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“La lectura de los cuentos y poesías de Macedonio Fernández despertó en mí una correspondencia silenciosa”, declaró el escultor Libero Badii en 1974, y el testimonio de esa experiencia constituye el núcleo del homenaje al autor de Papeles de Recienvenido que se exhibe en la Fundación Banco Francés (11 de Setiembre 1990). Esta muestra homenaje está integrada por dos bocetos escultóricos en bronce y uno en arcilla que proponen una visión alegórica de la figura de Macedonio Fernández (la obra definitiva, realizada en bronce en 1966, mide dos metros y medio de alto y está en manos de un coleccionista norteamericano); los grabados con los cuales Badii ilustró una edición artesanal del texto de Macedonio “El Zapallo que se hizo cosmos”; y una escueta exhibición de memorabilia que oscila entre la ingenuidad documental y la necesidad de magnificar el exiguo contenido del homenaje. La muestra podría resultar decepcionante sólo si obviamos el hecho de que esa misma casona colonial contiene además una colección exhaustiva pero no extenuante, curada por Nelly Perazzo, de la obra escultórica, pictórica, y gráfica de Libero Badii.

PUNTOS SUSPENDIDOS Como Lucio Fontana y Enio Iommi, Badii (nacido en 1916 en Arezzo, Italia) proviene de una familia italiana dedicada al trabajo del mármol, que se estableció en Argentina a mediados de la década del 20. Badii, nacionalizado argentino en 1947, no se considera un autodidacta (cursó nueve años en la Escuela de Bellas Artes) y prueba de ello son algunas esculturas de sesgo académico realizadas a comienzos de los años 40 que pueden verse en el patio posterior de la Fundación. Luego de un viaje iniciático por América del Sur y más tarde por Europa a fines a de los 40, Badii vuelve a instalarse en Buenos Aires, “queriendo saber si en una ciudad con ocho millones de habitantes, un artista sin hacer ninguna concesión podía subsistir”, como afirmó alguna vez, para después agregar que en ese entonces “se inició la tarea de renunciar a factores materiales para no entorpecer mi labor y desde entonces busco en mis obras la felicidad; todo mi cuerpo se siente muy enhebrado en el quehacer conceptual Vida = Arte”. A partir de ese momento Badii inicia su derrotero artístico con enormes esculturas de piedra o bronce que no excluyen una monumentalidad intrincada reminiscente de las piezas de Henry Moore, para luego desembocar sin estridencias vanguardistas, hacia fines de los 50, en la máxima concentración de la materia con la serie de los “puntos”: pequeñas esferas o asteroides de metal, de superficie rugosa y carcomida, suspendidas en el extremo de una varilla o atravesadas por una constelación en fuga.

LO SINIESTRO Dentro de la Fundación hay un espacio en el que se ha reproducido, siguiendo las instrucciones del propio Badii, su lugar de trabajo: el “Almataller”, una suerte de gabinete de curiosidades donde se mezclan los útiles y las herramientas utilizadas por el artista durante más de treinta años, junto a vitrinas repletas de retratos en yeso, serigrafías, cosmogonías portátiles, y algunos bustos de escritores, como los de Emma de Cartosio y el poeta Raúl Gustavo Aguirre. En ese taller, y durante los primeros años de los 60, Badii comenzó a explorar esa zona que las interpretaciones freudianas denominaron “la mitad oscura del hombre”, mediante una serie diversificada de esculturas, dibujos y grabados que comparten una denominación inquietante y difusa: lo siniestro. Para Badii, “lo siniestro” es una exacerbación del instinto subyacente que nos guía hacia la destrucción, transformando civilización y barbarie en un apellido compuesto: “Donde no llega la razón ahí llega lo siniestro”, señaló una vez. Fruto de estas elucubraciones es la serie bautizada por el artista con el nombre de “Fetiches”, conformada por caprichosas figura sestilizadas, de rostros achatados y ojos huecos, en las que se contraponen puntos y planos convergentes.

