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A primera vista, Los secretos de Harry añade un nuevo eslabón al mito autobiográfico que alimenta la obra de Woody Allen. En principio porque, una vez más, el Rey de la Comedia vuelve a encarnar con su cara, su cuerpo y su currículum anfibio (a la vez artístico y público) el papel absolutamente protagónico de un film propio. La decisión parece banal pero siempre es significativa, y acaso sea la fuente primera de todos los malentendidos autorreferenciales en los que el cine de Allen —sufriéndolos pero también vampirizándolos— flota desde Annie Hall (1977), cuando archivó los trucos fáciles de la parodia y descubrió al mismo tiempo la dimensión del documental y los encantos del narcisismo.

¿QUIEN ES HARRY? Es cierto que Allen es Harry Block, el escritor bloqueado que desciende a los infiernos para redimirse en una escatología artística, pero el mismo Allen ha confesado que se adueñó del papel a regañadientes, después de que naufragara el ecléctico abanico de actores que había imaginado para interpretarlo. De Niro y Dustin Hoffman estaban filmando, Albert Brooks se juzgó demasiado joven para el personaje y Elliot Gould, su última chance, prefirió seguir trabajando en teatro. Dos semanas antes del rodaje, Allen recurrió al solipsismo como a una salvación fatal. Sólo que la fatalidad ya estaba escrita de antemano: el mismo Allen la había programado al escribir el guión de Los secretos de Harry. Como Allen, Block es un artista, un fundamentalista neoyorquino, un profesional de la neurosis, un psicodependiente, un coleccionista de ex mujeres, un adicto a la máquina de escribir, a las camisas escocesas y a los pantalones de corderoy. Hasta ahí, este nuevo avatar de los protagonistas-en-crisis allenianos no hace más que llover sobre mojado: the good old Woodie. Pero si Los secretos de Harry no es simplemente más de lo mismo, es porque Allen arremete de lleno, acaso por primera vez, con el lado oscuro de su propio mito. El Allen-Jeckyll sigue propalando sus suaves y consensuadas idiosincrasias, sólo que hay un monstruo nuevo que las deforma: un Allen-Hyde oscuro, políticamente incorrecto, que en el prontuario vicioso de Harry Block (exceso, inescrupulosidad, manipulación y tortuosidad sexual, compulsión a la ilegalidad) amalgama las múltiples aristas enfermizas que vienen ensombreciendo la figura pública de Allen desde 1992, cuando el melodrama edípico que protagonizó con Mia Farrow y Soon-Yi cobró estado mediático, escandalizó los standards mundiales de sensibilidad familiar y arrojó serias dudas sobre las ventajas de la adopción como política de caridad hollywoodense.

YO, EL PEOR DE TODOS Mientras compaginaba Los secretos de Harry (que alguna vez se llamó El Peor Hombre del Mundo), Allen declaró que con él iría directamente al corazón del asunto: "El film trata sobre un tipo desagradable, superficial y obsesionado por el sexo. Estoy seguro de que todos pensarán que soy yo". Así, lejos de sacrificar el marketing autobiográfico, el estratega Allen parecía dispuesto a infligirle una vuelta de tuerca inesperada: retomar el imaginario dark destilado por el affaire Soon-Yi y la batalla jurídico-mediática, hacerlo suyo y devolverlo a la esfera pública (mientras sigue rumiando la idea de hacer un film sobre el escándalo) en 96 minutos de rabioso celuloide. Woody Allen presenta batalla. Y la primera ofensiva de su plan de operaciones es Los secretos de Harry: un film cómico pero beligerante, paranoico y agresivo, cuyos diálogos (llenos de sonido, de gags y de furia) chisporrotean como disparos cruzados en el frente o como alegatos en una corte judicial. Los secretos de Harry es la versión Woody Allen de El proceso de Kafka. O, en otras palabras, un film que dialoga sutilmente con el espectro de Philip Roth, ese Kafka neoyorquino y sexopático que Allen conjura aquí en la figura del actor Richard Benjamin. Protagonista de El lamento de Portnoy (un clásico Roth de la pantalla), Benjamin hace de Ken, uno de los tantos alter egos de Block en sus ficciones: un escritor brillante y casado que, en medio de una reunión familiar, acuciado por el deseo que le inspira su cuñada, se hace chupar la pija por ella frente a su abuela ciega, que confunde sus gemidos con una reivindicación algo exagerada del sabor de las cebollas.

