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MAITLAND Y SAN MARTIN POR TERRAGNO
 

Durante su exilio en Londres, Rodolfo Terragno descubrió, investigando la vida de San Martín, un texto de 1800 de un estratega escocés que nunca pisó Sudamérica, titulado “Plan para capturar Buenos Aires y Chile y luego emancipar Perú”. Su investigación estaba lista para publicarse en Inglaterra en 1981, pero Terragno se abstuvo de hacerlo por la guerra de Malvinas. En esta charla con Radar cuenta por qué decidió dar a conocer Maitland & San Martín dieciséis años después, lo absurdo de sospechar que el Libertador era un agente británico, cómo combatir la versión Billiken de la historia y por qué fracasó el intento de hacer un diario con García Márquez.


Por LAURA ISOLA

“Se estableció en Mendoza, formó un ejército, cruzó con sus hombres la cordillera de los Andes, derrotó a los realistas en Chile, armó una flota, desembarcó en Lima y se adueñó del corazón del imperio español en América”. Así comienza el libro Maitland & San Martín de Rodolfo Terragno. La descripción de los hechos, como no cabe duda, pertenecen a la campaña continental de San Martín entre 1814 y 1821. Sin embargo, ya desde el título, el libro de Terragno otorga la misma relevancia al Padre de la Patria y a un militar escocés en esa épica campaña: un tal Thomas Maitland, que había concebido en Londres, a principios de 1800, un plan para arrancarle a España las colonias en Sudamérica, empezando en Buenos Aires, avanzando hacia la cordillera y enfilando después hacia el norte. La historia se vuelve, entonces, fascinante. ¿Hasta qué punto San Martín conocía el plan Maitland? ¿Cómo fue que un militar escocés que nunca estuvo en Sudamérica sabía, por ejemplo, de la importancia de establecerse en Mendoza? Dos interrogantes son suficientes para desandar el camino que para Terragno se inició hace más de quince años, cuando encontró, en el inventario de los papeles de Maitland, una referencia a 47 hojas manuscritas, sin fecha, que un funcionario del Archivo General de Escocia había registrado bajo el siguiente título: Plan para capturar Buenos Aires y Chile y luego emancipar Perú. Según Terragno, “la versión de la historia oficial es que San Martín sintió un día el llamado de la patria, como si el arcángel Gabriel se le hubiese aparecido para ordenarle que partiera a liberar medio continente. Esta especie de llamado místico es impensable. Tal vez, esté vinculado con uno de los rasgos negativos de la Argentina: la exaltación de la improvisación. Cierta preferencia por aquello que se hace sin preparación, sin esfuerzo, como si el estratega, el que ejercita y estudia tuviese menos mérito que el que tiene una ráfaga de inspiración”.

¿Su libro propone una suerte de revisionismo de la figura de San Martín?
-Durante todo el período previo a la organización nacional, la figura de San Martín no era tan fuerte. Hasta después de su muerte no era visto como un héroe. Primero, por no haber librado en la Argentina más que el combate de San Lorenzo, que fue casi una refriega. Después, por la renuncia al Ejército del Norte, por el hecho de que toda su gesta hubiese sido chileno-peruana y por su renuencia a involucrarse en asuntos internos. Años más tarde, con la organización nacional, viene la necesidad de armar el panteón de los héroes. Y entonces comienza el panegírico. Mitre “construye” una historia, que es importante, por supuesto, pero que trata de armar un paradigma del héroe. Y, en consecuencia, una figura irreal. El revisionismo procura explotar cierto apoyo circunstancial a Rosas sin revisionismo alguno de la figura de San Martín. Pero fíjese qué curioso: no hay corrientes muy diversas entre los sanmartinólogos.

