Por E. Iglesias Brickles

Fuera de lo anecdótico, creo que uno de los aciertos de la nota es ubicar en el lugar correcto la estética de Federico Klemm, ya que siempre hubo una insistencia poco convincente acerca de que Ignacio Gutiérrez Zaldívar era el paradigma de la estética menemista. Las preferencias de éste se circunscriben a lo que podríamos llamar la escuela argentina, desde Quiroz, Molina Campos o Presas a animalistas y hasta folkloristas for export. Si a eso le sumamos sus ademanes de feriante, tendremos una descripción completa del director de la Galería Zurbarán. Pero tengamos en cuenta que cuando Gutiérrez Zaldívar organiza sus megamuestras en forma de kermesse, no está más que mostrando una de las maneras que tiene el populismo de concebir la cultura de masas. Lo de Federico Klemm es otra cosa. Desde su Fundación-Galería apunta al arte globalizado, a la estética internacional, concebida como la puede concebir un excéntrico de los arrabales del mundo. También apunta a exaltarse como artista-coleccionista, y es en algunos de los objetos de la colección y en sus propios cuadros, donde puede leerse mejor el pensamiento estético de Klemm y el universo al cual se supone merecedor (efebos, íncubos, semidioses proxenetas) y al que se agregan, retratos mediante, algunos personajes farandulescos. Valga como ejemplo el retrato de Amalita Fortabat flotando entre esmeraldas: es suficiente una mirada poco perspicaz para colegir que esta composición podría haber estado inspirada en cualquier alto funcionario de gobierno nacional. Por eso no es casual ni anecdótico que Menem haya decidido condecorar a Klemm como uno de los grandes personajes de la cultura de este fin de siglo.


EL NARCISISTA DE LAS PIRAMIDES

Por FERNANDO FAZZOLARI

Propiciar una galería de arte en donde exponer artistas serios y jóvenes meritorios es una excentricidad cara, que el arte festeja y reconoce. Poner a disposición de todos una pinacoteca privada parece un acto generoso y hospitalario. ¿Incluyendo al dueño en ese espacio? ¿Por qué no? Es cierto que Fortabat y Constantini aún no pintan. Sin embargo, lo que más me seduce es la producción televisiva de Klemm, donde se expone, tan narcisista como genuino, en performances limítrofes sustentadas en la estética y las pirámides milagrosas que iluminan la esfinge de Carlos Espartaco. No vende ni siquiera pescado en buen estado; no se disfraza de cosaco para vender arte ruso, ni de orillero para ofrecer obras de tango. Ni intenta, desde obesas simpatías grotescas, educar al ciudadano de acuerdo a sus intereses y sin ningún consuelo para la justicia de la crítica ni para la verdad. Simplemente trabaja arduamente de sí mismo y ésa es su obra. ¿Merece Klemm un premio? ¿Merece ser tratado impunemente como un monstruo? Preguntar en ventanillas correspondientes.


El demiurgo ridículo
Por ROBERTO JACOBY

Es muy fácil hablar mal de Klemm porque tiene muchos puntos irritantes, sobre todo, para los que se toman las cosas tan en serio. Esto último sería el colmo. Como productor de pintura es insostenible: ni como kitsch, ni como nada. Lo que vale es su estilo personal y creo que es lo que más molesta. Cuando aparece en los medios produce un efecto paródico y pone de relieve el agotamiento de una forma de hacer crítica de arte, en donde se mezcla el dislate terminológico con el artista como demiurgo. Son los extremos más ridículos a los que se puede llegar.


LOS PROCERES CONTEMPORANEOS
Por ADRIANA ROSENBERG

Conozco a Klemm desde hace muchos años y, como parte de un sector social argentino, estoy al tanto de muchos detalles sobre su vida y obra. Todos estos comentarios pertenecen a la “historia oral” de nuestro país. Cuando se publica “la historia oral” ésta pasa del carácter de lo mítico a lo histórico. Conocer los gustos, excentricidades o placeres de los populares personajes que pueblan nuestro entorno no asombra ni sorprende a ningún lector avezado en los medios de comunicación argentinos. Klemm es un personaje ambiguo, que enfatiza, tanto en su trabajo como en su vida privada, la actual cultura del simulacro (especialmente en sus programas televisivos, donde utiliza la tecnología para crear realidades virtuales y emitirlas como legítimas). Pero si algo hay que preguntarse, más allá de la vida del personaje, es por qué nuestro presidente le otorga un galardón que lo incluiría en la lista de los próceres contemporáneos. ¿Alcanza con promover el arte y patrocinar con el poder económico eventos para recibir un premio otorgado por la máxima autoridad argentina? ¿En relación con quién y a qué contexto elige Menem otorgar premios? ¿Acaso ha inaugurado una serie de galardones donde reconocerá a científicos, investigadores y docentes? Pareciera que su gusto personal, y el reino de su también excéntrica subjetividad, le permite utilizar el poder máximo para determinar los valores de una sociedad en su conjunto.