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CON UNA
AYUDITA DE
MIS AMIGOS

Lo bueno de los álbumes de Ringo Starr es que no molestan a nadie. Con excepción del primero, claro. Sentimental Journey (grabado en1970 y con los Beatles todavía en activo) es una colección de oldies de naturaleza variable donde la versión de “Bye Bye Blackbird” puede mover a la carcajada o a las lágrimas, dependiendo del humor o del grado de intoxicación del oyente. Hoy, no deja de ser una curiosidad más o menos perversa. Las cosas mejoran notablemente con el justamente legendario Ringo (1973) y, a la vez, se fundamenta una idea interesante: los álbumes del baterista son el sitio perfecto donde John, Paul y George pueden encontrarse y pactar una tregua. Ringo incluye varios de los hits de Starr (en especial “Photograph”, compuesta junto a Harrison y “I’m the Greatest”, compuesto-a-la-medida por Lennon), logrados covers como “You’re Sixteen (You’re Beautiful and You’re Mine)” y -en la reedición en CD- la mejor canción del baterista en solitario digna de figurar a la altura de cualquier himno beatle: “It Don`t Come Easy”.

La resurrección llega con el magnífico Time Takes Time de 1992. Producido por Don Was, Jeff Lynne, Peter Asher y Phil Ramone, se presenta como lo mejor de Ringo en décadas y ofrece joyas como la retro-beatle “I Don`t Believe You” y la maravillosa “Weight of the World”, perfecta joya pop y todo lo que un single debe ser. El recién aparecido Vertical Man mantiene la antorcha encendida con la auspiciosa novedad de Ringo involucrado en la autoría de todos los temas (con la excepción de los clásicos “Drift Away” y “Love Me Do”), acompañado por una nueva manada de amigos ayudadores entre los que se cuentan Paul McCartney, George Harrison, Alanis Morrisette, Steven Tyler (de Aerosmith), Daniel Lanois, Joe Walsh (de los Eagles), Ozzy Osbourne, Scott Weiland (de los Stone Temple Pilots), Tom Petty, Nils Lofgren, Barbara Bach y arreglos de cuerdas de George Martin. Nada nuevo y qué bueno que así sea. El título alude, según Ringo, a la necesaria celebración del hombre común. “Estaba hojeando uno de esos diccionarios de citas y me encontré con una de Auden que me encantó. Escuchemos ahora al hombre vertical, porque demasiado se elogia al hombre horizontal. Me encanta esa idea. A lo largo de mi carrera he tocado junto a muchos músicos que parecían estar condenados a la horizontalidad más definitiva y, sin embargo, pudieron sobrevivir y ponerse de pie.” Cuando se le pregunta sobre los problemas de adicción de Scott Weiland, Starr -quien pasó por varias clínicas para alcohólicos y adictos unos diez años atrás- explica: “Estaba vertical cuando grabamos mi disco; ya no está vertical, me dicen... El problema es que en el negocio de la música no está del todo mal visto que uno beba y se drogue y no duerma. Es parte del trabajo. Pero, ya saben, nunca tenemos que olvidar que la profesión con la mayor tasa de suicidios es la de dentista”.

Alguien, en una película -no recuerdo cuál- se desmaya, recupera el conocimiento y, para comprobar si está en pleno uso de sus facultades mentales, le preguntan cuántos eran los Beatles. El caído responde con las palabras justas: “Los Beatles eran tres tipos y Ringo Starr”.

Alguien -un psicoanalista- me contó que, para que su primera entrevista con un paciente rindiera sus frutos, no dudaba a la hora del interrogante iniciático. “¿Cuál es su beatle favorito?”, inquiría siempre. La respuesta funcionaba a la hora de revelar los principios de una luz o de una oscuridad: John, el contestatario; Paul, el muchacho agradable y sensible; George, el místico; y Ringo, el afable payaso. Claro que las cosas no son tan simples porque Ringo no es simplemente eso. Se sabe que hay otros Ringos pero están en éste.

INFANCIA Esto es verdad: la madre de Ringo Starr nunca le perdonó a su hijo “haber sido el causante de la Segunda Guerra Mundial”. Nació y las bombas de Hitler cayeron sobre Inglaterra. La madre se lo dijo una y otra vez a lo largo de una infancia pobre y atribulada: “La culpa es tuya, Richard”. Y Richard -quien no demoró en convertirse en Ringo- se convirtió en un niño enfermizo y frágil, dueño de una mirada melancólica que no lo abandonaría nunca, pero con un envidiable y perfecto sentido del ritmo. La percusión de las explosiones en el cuerpo, bien adentro, hasta la médula. Ringo estuvo a punto de morir tres veces. Peritonitis, perforación de apéndice y ustedes mencionen la enfermedad, el pequeño Richard la conoce.

Pero, se sabe, Ringo es un tipo con suerte.

ESTILO El sonido de un latido perfecto y sin defectos. El modo en que el palillo golpea el parche: ahí está el asunto y la clave y el secreto de lo aparentemente sencillo pero no. Albert Goldman -en su destructiva biografía The Lives of John Lennon- explica que un baterista norteamericano “aprende desde el vamos a hacer que el palillo golpee el parche, rebote como una pelota y provoque ese sonido característico del swing o del rock. Un baterista como Ringo Starr, en cambio, hace que el palillo caiga con la fuerza y la pesadez de cemento -¡clunk!-, la sensación de haber dicho la última palabra sobre todo el asunto. De ahí, de esa actitud, nace el sonido característico del Mersey Beat”. Todo esto, claro, poco y nada le importaba a Ringo Starr. Porque a Ringo Starr -quien ya había decidido que su canción favorita era “Little Drummer Boy” y al que nunca le iban a gustar las guitarras- le importaban otras cosas: mantenerse vivo, por ejemplo.

