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Vale decir


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1-Aquelarre en España, cerca del final. Todos aun tenian el pelo largo, pero algunos ya debian usar gorra. 2- Sentados Rodolfo García (batería) y Hugo González Neira (teclados), parados Emilio del Guercio (bajo) y Héctor Starc (guitarra).

El cuarto es realmente pequeño. Repleto de instrumentos y con las paredes tapizadas de fotos, parece un extraño altar musical. En una pared están Los Beatles, Santana y Stevie Wonder. En otra, hay cuatro fotos de Almendra, una de Aquelarre en España y una enorme de Luis Alberto Spinetta. Ubicado en la terraza de la casa de Roberto García, ex baterista de Almendra, Aquelarre y Tantor, el cuarto también hace las veces de baulera. Pero desde hace casi dos años, su función principal es la de sala de ensayo: allí descansa la batería y todos los domingos se reúnen a tocar cuatro amigos de toda la vida: Emilio del Guercio, Hugo González Neira, Héctor Starc y el dueño de casa.

Estos últimos domingos, sin embargo, el hobby dejó la salita cercana al Cementerio de Chacarita para instalarse sobre el escenario del Teatro Presidente Alvear. Y este domingo es el último de los cuatro shows con los que Aquelarre volvió a tocar en público un largo repertorio amasado durante siete años y cuatro discos editados dos décadas atrás.

“Cuando uno planea un regreso con un grupo, comienza a ensayar en función de una fecha y un lugar planeados con anterioridad”, cuenta García, con toda la experiencia de la reunión de Almendra sobre sus espaldas. “Con Aquelarre hicimos todo al revés. Primero nos juntamos a ensayar para ver qué pasaba, y después se nos ocurrió que toda esa magia que había comenzado a recrearse en la sala de ensayo merecía compartirse desde un escenario. Si uno se pone a hacer números, fueron dos años de ensayos semanales para realizar poco más que un fin de semana de conciertos. Eso encierra toda una disciplina zen, ¿no?”, bromea el baterista, al tiempo que mira con orgullo las paredes de su buhardilla.

CANTEMOS TU NOMBRE La historia oficial de esa entelequia llamada rock nacional cuenta que luego de la separación de Almendra nacieron tres grupos: Pescado Rabioso (el grupo de Spinetta), Color Humano (el de Edelmiro Molinari) y Aquelarre (el proyecto de Rodolfo García y Emilio del Guercio). Una lectura más o menos apresurada de los tres proyectos terminaría asegurando que, si en Pescado estaba la violencia poética y en Color Humano la presencia blusera, la música elaborada pero ciudadana de Aquelarre marcaba una clara continuidad con la estética central del grupo madre.

“Con los riffs de Pescado intenté romper la ternura y el eje sensible de Almendra”, confesó Spinetta en el libro Crónica e iluminaciones, de Eduardo Berti. Hoy, Emilio del Guercio dice: “Si había algo detrás del proyecto musical de Aquelarre era demostrar lo errado que era eso que Rodolfo y yo sentíamos: que la gente creía que Almendra era Luis Alberto”. Y acto seguido, explica: “No era algo que no nos dejara dormir, pero nos molestaba porque era como subestimar nuestro trabajo. Si bien Luis era el compositor que más material aportaba, el grupo era una unidad creativa. Por eso en Aquelarre ahondamos precisamente en esa propuesta de trabajo. Los temas los podía traer yo, o cualquier otro, pero los firmábamos todos, porque eran decididamente el fruto de un laburo grupal”.

Si bien pasó un año entre la separación de Almendra y la formación de Aquelarre, para Rodolfo y Emilio la transición de un grupo al otro fue casi instantánea. “Incluso comenzamos a pensar en nuestro nuevo proyecto grupal antes del último concierto de Almendra”, confiesa García. “Queríamos armar una banda”, dice Del Guercio. Y explica: “Ahora los chicos le dicen banda a los grupos, pero para nosotros era otra cosa. Una banda era algo más grande, con más integrantes”. García agrega: “Nuestra ambición era armar un sexteto con vientos. Pero nunca pudimos encontrar a los músicos ideales. Recuerdo que íbamos a clubes de jazz buscando descubrir algún nuevo talento. Pero fue un fracaso, porque los tipos que por entonces tocaban vientos muy bien eran pocos, y estaban muy ocupados haciendo sesiones de grabación o acompañando cantantes”. Aquelarre terminó siendo un cuarteto, desde sus inicios y hasta el fin, armado con la idea concreta de fusionar diferentes estilos. “Queríamos que cada integrante viniera de una vertiende diferente, para producir una música que fuera original”, explica García. Así fue como llegaron a ser una gran banda, pero nunca la big band con la que soñaron en un comienzo.