ALCOHOL, FARMACOS Y PUTAS Pero el que sufre el castigo no es Ken sino Block. Nunca un personaje encarnado por Allen fue tan hostilizado por sus compañeros de ficción como Harry Block, y nunca hubo otro que hiciera tanto para merecerlo. Block no comulga con las buenas costumbres: bebe demasiado, es adicto a los fármacos y a las prostitutas ("siempre tengo caja chica para putas"), orilla con jovialidad el antisemitismo, deletrea "matrimonio" como "adulterio", fornica con las pacientes de su esposa psicoanalista y viola el régimen de visitas que le impuso la ley secuestrando a su propio hijo a la salida del colegio. Como en una remake delirante del A puertas cerradas sartreano, Harry Block es el blanco sistemático de la moral ajena: el infierno, en Los secretos de Harry, son los otros. Pero esas repudiables debilidades son apenas aberraciones de bolsillo comparadas con la que late en el corazón mismo del film: Block usa la vida (y la moral) de los otros para fabricar la literatura que le da prestigio y dinero. Esa es la verdadera imputación jurídica que lo acorrala, y tal vez el twist más interesante con el que Allen pervierte, poniéndola en abismo, la ilusión autobiográfica de la que su obra no consigue despegarse.

Extraordinariamente fluida, escrita con una precisión demoníaca y a la vez despreocupada, Los secretos de Harry explora la vieja tradición de las "ficciones de artista", que de Pirandello a El estado de las cosas (Wenders), pasando por 8 y 1/2 (Fellini) y Providence (Resnais), se obstina en desnudar las bambalinas de la producción artística, ese backstage privado donde escritores, cineastas, músicos o pintores lidian todos los días con la accidentada experiencia de la "creación". Sorprendiendo a Harry Block en un intervalo de esterilidad productiva, Allen describe esa fastidiosa incertidumbre temporal en la que vive un escritor: acosado por los efectos de su obra anterior (la divulgación estilizada de los secretos propios y ajenos), insatisfecho con la que está escribiendo (el relato de un hombre cuya mujer, como la de Block, es raptada por Satanás), sediento —aunque él mismo no lo sepa— de la obra que escribirá: la historia de "un hombre que no puede funcionar en la vida y sólo puede funcionar en el arte", cuyas primeras líneas felices cierran la película. A lo largo del film, Allen rastrea los desperfectos vitales de Block, el acoso feroz a que lo someten sus ex mujeres y sus parientes, pero intercala ese reguero de violencias "actuales" con las pruebas virtuales de su infamia: flashbacks, escenas extraídas de sus libros, borradores de su trabajo en curso, cruces entre la realidad y la ficción, etc. (De ahí la forma patchwork —prismática y versátil— que adopta el film, una modalidad que el cine de Allen no visitaba desde hacía tiempo, y que de algún modo vuelve a ligarlo al registro de sketches de su época paródica.)

LA LECCION DEL MAESTRO Sin embargo, a medida que el mundo le enrostra la ignominia de su propia literatura, Harry, lejos de replegarse, se hunde cada vez más en ella, como si la única forma de escapar a esa sobredosis de realidad fuera entregarse a una sobredosis de ficción. La realidad es un gran tribunal; los otros, un ejército de fiscales; las obras de Harry, las evidencias que el proceso trae a colación para condenarlo. Pero Harry no miente: es, ha sido y será un escritor norteamericano: un escritor sincero. Es cierto que sus obras cubren de escarnio a los que las inspiran, pero de todas sus víctimas él es la primera, ya que sus alter egos de ficción son tan nauseabundos como él en la vida. Así, Harry jamás contesta los cargos morales que le imputan con argumentaciones morales. No tiene nada que decir, ninguna verdad perdida que restaurar. Su único bien —su lenguaje, su arma y, naturalmente, su única moral— es su arte. Y lo único que tiene para alegar son las leyes de transformación de la vida (mezclas, desplazamientos, híbridos) con las que opera su arte. Los secretos de Harry es la puesta en escena de ese diálogo imposible entre el deber ser moral y la ética del artista.

Acosado por sus perseguidores, Harry podría retroceder, desdecirse o conciliar. Allen, en cambio, lo empuja a ir más a fondo, en una desesperada fuga hacia adelante. Como en Seis personajes en busca de un autor, el escritor bloqueado termina hablando con las únicas criaturas que no sostienen un discurso moral: sus personajes. Es el gran momento "mágico" del film: Harry parece sentirse en casa por primera vez, y Allen, que usa buena parte de Los secretos de Harry para revisitar su filmografía, retoma aquí el encanto naïf con que había deslumbrado en Alice. "Ey, no pienso quedarme quieto mientras mi propia criatura me sermonea", le dice Harry a Ken. Y Ken, su personaje, contesta: "A mí no podés engañarme. Yo no soy como tu psicoanalista. El sólo sabe lo que vos le contás. Yo sé la verdad". Allen —buen lector de Freud— retira la verdad del imaginario moral y la encierra entre los pliegues de la ficción.