O sea: no les va a gustar...
-Este libro podría pertenecer a una categoría nueva dentro de la sanmartinología, que es la línea crítica. No en el sentido de oponerse sino como categoría filosófica. Nadie pensaría que Kant condenó a la razón en su Crítica a la razón pura. Bueno, desde este punto de vista aspiro a revalorizarlo y dar otra dimensión de él. No hay que olvidarse de que era español: sólo vivió su primera infancia y a los cinco años se fue a España, donde se educó y peleó al servicio del rey. Yo tendría una mala opinión de San Martín si me dijeran que no estudió nada mientras peleaba junto con los ingleses contra Napoleón y en los cuatro meses que estuvo en Londres. Sobre todo, porque sabemos que los ingleses habían vivido queriendo arrebatarle las colonias a España. Lo cierto es que San Martín se puso en contacto con todos los sudamericanos que estaban en contacto con el gobierno británico.

¿Cómo comenzó la investigación?
-En mi propio exilio empecé a pensar en el exilio de San Martín y en la fantástica historia argentina, que está plagada de héroes que murieron lejos, o de héroes que “se hicieron” lejos de la patria. Será que, en la desventura personal, uno trata de consolarse y pensar que uno mismo podría llegar a ser un héroe. El exilio, aunque es un privilegio respecto de los que no pueden exiliarse, es duro y uno busca compensaciones. Basta citar la frase dramática de Bolívar: “De estas tierras lo único que uno puede hacer es emigrar”. Comencé a armar una cronología de San Martín en Inglaterra y Escocia, buceando todos sus contactos. A partir de esto realicé una investigación aleatoria y me fui a Escocia a buscar los archivos de los militares que habían peleado en la península con San Martín.

Pero Maitland no había estado ni en España ni en Sudamérica...
-Así, la verdad es que no sé por qué me interesó revisar la carpeta. Pero en cuanto encontré, en el inventario de los papeles del general escocés, la frase “Plan para liberar Buenos Aires, Chile y luego emancipar Perú”, sentí una gran excitación: capturar Buenos Aires, cruzar la cordillera... era impresionante. Así que pedí autorización para revisar esos papeles, que estaban en el archivo del castillo de la familia, y así hallé el borrador. Tuve que traducirlo con todas las dificultades de la jerga militar de principios de siglo. Fue como encontrar una mini Piedra de Rosetta. Era imposible que esto no fuera conocido por San Martín.

¿Qué pasó con la primera versión, que terminó en 1981?
-Estaba lista para aparecer en Inglaterra a mediados de 1982 y no se publicó por decisión mía. La guerra de Malvinas cambió todo el escenario: un libro que apenas sugiriese ayuda o inspiración de Gran Bretaña a San Martín iba a ser usado como propaganda. En realidad, el diario The Observer de Londres publicó que en el Instituto de Historia Latinoamericana existía esta investigación y le daba la interpretación que yo quería evitar. También publicaron mi respuesta en contra de la versión de San Martín como agente británico.

¿Por qué se hace esa lectura?
-Por el gran desconocimiento de la historia, de lo que era Europa a comienzos del siglo XIX, de la invasión napoleónica, del significado que tenía Inglaterra para España. En general, cuando se discute historia en la Argentina, la gente se imagina que las cosas eran como hoy. No pueden imaginar las diferencias entre la España de hoy y la España reducida a Cádiz, ocupada y con una guerra civil latente. Tampoco se les da la dimensión a estos territorios, a los realistas. Pensar que San Martín era un agente inglés es no entender el proceso político.

Se pasa de la historia del Billiken a la versión del agente inglés.
-Es así, si uno sólo ha leído el catecismo, le resulta muy difícil comprender la Summa Teológica. Cualquier esfuerzo por entender la historia universal, con sus complejas relaciones de poder, tiende a ser simplificado.