MILAGRO DE PUEBLO Aquelarre editó cuatro discos entre su debut (el 18 de diciembre de 1971, en el cine Pueyrredón de Flores) y su disolución (el 15 de diciembre de 1977, con un concierto despedida en el Luna Park). Sin embargo, en una época en que cada vinilo tiene su reedición en CD, Candiles, su segundo disco, todavía no fue reeditado. Las claras influencias del rock sinfónico detectables desde el sonido del teclado de Neira --que en “Brumas” recuerda a Rick Wakeman, el virtuoso tecladista de Yes-- y los complejos arreglos y estructuras de los temas, muestran que la producción musical de Aquelarre está a tono con la época en la que le tocó existir. Tan a tono que tal vez por eso sea una de las menos rescatadas por la mística del rock nacional ajena al círculo de los entendidos. Es decir: los temas de Aquelarre no se tocan en las guitarreadas. No es posible hacerlo, porque son complejos. Es una música urgente y seca; “involucrada y necesaria”, según escribe Alfredo Rosso en el texto incluido en la reedición del primer disco del grupo. Aun así, dicen ellos, para Aquelarre no hay mística, sólo música. Y eso debería ser suficiente.

ARBOLES CAIDOS PARA SIEMPRE “El cambio de Almendra a Aquelarre fue duro”, recuerda García. “Nosotros terminamos un proyecto que, visto desde ahora, se puede calificar como exitoso, y al día siguiente estábamos empezando de cero: cargando baffles, buscando un teatrito y pegando afiches. Y además era otra época: había pasado la efervescencia creativa de los sesenta y se venía una época dura”. Si por algo se recuerda a Aquelarre, además de su propuesta estética, es por su presencia solidaria en todo tipo de actos de aquellos tiempos. “No solíamos estar en actos políticos, pero tocábamos seguido para la gremial de abogados, para defensores de presos políticos, e incluso estábamos muy ligados al sindicato del músico”, precisa García. “El sindicato solía ser más para los músicos de sesión, así que los rockeros estábamos ahí casi de visita. Pero por entonces se armó una lista unitaria, en la que estaba representado todo el mundo. Litto Nebbia era el secretario gremial adjunto, estaba Roque Narvaja, Miguel Pérez (de un grupo que se llamaba Miguel y Eugenio) y no sé si no me olvido de alguien más”. “Yo no tengo tanta memoria”, se disculpa Del Guercio, “pero de lo que sí me acuerdo es de una reunión en la que estábamos preocupadísimos por los sintetizadores, porque querían prohibirlos”, recuerda y se ríe. “Se mezclaba un poco todo”, concede García, “pero eran tiempos en que el contacto con lo político no pasaba sólo por ponerse una remera del Che, o ir a un acto de las Madres, como sucede hoy en día. Antes era una tarea constante. Hoy, en cambio, me parece que las cosas pasan mucho más por posar de comprometido que por comprometerse”.

Así las cosas, no deja de ser curioso que el fin de semana pasado, mientras Aquelarre daba el primer show de este flamante regreso, un grupo como La Renga (cuyos integrantes suelen definir al Che Guevara como “un chabón grosso”) llenó dos veces el estadio de Atlanta reuniendo más de cuarenta mil fans con su rock barrial y directo. De un lado la música compleja y ambiciosa de los jóvenes de un tiempo en el que el futuro estaba a la vuelta de la esquina y los tenía a ellos como protagonistas. Y del otro, el rock sencillo y regodeado en su simpleza de un grupo festejado por la tribu barrial del fin de siglo, jóvenes que no creen que haya lugar para ellos en un futuro que definitivamente no les pertenece. “Lo peor de todo es que la sensación de entonces era que la revoluciónestaba realmente a la vuelta de la esquina”, reflexiona Emilio. “Y si uno recuerda eso con cierto dolor es por lo que pasó después. Por todo lo que pasó después”.

