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Yo me pregunto

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En lo que seguramente supuso un gesto de integridad moral, Camilo José Cela declaró en estos días, a raíz de la prolífica presencia de homosexuales en los actos conmemorativos del centenario de Federico García Lorca, que, en caso de que dentro de un siglo quieran recordarlo, preferiría una conmemoración “más sólida, mucho menos anecdótica y sin el apoyo de la comunidad gay”, aclarando que no se encuentra “ni a favor ni en contra” de los gays, pero “me limito a no tomar por culo”. Hace sesenta años y cien días (el 30 de marzo de 1938, exactamente) en lo que seguramente también supuso un gesto de integridad moral, el mismo Cela escribió una carta al “Excelentísimo Señor Comisario General de Investigación y Vigilancia” del gobierno franquista, en la cual reconoce haber sido declarado “Inútil Total para el Servicio Militar”, motivo a pesar del cual, “queriendo prestar un servicio a la Patria”, solicita el ingreso en el Cuerpo de Investigación y Vigilancia. Servicial, entusiasta y ansioso por cumplir lo mejor posible su trabajo, el entonces joven Cela aclara que “habiendo vivido en Madrid y sin interrupción durante los últimos 15 años”, cree poder “prestar datos sobre personas y conductas, que pudieran ser de utilidad”. Como si este despliegue de dudosa autoadulación no fuera suficiente, Cela insiste con que “el Glorioso Movimiento Nacional se produjo estando el solicitante en Madrid, de donde se pasó con fecha 5 de octubre de 1937, y que por lo mismo cree conocer la actuación de determinados individuos”. Pero tal es el ímpetu colaboracionista de Cela que solicita “ser destinado a Madrid, que es donde cree poder prestar servicios de mayor eficacia, bien entendido que si a juicio de V. E. soy más necesario en cualquier otro lugar, acato con todo entusiasmo y con toda disciplina su decisión”. Cela termina la solicitud fechándola (llama al año 1938 “II Año Triunfal”). Lo que se dice un buchón.



Alberto Laiseca publicó finalmente Los Sorias. Y, antes de que los incautos lectores puedan leer las 1342 páginas encerradas entre tapa y contratapa, se ha desatado un inusitado ejercicio de estadística literaria iniciado por el prólogo de Ricardo Piglia (en donde dice que Laiseca ha medido su libro y el Ulises de Joyce y le lleva una ventaja de 30.000 palabras) y cuya culminación más acabada se publicó el sábado 4 en el diario Perfil. Al pie de la entrevista al autor, se incluye un recuadro titulado “Los Sorias en números”, en el que el volumen sufre una impiadosa disección quirúrgico-matemática que reduce el asunto a la esencia misma de la vida contemporánea: el resultado estadístico. A las cifras se agregan apreciaciones por lo menos discutibles, referidas a los hábitos editoriales imperantes en estas y otras tierras. Primero se señala que el libro pesa “1,6 kilo”, medida que para Perfil es traducible como “6,8 veces más que una edición promedio de 200 páginas”. Sus 1342 páginas, a su vez, equivalen a “6,9 veces más que una edición promedio de 200 páginas”. Pasando por alto si se trata del mismo “promedio” o de dos distintos, el lector se encuentra a continuación frente a un ímpetu fálico-literario: los 5,3 centímetros de grosor de Los Sorias comparados a los 2,3 centímetros “usuales”. Pero si hasta este momento la tabla de resultados utilizaba términos discutibles, en las siguientes equivalencias ya incurre en las tropelías más insalvables: afirmar que Laiseca tardó 10 años en escribir su libro es, para Perfil, una medida de tiempo fácilmente comparable “a los 2 años que tardaría en escribirse un libro normal”. Ahora bien: ¿qué es exactamente un libro normal? La escritura de En busca del tiempo perdido le llevó a Proust más de 15 años, aunque no hace falta seguir el criterio del diario ni medir la decena de centímetros de grosor de sus siete tomos para considerarlo un volumen no “usual”. Onetti escribió El pozo -un solo tomo, de tamaño seguramente “usual” para Perfil- en una semana. Y Fogwill tuvo listo Los pychyciegos -un solo tomo, ídem- en tres días. Interrumpidas este tipo de disquisiciones temporales que podrían continuar por varios libros más, se accede al último de los ítem de la tabla, en el cual se señala que Laiseca esperó 16 años la publicación de su libro, “frente a los 2-3 años que tardaría en publicarse un libro normal”. Nunca sabremos si Kafka consideraba sus libros como “normales”, pero sí que esperó algo más que “2-3 años” (en vida y después) para que su amigo Max Brod decidiera no tirar al fuego esos originales sino darlos a un editor. Abajo de todo, a manera de elaborado ejercicio de crítica y estadística literaria final, se informa que “en PC Los Sorias ocupa 30 megas de memoria, o 33 millones de bytes”. Sólo faltaba que aclararan que a un disco duro no se le agrieta el lomo.