Esa es la lección de Los secretos de Harry, acaso el film más militante que haya hecho Woody Allen en 27 años de carrera: la batalla moral (jurídica y mediática) siempre está perdida de antemano; en el ojo del huracán, el artista sólo puede hacer una cosa: no ceder en su arte, que es su deseo. No hay redención moral para Harry Block, que al final del film, después de acumular una estrepitosa colección de fracasos, sigue siendo tan canalla como al principio. Lo que encuentra, en cambio, es una salvación: la música tentadora de un libro que ha empezado a nacer.


MEL (ROBIN WILLIAMS),
EL HOMBRE FUERA DE FOCO
Y SU MUJER GRACE (JULIE KAVNER) .



JOAN (KIRSTIE ALLEY),
OTRA DE LAS MUJERES
DAMNIFICADAS POR
HARRY BLOCK, QUIEN
INTENTA ZAFAR DEL
PROBLEMA APELANDO
A LA RETORICA.



HILLY (ERIC LLOYD)
ESCUCHA ATENTO LOS
CONSEJOS DE SU PADRE,
QUE MINUTOS DESPUES
LO SECUESTRARA DEL
POOL ESCOLAR DE
BETH KRAMER
(MARIEL HEMINGWAY).



HARRY (WOODY ALLEN)
PRESENTA A FAYE
(ELIZABETH SHUE) A SU
AMIGO LARRY (BILLY
CRYSTAL), QUIEN
FINALMENTE SE CASARA
CON ELLA Y OBTENDRA EL
PAPEL DE SATANAS EN LA
FICCION DE BLOCK.



LUCY (JUDY DAVIS)
EXMUJER DE HARRY,
ARMA UN ESCANDALO
LUEGO DE LEER EL LIBRO
QUE SACA A RELUCIR
TODAS SUS INTIMIDADES
MATRIMONIALES.



HELEN (DEMI MOORE),
LA PSICOLOGA ENAMORADIZA
Y PAUL (STANLEY TUCCI),
EL PACIENTE-NOVIO DE TURNO.

WOODY EN EL INFIERNO
Un fragmento del guión de Los secretos de Harry

(Interior Infierno/Ascensor. Día. Harry está en el ascensor.)

VOZ EN EL ASCENSOR (en off): Quinto piso: ladrones de subte, mendigos agresivos y críticos literarios. Sexto piso: extremistas de derecha, asesinos seriales, abogados que aparecen en TV. Séptimo piso: medios de comunicación. Lo siento: piso completo.
Octavo piso: criminales de guerra prófugos, evangelistas televisivos y fanáticos de las armas. Nivel inferior: todo el mundo abajo.
El ascensor se detiene. Harry sale y descubre el Infierno: mujeres desnudas se debaten en gigantescas lagunas de agua hirviendo. Diversos instrumentos de tortura. Un condenado pasa junto a Harry, seguido por un asistente del Diablo.

HARRY: ¿Usted qué hizo?
El condenado se detiene junto a Harry.

CONDENADO: Inventé las casas prefabricadas.
El condenado se aleja. Harry recorre el Infierno.

PADRE DE HARRY (en off): ¡Harry!

HARRY: ¡Papá!
El padre de Harry está con un diablo. Lleva una kipah.

PADRE DE HARRY: ¡Sácame de acá! ¡Esto es terrible! Sabes que nunca pude soportar el calor.

HARRY: ¿Qué hace este hombre aquí?

DIABLO: Ha sido condenado al sufrimiento eterno.

PADRE DE HARRY: ¡Ayúdame, Harry!

HARRY: No entiendo. Quiero saber cuáles son los cargos.
El Diablo despliega un pergamino y lee.

DIABLO: Se comportó indignamente con su hijo. Lo acusó de haber cometido un crimen capital por el solo hecho de haber nacido. Su mujer, según me han dicho, ha muerto. Pero su hijo está prosperando. ¿Por qué no quería nacer?

HARRY: Escuche, perdono a mi padre. Lo que pasó, pasó. Ya está, se terminó. ¡Déjenlo ir al Paraíso, por favor!

PADRE DE HARRY: Soy judío. No creemos en el Paraíso.

HARRY: ¿Adónde querés ir, entonces?

PADRE DE HARRY: A un restaurante chino.

HARRY: Llévenlo al Joy Luck. Lo quiero, a pesar de todo.
Harry sigue su camino y se cruza con distintos residentes del Infierno.

(Interior Despacho de Satanás. Día.)

SATANAS: ¿Busca a alguien?

HARRY: Vengo a buscar a Faye.
Satanás está de pie de una plataforma, rodeado de libros.

SATANAS: No se va a ir con usted.

HARRY: ¿Qué está diciendo? ¿Que porque es el jefe de este submundo puede raptarla así nomás, impunemente?
Satanás ríe.

HARRY: Muy bien: voy a robársela. ¿De qué se ríe?

SATANAS: ¿Se atreve usted a medirse con mis poderes?
Satanás baja una escalera.