CEREMONIAS PARA DISOLVER “Llegó un momento en que nosotros ya habíamos hecho todo lo que podía hacer en un grupo en ese entonces. Y lo habíamos hecho varias veces. Un día, en medio de un brote inflacionario, nos dimos cuenta de que hacer un ciclo en el Coliseo nos salía lo mismo que poner a la banda en Europa, y no fue difícil eligir qué camino tomar”, recuerda García.

La España que recibió a Aquelarre era la que dos meses más tarde despediría a Franco. Un momento histórico del que el grupo fue testigo, y que les supo jugar en contra cuando iban, por ejemplo, a tocar a Cataluña: luego de la muerte del Generalísimo no querían oír hablar -y menos cantar- en castellano. Aunque, en realidad, ni el rock catalán ni el madrileño cantaba en castellano por aquellos años. “Me acuerdo que Javier Martínez, que nos fue a ver una vez en Madrid, nos decía: El rock en castellano lo inventamos nosotros. Ellos no pueden cantar rock, tienen la z atravesada”, se ríe Del Guercio. Y sigue: “Nosotros pensábamos que por ser europeos tenían que ser más evolucionados que nosotros. Pero cuando llegamos allá y nos dimos cuenta que nosotros teníamos como diez años más en el lomo en cuanto a evolución del lenguaje musical, no supimos muy bien qué hacer”.

Lo que hizo Aquelarre fue seguir su carrera en España. “Lo pudimos hacer por la forma en que estaba estructurado el grupo”, calcula Del Guercio, recordando que Aquelarre funcionó siempre como una cooperativa. “No creo que otros grupos hubieran rehecho todo de cero como hicimos nosotros. Tal vez se hubiesen quedado tres meses y después se volvían. Nosotros estuvimos casi tres años”. Aunque nunca consiguieron un contrato discográfico, ni llegaron a componer un nuevo repertorio allá, durante esos años el grupo dio más de doscientos conciertos. Hasta que hicieron todo lo que podía hacer un grupo en ese entonces. Entonces decidieron regresar y separarse.

¿A que “No sabés lo que me pasó”?, cuenta Starc, recién llegado al hogar de los García. “Me encontré con tu nena abajo y le dije: ¿Cómo andás, bebé? ¿Sabés lo que me contestó? El bebé está arriba”. Devenido en comando central del regreso de Aquelarre, la casa de barrio de Rodolfo García nunca deja de ser eso: una casa de barrio en la que el padre de Juliana (de tres años) y Mora (de dos meses) se junta a tocar con “los tíos”.

Está el tío Starc, un grandote aniñado, al que es un gusto ver sobre el escenario del Alvear, tocando la guitarra en serio, contundente y contenido, sin la pirotecnia que lo caracteriza. El tío Neira es un personaje que frente a sus teclados deviene en una suerte de Keith Emerson del hemisferio sur. Del Guercio es el tío que, pese a ser bajista, no se separa de su guitarra durante toda la nota, y toca mientras habla García (el único del cuarteto que aún conserva la larga cabellera con la que solían salir en la tapa de sus discos). “La idea de volver a tocar juntos nació con la muestra 30 años de Rock Nacional”, precisa García. “Por entonces se pensaba que todos los ex grupos históricos se podían juntar a tocar sin anunciarlo, sólo por el placer. Nosotros decidimos probar, y a partir de entonces nos juntamos a ensayar todos los domingos”, dice el baterista de ese grupo que, después de dos años de ensayos, acaba de grabar un disco en vivo con los shows del Alvear y planea salir de gira por el interior del país para dejar constancia de su regreso. “Tocar no es como ser un jugador de futbol, que después de determinada edad no te queda otra que ir a jugar con los veteranos. Nosotros estamos para jugar con cualquiera”, dice García. Y Starc lo mira y le dice: “A la mañana no, porque cuando me levanto me duele un poco el cuello”.