¿Qué transformación sufrió su interpretación desde 1981 hasta hoy?
-Un proceso errático. Publiqué, en 1985, una versión resumida en Todo es historia. Iba una vez por año a Inglaterra para buscar y copiar. Mantuve correspondencia y pedía cosas. Me ayudó mi hijo, que vivía en Londres y actuaba como un corresponsal aficionado, ya que estaba estudiando para ser barman. De hecho, ahora está trabajando en Buenos Aires en un bar irlandés.

¿La primera versión incluía la historia de Maitland?
-No, y tuve dudas de incluirla en ésta. La recomendación inicial propone al lector que se la puede saltear. Es como los suplementos de los diarios: uno los puede separar y prescindir de ellos. De esa misma manera se puede separar el “suplemento Maitland” y leer el cuerpo del libro. Pero claro, la historia de Maitland hace más comprensible la época. Todo el libro es un libro muy minucioso con la bibliografía, con los nombres y los problemas de grafías por las traducciones de los textos antiguos.

¿Por qué lo publica en 1998?
-Lo que me permitió terminarlo fue la insistencia de ciertos amigos. Julio Villar, por un lado, y Mario Cámpora, por otro. Cámpora había leído el artículo en Todo es historia y me insistió mucho, tanto que me pareció ofensivo negarme. A veces uno necesita plazos para hacer las cosas y en determinado momento yo me comprometí a hacerlo. Dediqué sábados y domingos enteros al libro. La computadora es una bendición. Yo no sé escribir; sé reescribir: tengo una sensación de insatisfacción permanente. Y obsesiones inútiles a la hora de corregir.

¿Por qué lo publicó en una editorial universitaria?
-Podría haberlo publicado en otro sello si hubiese partido de mí la iniciativa de presentarlo. Desde luego tengo amigos editores a quienes les hubiese interesado. Pero me parecía importante que fuera editado por una universidad nacional, como la de Quilmes, y no en un sello comercial.

¿El libro tiene alguna relación con su tarea política actual?
-No, a tal punto que no invité a políticos a la presentación porque me parece que esto no tiene que ver con la política. Excepto por la frase que dice que la historia es la política del pasado y la política es la historia del presente.

Su libro Argentina siglo 21 fue leído en su momento como un texto de futurología. ¿Cuáles proyecciones se cumplieron y cuáles no?
-Bueno, no diría futurología, que me parece un ejercicio ocioso. Borges decía que lo único que existe es el presente porque el pasado existe en la memoria y el futuro en la imaginación. Con respecto a las proyecciones de Argentina siglo 21, vamos un poco lento: la velocidad que yo imaginaba no se ha dado. La estabilidad y la privatización formaban parte de un capítulo que se llama “Los puntos de partida”. No era un modelo.

¿Qué filiación tiene Maitland & San Martín con sus otros libros?
-La afición por el planeamiento y por la idea de anticipación. Si se lo ve a la distancia, escribir en 1985 sobre la Argentina del siglo que viene tiene bastante que ver con el afán de explicar por qué San Martín no fue un improvisado o un iluminado. El libro quiere explicar la diferencia entre el papel y la realidad: hay una exaltación de San Martín y una reivindicación de Maitland en su actitud de imaginar y planear.

El subtítulo del libro (“De alianzas y hazañas”) puede resultar sugestivo...
-Te voy a contar un secreto: cuando escribí eso, lo hice sin pensar en la Alianza. A tal punto que en las primeras versiones decía: “El propio San Martín había aprendido en España que las alianzas son necesidades transitorias”. No decía “militares”, como dice ahora. En la última revisión yo lo agregué para evitar malas interpretaciones.

¿En algún momento contempló hacer una novela histórica?
-No, tengo una aversión a la mezcla de disciplinas. Me produce un gran rechazo la novela histórica. Podrán criticarme la adicción a los encasillamientos, o considerarme esquemático pero rechazo la mezcla de la historia con la política o de la historia con la ficción. Me gustan las formas puras. Por ejemplo, a mí me atrae mucho más Lugar común la muerte de Tomás Eloy Martínez que Santa Evita, porque siento que en el primero está Tomás: su creatividad, su mundo y sus obsesiones. En Santa Evita hay una coautoría: necesita compartir ideas, criterios hasta el lenguaje con el personaje que procura recrear. Puede ser una limitación, pero es así.