LOS MUÑECOS Así describía Badii la parte más novedosa de su muestra “Libero Badii y el espacio” en el Instituto Di Tella en 1968: “La exposición se divide en tres partes: el ‘espacio interno’ en la primera sala quiere decir que las líneas y puntos se incrustan dentro de las formas madres o volúmenes; en la segunda sala ‘el espacio’ implica su representación a través de líneas y puntos que salen fuera del volumen; y la tercera sala instaura el juego de las ‘formas madres’ (muñecos de madera pintada), en el que las paredes, piso y cielo raso forman un todo de universo estético, que es mi visión de la realidad actual”. Los muñecos (enormes figuras totémicas, realizadas en madera policromada) imponían una ruptura con los oscuros fetiches escultóricos de su etapa anterior, recuperando la utilización del color de acuerdo a la tradición de las escultura de madera pintada en el arte egipcio, el barroco español, y sobre todo la escultura colonial americana. En la colección de la Fundación del Banco Francés, esta faceta de la obra de Badii esta representada con esculturas paradigmáticas como “La Reencarnación” (una superposición festiva de diez perfiles multicolores, realizada en 1978); “La Madre” (finalizada en 1979); y el “Testamento artístico” (un fascinante autorretrato fechado en 1974 que es el ritual escabroso y alborozado de un artista condenado a vivir una adolescencia eternizada).

HOMENAJES DE UN LECTOR EMPEDERNIDO A comienzos de los 80, Badii debió abandonar la escultura por problemas de salud y comenzó a pintar pequeños cuadros al óleo que registran escenas protagonizadas por seres estelares y deidades evanescentes inmersas en paisajes fantásticos, como vestigios de una exaltación cromática en las que se superponen, mediante pinceladas ínfimas y ordenadas, capas y capas de color (Badii no mezcla sus colores sino que los utiliza puros tal como emergen de los pomos). Algunos de estos óleos, por ejemplo “Los Tres Títeres” (1983) o “El Diablo” (1987), integran la Colección curada por Nelly Perazzo, así como también numerosas carpetas de dibujos entre las cuales encontramos series como “María Fux”, “Homenaje a Manuel Falla”, “Nueva York” o “Lo Siniestro” y algunas incursiones en lo autóctono, como “El tango”, “La Pampa y los Andes” y “Los Consejos del Viejo Vizcacha”. Durante décadas, Badii fue desarrollando una obra secreta, que él mismo llamó “Labor Gráfica” y que fue exhibida entera por primera vez en el Museo Nacional de Bellas Artes en 1972. Se trata de una producción abundante en la cual convergen aguafuertes, serigrafías, y “cuadernos de fin de año” (compilaciones casuales que contienen reproducciones fotográficas de sus obras y colaboraciones de sus amigos escritores), grabados y cartograbados (obras en las que los colores primarios juegan con el blanco de fondo, que se transforma en un elemento sustancial que dibuja y despega las superficies revelando el espacio interior de las formas y creando un efecto de tridimensionalidad). A eso, se suman ediciones artesanales de cuentos y poemas ilustrados por él mismo, destinados a transmitir sus entusiasmos de lector. Ilustraciones de textos de José Hernández, Macedonio Fernández, Raúl Gustavo Aguirre, o de Oliverio Girondo, entre otros, logran evadir sagazmente los lugares comunes de la ilustración voluntariosa o decorativa, y nos recuerdan aquel comentario que Plutarco atribuye a Simónides de Ceos, según el cual la pintura sería poesía muda y la poesía una imagen que habla.


“Homenaje a Macedonio Fernández”(1966),
boceto en bronce de 85 cm de altura.


“Cara Amarilla” (1972):
serigrafía de 48 x 63 cm.



Presencias irreales: “Los Siete Títeres” (1983),
óleo sobre tela, 100 x 100 cm.


Badií según Badií: “Testamento Artístico” (1978),
autorretrato de 2 metros de altura
realizado en madera policromada.