SUPERVIVENCIA Mantenerse vivo hasta que suene el teléfono. A Ringo Starr -se sabe- lo llamaron para que ocupara el sitio de Pete Best. Lo llamaron los Beatles, quienes ya lo habían conocido en las noches insomnes y anfetamínicas de Hamburgo. Ringo dice que sí, por qué no, dale. La buena suerte de Starr -Ying y Yang- se convierte en la mala suerte de Best. Aun así, momento difícil: Ringo llega a los estudios y George Martin ya había contratado a un sesionista para grabar la fundacional “Love Me Do”. Ringo no toca en el single pero toca en el álbum. Martin no deja de pedirle perdón una y otra vez hasta el día de hoy, y Starr no deja de decirle que lo va a pensar, que no está seguro de que merezca perdón.

Es la primera de una serie de injusticias y paranoias del baterista. Para la gira de 1964 por Holanda y Hong Kong fue suplantado debido a una afección de garganta. En los dos films que lo consagran como actor natural, Ringo aparece como el beatle solitario e incomprendido. Sus actuaciones en A Hard Day’s Night y Help! despiertan la admiración de la crítica, que lo compara con Charlie Chaplin sin darse cuenta de que Ringo está haciendo de Ringo frente a una cámara. Eso es todo. En medio de la fiebre Maharishi lo obligan a viajar a la India y Ringo aguanta poco: “La comida era pésima y me volví cuando se me acabaron las latas de cornedbeef”. Ringo es el primero en sufrir delirios persecutorios e imaginar a francotiradores en las cornisas. Ringo se esconde detrás de los platillos; de ahí el motivo para mover tanto su cabeza mientras toca. Blanco móvil, explica. Ringo se aburre en las cada vez más complejas sesiones de grabación de los Beatles. “Durante Sgt. Pepper’s me creció la barba... podía sentir cómo me crecía milímetro a milímetro.” Ringo es el primero en dejar la banda y el primero en volver convencido por sus compañeros. “No me sentía querido ni particularmente útil”, se justificó. Ringo cantaba poco y componía menos pero no importa, ahí está su voz que jerarquiza “With a Help from my Friends”, sus redobles en “A Day in the Life”, su único y definitivo solo de batería en “The End”, su invención del punk a lo largo y ancho de John Lennon Plastic Ono Band. Y la certeza -a pesar de tanta pelea, y de tanto amor que, al final, el dinero no pudo comprar- de los otros tres tipos: “Ringo es el mejor baterista del mundo”, dijeron hasta el final y seguirán diciéndolo todas las veces que sea necesario.

FRANQUEZA A la hora de hacer historia, Ringo es el mejor. Basta ver cualquiera de los tramos del documental Anthology. Donde la ironía ectoplasmática de Lennon suena infantil, el laconismo de Harrison parece falso y la “gracia” de McCartney nada graciosa, Ringo hace gala de un minimalismo ácido y sensible al mismo tiempo. Así, cuando McCartney y Harrison niegan o evaden la cuestión de si fumaron o no marihuana antes de recibir sus condecoraciones de mano de la Reina, Ringo -hundido en un sillón- escupe con gracia de Mitchum: “Estaba tan dado vuelta que, la verdad, no me acuerdo de nada”.

Cuando se repasa la furia religiosa anti-beatle por las declaraciones de Lennon afirmando que los Beatles eran más grandes que Cristo, McCartney y Harrison -sobre imágenes en blanco y negro de jóvenes norteamericanos quemando los álbumes del cuarteto- ensayan una disculpa sociológica y en perspectiva. Ringo: “Me pareció genial que quemaran nuestros discos porque después tuvieron que salir a comprarlos de nuevo”. O su idea del gran final que necesitaba el film Let It Be: con todos los Beatles presos por fomentar el desorden en la vía pública tocando desde un tejado. “La policía siempre me decepcionó pero sobre todo ese día... Nada me hubiera gustado más que me llevaran de los pelos a la cárcel. Hubiera sido un gran final.” Y, a la hora de las definiciones que verdaderamente importan, cuando se trata de dirimir los bordes del Alfa y del Omega: “Los otros estaban tan excitados con eso de las chicas persiguiéndonos por todas partes y la beatlemanía... Pero yo ya me había dado cuenta antes. Yo venía de un hogar y de una familia más pobres que Paul, John y George. Y una tarde, cuando fui a tomar el té a lo de mi tía, mi sobrinito me empujó el brazo y volcó un poco de té sobre el platito y mi tía hizo un escándalo. Tenían que traerme un plato seco ya mismo. Cuando escuché eso pensé: las cosas están cambiando en serio”.

GRAND FINALE En The End: la voz de John y el desdén de quien le resta importancia al asunto. George diciendo algo en cuanto a que los Beatles ofrecieron sus sistemas nerviosos y que ya era suficiente. Paul sonriendo un “me agrada que nuestras canciones hayan sido casi siempre positivas”. Ringo, en cambio, mira a cámara y dice: “Todo se reduce a cuatro tipos que se amaron como nunca se amaron cuatro tipos”. Y suspira. Y agrega: “Fue algo increíble”. Y se lo nota tan triste como sólo un verdadero tipo con suerte puede estarlo. La buena fortuna es, seguro, una de las formas más tiránicas de la responsabilidad y el compromiso. Y Ringo lo sabe mejor que nadie. Debe ser muy duro saber que, si Mark David Chapman se propusiera vaciar su revólver sobre uno, bueno, seguro que va a errar todos los disparos.