¿Por qué fracasó aquel proyecto de hacer un diario con García Márquez?
-Cuando él iba a cobrar el Premio Nobel me llamó a Inglaterra para decirme que quería hacer un diario con ese dinero. Se iba a llamar El Otro, un nombre muy borgeano. Luego de un año de tratativas y reuniones, García Márquez me pidió que fuese a Bogotá a dirigirlo pero yo me volvía a la Argentina con el propósito de hacer política. En ese momento, él me dijo: “Tú nunca vas a hacer política; eso lo decimos para engañarnos a nosotros mismos”. Poco después, en una conferencia de prensa, dijo que el diario no se hacía porque yo no lo iba a dirigir. Yo dije que eso era una excusa de García Márquez porque no era necesario que yo lo dirigiera. Y él contestó que tenía tantas razones para no hacer el diario que no necesitaba excusas. Creo que los dos sabíamos que no lo íbamos a hacer.

¿Cómo iba a ser el diario?
-Queríamos un diario prediagramado, que era una idea muy extraña. Habíamos elegido un diseño a lo Mondrian, puros rectángulos y cuadrados, y las notas debían adaptarse al diseño. El paraíso de los diseñadores gráficos... Y el infierno de los periodistas, que decían que no se podía escribir así. Había otras reglas: oraciones cortas de sujeto, verbo y predicado. Palabras cortas para poder deslizarse por las frases. A muchos les parecía muy pedestre. Habíamos prohibido el uso de los adverbios terminados en “mente”, porque decir “realmente”, o “básicamente”, no agrega nada. Muchas veces esconden ignorancia.

Sería interesante buscar en los libros de uno y otro, a ver si los usan.
-Al menos en El amor en los tiempos del cólera no van a encontrar ninguno. Y en Argentina siglo 21, tampoco. Fue un ejercicio que nos propusimos: ninguno de los dos usó adverbios terminados en “mente”.

¿Maitland & San Martín forma parte de un proyecto mayor?
-Quiero hacer el diario de San Martín en Londres en 1824. Y otro proyecto que tengo es publicar el material que he ido acopiando de los actores de la vida política, en todos estos años que me tocó actuar. Se sabe que los políticos no son muy útiles para los historiadores porque la política es eminentemente oral. La idea no es hacer unas memorias: será una visión histórica a partir de 1987. Al volver del exilio, tuve la sensación de vivir un período fundacional. Es un neologismo, ya sé, pero éste sí me parece válido. En 1987 la Argentina sentía que se refundaba: una nueva república, nueva constitución, nueva capital. Se sentía en el aire la oportunidad de hacer algo nuevo. Aunque sabía que era perecedero y que no podía durar, yo lo disfruté.

¿Y cuál sería la palabra que signa a esta Argentina?
-Argentina es discepoliana y escéptica. Yo opino mal de Discépolo, opinión que no me granjea simpatías. Alguien que dice: “el mundo fue y será una porquería...”, o “el que no llora no mama”, supuestamente está haciendo una crítica a la sociedad, pero no está expresando su sentimiento: está ironizando. Esta es la interpretación corriente acerca de Discépolo. En cambio, yo creo que contribuye a crear esa sensación liberadora: quienes están en la frontera del bien y del mal necesitan creer que todo es así. Algunos creerán que es exagerado. Pero “Cambalache” no es sólo una letra de tango, es toda una concepción. Yo tengo muchas sospechas sobre el escepticismo generalizado: si dicen “todo el mundo es asesino”, están pensando en matar. O cuando dicen que todos los taxistas son ladrones, manifiestan un racismo interior. Y Discépolo es la consumación de todo esto.