HARRY: ¿Quiere saber por qué?

SATANAS: (riéndose) Sí. Quiero. Lo siento. Disculpe que me ría. ¿Por qué?

HARRY: Soy más poderoso que usted, porque he pecado más que usted. Porque usted es un ángel caído y yo nunca creí en Dios, ni en el Paraíso, ni en nada de todo eso. Para mí, en realidad, todo es cuestión de quarks y partículas y agujeros negros... El resto es pura basura. Y además hago cosas terribles. Engañé a todas mis mujeres y ninguna se lo merecía. Me acuesto con putas, bebo demasiado y tomo pastillas. Y miento, y soy vanidoso y cobarde. Y propenso a la violencia.

SATANAS: ¿Violencia?

HARRY: Un día casi aplasto a un crítico literario con el auto, se me desvió a último momento...

SATANAS: ¿Ya estuvo con dos mujeres al mismo tiempo?

HARRY: Dos mujeres... sí... Estuve con dos mujeres, y le voy a decir más. No me importó aprovecharme de ellas. Y le digo más. Eran hermanas.

SATANAS: ¿En serio?

HARRY: Absolutamente. Dos hermanas rubias muy decentes.

SATANAS: ¿No eran las gemelas Sherman?

HARRY: Sí. Las gemelas Sherman. Exactamente.

SATANAS: (riéndose) Están acá.

HARRY: ¿Las gemelas Sherman están acá?

SATANAS: Seguro.

HARRY: Es increíble... Así que debés conocer a Sandra Pepkin...

SATANAS: ¿Si conozco a Sandra Pepkin? ¡Las mejores chupadas de pija de la Hassadah!

traducción: A.P.

EL DOCUMENTAL
AUTORIZADO
Mientras Allen quema su imagen en Los secretos de Harry, Barbara Kopple la blanquea en White Man Blues, el primer documental que logra asomarse a la “intimidad” de un cineasta famoso por su discreción. Clásico film de backstage, en la huella de A la cama con Madonna, White Man Blues registra las andanzas del clarinetista Woody Allen durante la gira europea que hiciera en 1997 con la orquesta New Orléans, la misma en la que toca todos los lunes en el Michael’s Pub de Nueva York. Si la pregunta que se hace cualquier espectador voraz es ¿Quién es, en verdad, Woody Allen?, la respuesta que proporciona el film de Kopple sólo puede resultar decepcionante. Las bambalinas de los shows, los lobbies de los hoteles, las conferencias de prensa, las sesiones de fotos y los viajes en ómnibus son escenarios demasiado públicos para revelar verdades privadas. Allen, pues, hace lo que hacen todos, y sólo parece ser Allen cuando huye de la prensa y, como Greta Garbo, quiere estar solo. Pero Kopple no lo deja, y tampoco Soon-Yi (“la conspicua Soon-Yi Prévin”, como la presenta Allen), que aprovecha la gira para concederse una luna de miel. Lejos del escándalo y la morbosidad, más bien contra ellos, White Man Blues, que se estrenará en Argentina en el próximo Festival de Cine de Mar del Plata, “normaliza” la imagen de la pareja que conmovió al mundo con sus polaroids desvergonzadas. En París o en Roma, Allen y Soon-Yi son dos turistas comunes, entre aburridos y excitados, que huyen de la abrumadora cultura europea y se babean como nuevos ricos en el cuarto con pileta que les tocó en un hotel de Milán. Producido por Jean Doumanian (la productora de Allen desde Disparos sobre Broadway, de 1994), y autorizado por el mismo Woody Allen, parece insensato pedir que el documental de Kopple muestre lo que las ficciones de Allen enmascararían. En rigor, y a la luz de Los secretos de Harry, es al revés: Kopple maquilla lo que Allen maquina. Pero en White Man Blues hay, sin embargo, algunos grandes momentos-Allen. La escena en que pasea en góndola con Soon-Yi por un canal veneciano y, contemplando la gente que se apiña en los puentes, murmura con sorna: “Sí, soy yo. No pagan una entrada de cine para ver mis películas, pero les encanta verme pasear en góndola”. O el almuerzo infernal que la pareja comparte en Nueva York con Martin (96 años) y Nettie (90), los padres de Allen, que parecen ser los únicos que saben ignorar la cámara. “¿Qué piensan del hecho de que sus dos hijos se hayan casado con mujeres asiáticas?”, pregunta Woody. Nettie: “Bueno, yo hubiera preferido que te casaras con una linda chica judía, no con una china...” Y Soon-Yi, a un costado, presente como un bajorrelieve exótico: “¿China? ¿Quién es la chica china, acá?” Y Martin, que remata la escena: “No te creas que por haber escrito un guioncito sos alguien... Mejores negocios habrías hecho si hubieras trabajado conmigo en la farmacia...”