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Vale decir


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Es extraño imaginar al videoclip sin la compañía de la televisión por cable, del zapping y -perdón por los lugares comunes- del fin de siglo/milenio y la posmodernidad. Esta dificultad radica en que el clip es el formato audiovisual que mejor funciona como metáfora de una civilización en que la variedad se ha convertido en un supervalor que no alcanza a disimular el caos resultante. Por otra parte, la sórdida relación y los imprecisos límites entre el rock y el pop, entre la contracultura y el mercado, encuentran en el videoclip el campo de batalla para otro round, llegándose a producir situaciones realmente curiosas. El mejor ejemplo es, quizá, la visita del grupo irlandés U2 a nuestro país este año: saludada por la crítica como evento imperdible, dio la posibilidad a miles de argentinos de concurrir a un recital en un estadio de fútbol que era simultáneamente un videoclip de proporciones gigantescas, en tecnología, costo, tamaño y duración. Son demasiadas las cosas que se pueden ver en un videoclip, y esto no depende únicamente de la velocidad en la edición o el bombardeo de sobreinformación, sino también de los puntos de vista.

LOS PUNTOS DE VISTA Para el telespectador, que tiene en la pantalla de su televisor una ventana al mundo, el videoclip es una prueba de que allá afuera, adentro de las cabezas de otras personas, están pasando cosas raras. Para el músico o grupo musical, que necesita darse a conocer ante su potencial audiencia, el videoclip es tanto vehículo de promoción como de realización de sus ideas e ideales estéticos en el campo de la imagen. Para las compañías discográficas, el videoclip es El Formato Publicitario, el método que mejor debería estimular al consumidor para que éste adquiera sus productos en las bocas de venta correspondientes. Para los estudiantes de cine, el videoclip es una buena forma de ir entrenándose en el manejo de equipos, de experimentar consigo mismos y con los demás y de sumar trabajos prácticos destinados a convertirse en carta de presentación, a la hora de golpear las puertas que le permitan acceder al mercado laboral. Para los profesionales de la imagen que ganan su dinero en trabajos vinculados con la publicidad o la televisión, el videoclip les da una recuperada libertad de expresión y experimentación, y el contacto con un campo artístico que no es el de la imagen pero que la involucra: el de la música. Son estos dos últimos puntos de vista los que explican la oblicua relación que existe entre el videoclip argentino y el cine argentino. Tal vez queden estudiantes de cine que sueñen con filmar una de esas películas que aspiran a cambiar el mundo; lo que es seguro es que la mayoría aspira a trabajar en algo relacionado con la manipulación de la imagen, sea en publicidad o en televisión. Y, si bien en el primer mundo el videoclip es un terreno de experimentación de nuevas tecnologías (sobre todo en posproducción y efectos especiales, con directores como Michael Gondry, Marcus Nispel y Spike Jonze que cuentan con presupuestos millonarios para videos de artistas que, como Beck, Madonna o The Rolling Stones, venden millones de discos) aquí la realidad es otra. La ecuación “tiempo es dinero” no encuentra el mejor dividendo en la realización de videoclips, y entonces el que un director argentino se concentre únicamente en este terreno parece un sinsentido (más allá del grado de fascinación que pueda llegar a tener con el formato). El camino lógico es que tarde o temprano abandonen ese espacio que puede considerarse como el semillero del cine argentino, para dedicarse a dirigir comerciales o programas de televisión. Y, con un poco de suerte, llegar alguna vez a filmar largometrajes.

SEÑALES CAPITALES Si bien MTV y MuchMusic no son los únicos canales de cable que pasan videos, son los que simbolizan y proponen algo más que simple promoción. MTV llega desde la ciudad que aspira a ser considerada como Capital Cultural Latina: Miami, península de Florida. MuchMusic es la versión argentina de una cadena de videos canadiense, y se emite desde el barrio de San Telmo, en la ciudad de Buenos Aires. En los dos casos se pasan videos (la mayor parte de valor artístico nulo) anunciados por presentadores e intercalados por separadores. Hay una serie de diferencias: la imagen de MuchMusic es de inferior calidad visual a la de MTV (emparejando videos caros y baratos), y sus conductores parecen protagonizar una serie cuyas mejores escenas son invisibles para el espectador: como si sucedieran mientras se emiten los videos. En MTV hay mucho más dinero para producción y mucho más profesionalismo; también: entre los presentadores hay diferentes acentos latinos que tal vez no saben qué decir pero sí cómo decirlo, funcionando como elementos visuales más que como seres pensantes. El mejor ejemplo de todos es Ruth Infarinato, a la que se puede considerar con la encarnación catódica de la MTV Latina.

Con sus diferencias, tanto MTV como MuchMusic, comunican algo. Y aunque la cultura del videoclip no parece darle demasiada importancia a la memoria, no viene mal recordar que hace tres años MTV hizo un par de promociones contra los libros, diciendo cosas como que “cada 100 libros le roban un árbol al planeta” y que “en sus páginas se encontró el conocimiento que permitió la proliferación nuclear”. Era una de esas ironías polémicas en las que no se sabe bien de qué lado está la ironía.

La alusión inicial de esta nota (la relación entre videoclips, televisión por cable, zapping, fin de siglo/milenio y posmodernidad) adquiere pertinencia, a la luz de que cada vez más personas parecen aspirar a convertir sus vidas en un videoclip ya editado. Y que, realidad incuestionable, cada día que pasa estamos más cerca del fin del mundo (o, por lo menos, del fin de nuestra vida). Mientras tanto, en algún lugar de la ciudad, alguien prefiere olvidarlo (o estimularlo) filmando o editando un nuevo videoclip.